El Real Madrid afrontaba el encuentro ante el Sevilla con la ventaja de conocer el resultado de sus más inmediatos rivales. Por un lado, el tropiezo del Atlético de Madrid ante el Sporting de Gijón, que dejaba a los blancos con opciones de recortar distancias en sus vecinos colchoneros en pos de la segunda plaza. Por otro, el empate entre Villarreal y Barcelona, que ofrecía al conjunto merengue la oportunidad de amarrar la tercera plaza y recortar diferencias al equipo de Luis Enrique antes del Clásico de la próxima jornada. El fútbol estaba en las botas del Madrid, y el corazón de sus aficionados, en sus manos.

El conjunto blanco iniciaba el encuentro con dos internadas por las bandas, una a cargo de Bale, que decidió centrar en lugar de rematar, y otra de Marcelo, el extremo con puñal flamígero y coraza de cartón. El Sevilla, con un once muy físico, no tardaba en inquietar a Keylor Navas, quien vió cómo un centro de Trémoulinas se envenenaba y se estrellaba contra el travesaño.

Con la varita de Karim hacer magia es más fácil

Los dos conjuntos arrancaban el choque con la pasión futbolera palpitando en sus venas, dejando más desamparada la parcela defensiva en pos del espectáculo y el goce del aficionado, con transiciones más rápidas y contragolpes más efectivos. Así iba a llegar el gol blanco, con un centro desde la derecha de Gareth Bale.