El Real Valladolid vuelve a las andadas. 23 de agosto. Zorrilla recobró la ilusión. Rubi abría un melón minutos antes de que el balón rodara por el césped castellano. Dice que necesita más efectivos para poder sobrellevar el largo calendario de Segunda y, además, la Copa del Rey. El calor del público se notaba más incluso que en Primera. En la faceta futbolística, Chus Herrero y Timor se quedaron fuera, mientras que Jorge Hernández y Julio Iricibar entraban en la convocatoria. Algo que no pasaba desde hacía muchos años. Ningún timonel había apostado por el filial, ahora recién ascendido a la Segunda B. El once del de Vilassar era el esperado, a excepción de Sastre. El mallorquín se enfrentaría al equipo de su tierra y sería titular después de dos campañas poco acertadas a trancas y barrancas entre el banquillo, el visionado del partido de turno en privado y alguna incursión nefasta en el centro del campo albivioleta.

Un inicio decepcionante

El último año ya quedó atrás. Mejor no recordar las lágrimas ahogadas en un hombro nazarí. El aire nuevo de Rubi y la habilidad negociadora de Braulio vino de perlas a los despachos de Zorrilla. La afición se lo agradece. La sombra de Juan Ignacio fue alargada. Pero eso está olvidado. Ahora sobreviene la seriedad y el raciocinio. El Valladolid atesora la mejor plantilla de la división de plata. Con mucha más calidad que la del año pasado, en Primera. Los problemas no solo son cosa habitual del Cerro de la Gallineja. En Son Moix las turbulencias son acuciantes. Ensucian lo que de verdad importa: el fútbol. En la 2013/2014 estuvieron a pique de descender, en lo que hubiera sido una magnífica catástrofe. Dudú Aouate, Nadal...un listín de nombres interesados en reformar al conjunto balear. Valery Karpin, un archiconocido de la liga española, se sentaba en el banquillo para dirigir a este gran navío encallado.

El Valladolid sacaba de centro y la perdía rápidamente. Los primeros 15 minutos fueron abúlicos, un cúmulo de indecisiones que terminaban en un pase errático o en una jugada individual sin mucho futuro. Los primeros síntomas de querer comandar el partido los dio Jeffren. El hipano-venezolano galopaba raudo por la banda diestra, encarando una y otra vez a su defensor. Bergdich se desmarcaba, buscando la recepción de buenos pases al hueco, pero cuando tenía el cuero en los pies, los recortes y filigranas tardaban en salir. Óscar iba calentando motores y asustaba al portero Cabrera. No habría una segunda oportunidad. No se podía perdonar otra vez. Jeffren sacaba desde la esquina para que Leao se alzara sobre todos sus compañeros merced a su imponente estatura. Sí lo consiguió, pero quien remató a puerta fue un jugador del Mallorca. ¡Qué cosas tiene el fútbol! El primer gol de la temporada es un gol en propia a portería.

El gol de la moral. Recital con firma lusa

André Leao, ex del Paços de Ferreira, estaba dando una lección magistral de como repartir la posesión. Los balones al hueco llevan veneno. Jeffren sabía como adiestrarlos. Asistencia a Roger. No acierta a chutar con claridad, debido a la entrada feroz de un zaguero mallorquín. Penalti clarísimo, de esos que gritan los argentinos hasta que el coletilla decreta la pena máxima por pesadez. Penalti de libro. Entrada abajo. "Se puede ver como tengo el tobillo ensangrentado", dice el de Xátiva al descanso. Roja clara y a las duchas, pero Manuel Arias López debió de no ver nada. El medio centro portugués seguía a la suyo, dándola al interior diestro y al zurdo, a Óscar, en largo a Roger... Partido de ensueño que dejará este titular en los periódicos y ese recuerdo en la memoria de los 8.000 presentes: 'Si Leao hubiese estado presente el año pasado, el Valladolid seguiría en la elite'.

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Celebración del gol de Óscar. (Fuente: LFP).

El partido se volvió bronco. En poco tiempo Rueda y Sastre estaban señalados con la cartulina amarilla. El descanso estaba ya cerca. Apenas 10 minutos. Un Valladolid mejor se iba al túnel de vestuarios con los deberes hechos y una sonrisa de oreja a oreja porque los automatismos estaban asimilados, y aunque piezas clave como Óscar y Bergdich no lucían con el fulgor requerido, los nuevos tiraban de un equipo que sueña con volver cuanto antes a Primera y labrar durante su estancia en los pozos profundos de Segunda el camino adecuado para que las semillas cultivadas maduren en forma de bonitos frutos.

Engañosa sentencia

El encuentro volvía a reanudarse entre cartulinas amarillas, tarascadas y el gol. Saque de córner botado por Jeffren con una maestría que hacía recordar a esos perfectos lances bombeados de Ebert. El primer palo estaba desguarnecido, Roger campaba a sus anchas para cazar el balón cuando su depresión es máxima. Dispara, pero no atina. Detrás estaba Óscar, un cazador discreto que remata a la presa. Segundo gol. Sentencia. Dicho bajito, para que el colegiado no se entere, el media punta marcó en fuera de juego. Y no ajustado. Mirada puesta en el Bernabeu y en el Camp Nou, feudos más típicos y apetecibles para ser asaltados por las hordas castellanas que los pequeños y oscuros aposentos donde en Segunda ahora juegan.

Celebraciones a parte, el combate volvía a discurrir con normalidad. Un tira y afloja sin dominador claro. Centro del campo neutral, con una cara nueva. Bergdich se iba al banquillo después de cuajar un partido aburrido, desacertado y muy decepcionante después de los minutos de oro que depositó en pretemporada contra el Rayo, cuando sus piernas se movían como exalaciones y los aplausos iban expresamente para el zorro del Atlas. Omar Ramos ocupó su sitio. Menos sangre para la banda históricamente huérfana en el campo pucelano. Casualidades de la vida, Pau Cendrós hacía el segundo de la tarde. Un saque de córner muy llovido llegaba hasta la parcela donde Cendrós paseaba. No dudó en disparar mordido y aunque parecía y era parable, Dani Hernández no pudo evitar el espeso maquillaje en la cara hasta ahora pálida del Real Club Deportivo Mallorca.

Los visitantes habían volteado definitivamente la situación. No en el marcador, pero sí en el campo. Los centrocampistas isleños se sentían a gusto sin la presión asfixiante albivioleta. Rubi era consciente de la bajada notable de intensidad de sus pupilos. O ganar o empezar con malas sensaciones. Era cosa de galones. Álvaro Rubio, un típico en el once de todos los mayorales que han paseado por el área técnica del Zorrilla, era el elegido para conseguir los tres primeros puntos en casa. El técnico ex del Girona sacrificaba a un mediocre Óscar para sacar a su estrella más veterana, un logroñés discreto que, sin rechistar, hace el trabajo oscuro y, además, capitanea.

Con la entrada del riojano se buscaba el mantenimiento de la posesión y evitar los nervios de estar tan solo uno por arriba pero dos por abajo en intensidad. Balón al palo de Asensio. Corazones helados en pleno agosto. El susto de la tarde. Mojica era lo más reseñable que estaba dejando el partido en sus estertores pese a que no se zafó de su par en ninguna ocasión. Los 90 minutos no daban para más y el partido moría más agitado que cuando estaba en ciernes. Tres puntos para empezar bien el paseo por un sendero pedregoso, aunque no hay que sin engañarse, el juego, en algunos ratos, dejó mucho que desear.

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