Los que en la noche del pasado miercoles fueron al Estadio José Zorrilla con un verdadero sentimiento albivioleta sabían de lo importante de la empresa, aunque enfrente se situara el equipo que ha sacado los colores al Bayern de Munich de Guardiola en las semifinales de la UEFA Champions League. A pesar de que enfrente estuvieran jugadores de talla mundial como Modric, Xabi Alonso o Cristiano Ronaldo -que con su lesión allanó mucho el terreno a los locales-. Si todo el barco, que forma la plantilla pucelana más sus aficionados, remaba en el mismo sentido la machada se podía conseguir con el esfuerzo de unos y el aliento de otros.

De este buque debían bajarse esos aficionados que a nadie engañan con la camiseta de un equipo y la bufanda de otro; y así se estuvo recordando durante toda la semana por la ciudad de Valladolid. Hipócritas en las gradas a parte, el público respondió en masa y dejó la etiqueta de frívolo para otras ocasiones menos vistosas. Pero para que el apoyo de los aficionados se dejara notar tuvo que converger en el terreno de juego con la garra y la lucha de los jugadores. Una simbiosis necesaria para no solo conseguir el gran Real Madrid te pintara la cara de manera desastrosa sino para intentar sacar algo positivo que se reflejara en la tabla clasificatoria y en la moral de los blancos. Y así fue.

El equipo puesto en liza por Juan Ignacio Martínez desde el comienzo respondió a las exigencias de intensidad y concentración que tan de moda están en los últimos tiempos. Salvo alguna excepción puntual el equipo rindió a un buen nivel si tenemos en cuenta el miura -ayer venido a menos- que quería salir de Zorrilla con sus opciones por conquistar la Liga todo lo intactas posibles después del batacazo del domingo pasado contra el Valencia. El Real Valladolid jugó un partido muy correcto y ordenado en defensa que solo se vio trastocado con el gol de Ramos de un libre directo en el que Jaime pudo hacer más y en el que la larga distancia entre la barrera y el balón sirvieron de ayuda al ‘4’ del Real Madrid.

Arroparse atrás y salir a la contra

El 4-2-3-1 típico que suele poner siempre de inicio Juan Ignacio Martínez, con dos hombres muy veloces en las bandas como Bergdich y Jeffren, dejaba entrever que la idea principal del equipo era la que ya le llevo a la victoria contra el Barcelona. Replegarse atrás con rapidez para cerrar espacios a los creadores y rematadores madridistas y que tuvieran que sudar más de lo necesario para generar opciones de gol. Tras esa fase defensiva -básica y primordial para intentar ganar algún punto- llegaba la hora de correr con la mayor presteza posible para intentar sorprender a la defensa del equipo de Carlo Ancelotti.

Con el comienzo del partido se vio que el plan no salía del todo mal, puesto que el Real Valladolid llegó varias veces con opciones al área ayer defendida por Iker Casillas. Pero esas opciones ofensivas se contrarrestaban con el peligro dormido que generaba el equipo de Chamartín cuando llegaba a su línea de tres cuartos. Los albivioletas se veían con algunas dificultades en la zona central de la defensa, debidas a la movilidad de Modric, Isco, Di María o Bezema. Combinaban el cuero con paredes con cierta facilidad delante del área del Real Valladolid, pero bien es cierto que sin inquietar a Jaime. El Valladolid estaba pasando apuros en defensa y el míster lo vio.

Cambió a una especie 5-2-2-1, para intentar guarecerse de manera más óptima y no recibir un gol que amenazara con hacer brotar sangre de la herida albivioleta hasta el pitido final. Valiente, Mitrovic y Peña de centrales y Bergdich y Rukavina de carrileros. Un buen intento de solución; pero llegó el gol de Ramos. Y con él el peor momento de juego para los locales. El Real Madrid embotelló al equipo castellano en su área y lo dejó sin opciones de generar peligro a un Casillas que vivía plácidamente su regreso a la titularidad en la competición doméstica.

El premio para quien no se rinde

El equipo no estaba realizando un mal partido, como en Balaídos o Los Cármenes, pero en la segunda mitad debían apretar más a un Real Madrid que estaba a medio gas y que en cuanto se dejara llevar un poco existiría la oportunidad del empate. En estos cuarenta y cinco minutos finales el equipo presionó con mucho más ahínco, adelantó sus líneas y sumó efectivos en las llegadas al área rival en busca de la recompensa.

Los cambios introducidos por Martínez ayudaron a que esto fuera así. La entrada de Larsson por Óscar, y más tarde la de Osorio por Jeffren, hicieron que el Real Valladolid ganara presencia y agresividad. La idea estaba clara. Morder y no bajar los brazos hasta que el gol llegara, de cualquier manera. Casi lo hace con una chilena de Javi Guerra en el área pequeña o con alguna de las múltiples llegadas de Peña hasta línea de fondo pero en las que no acierta a poner el balón en los dominios de un compañero.

Al final el premio a la búsqueda insistente llegó a cinco minutos del final y con dos protagonistas que apenas están contando con minutos esta temporada. Javier Baraja y Humberto Osorio. El primero salió para suplir el enorme trabajo físico hecho por Víctor Pérez y de pasó para dar una asistencia vital. El segundo salió para presionar todos los pases defensivos del Madrid y correr en cualquiera de las direcciones, pero sobre todo para rematar a gol todo cuero que llegara a sus dominios con opciones de ver puerta.

¿Ya llueve menos?

Tras el desastroso partido contra el Celta pocos en Valladolid vaticinaban nada bueno para el equipo de Juan Ignacio Martínez. Un conjunto que lleva 36 jornadas jugando a trompicones, sin ideas claras, y con una debilidad psicológica que muestra que no todos en el grupo de futbolistas creen en esa buscada salvación. Pero si algo han dejado en claro las últimas jornadas es que esto del fútbol es un juego en el que puede ganar cualquiera y que un día estás arriba y otro te revuelves en el fango.

A pesar de que la temporada está siendo para olvidar rápidamente, el Valladolid llega con claras opciones de mantenerse en Primera División. Los últimos cuatro puntos cosechados hacen brotar un tallo de optimismo de la tierra mal abonada que es este año el equipo de Juan Ignacio Martínez. Pero como ya dijo el inigualable Manolo Preciado: «Ni antes éramos la ultima mierda que cagó Pilatos ni ahora somos el Bayer Leverkusen». Por lo tanto al Valladolid solo le queda seguir la filosofía del que fue uno de los maestros de los banquillos españoles. No bajar los brazos bajo ningún concepto. Pelear hasta el final para que al menos la derrota te pille cubierto de sangre y con el sabor que deja el darlo todo por la consecución de un objetivo.

Foto: Ángel Becerra | Real Valladolid.