Corrían tiempos de bonanza cuando un serbio comandaba en el banquillo cárdeno. Desde la banda daba órdenes, pero no muchas, porque el equipo iba como la seda. Durante ese año, el del ascenso, el de la ilusión. Por aquel entonces, Sastre, Álvaro Rubio y Víctor Pérez completaban la escasa cuota de mediocampistas, a la que hay que añadir a Javier Baraja, que apenas participó ni en el ascenso ni en el descenso. Siempre se pidió un hombre más. Carlos Lázaro en la trastienda, pero, como suele pasar en el Zorrilla, los jóvenes emigran en busca de una oportunidad en Valladolid frustrada.

Claro estaba el dúo Álvaro Rubio-Víctor Pérez. El riojano más retrasado, unos metros por delante de la siempre cumplidora defensa Rueda-Valiente. El hacedor del trabajo sucio. El más brillante pero el menos vistoso. Cosas del fútbol. El otro era Víctor, un hombre sin mucho nombre procedente, hacía ya un año, de tierras oscenses. Precio y causa de su trabajo fue su inclusión permanente en las hornadas semanales de Djukic.

Un rompecabezas con precedentes

El juego de toque y la apuesta por un sistema ofensivo que se abriera desde la medular fueron consignas de este humilde equipo, náufrago y a posteriori héroe en una liga de históricos supervivientes. El albaceteño fue el elegido para dirigir el comando de actuación atacante desde la línea que divide al campo en dos. La carta magna del engranaje castellano moraba a unos palmos, para que el chaval no se perdiese y descargara parte del duro trabajo en este veterano con técnica suficiente para desgranar las líneas anteriores del rival y destruir definitivamente la fortaleza; hasta que se encumbró como guía absoluto de un Valladolid con algún que otro problema de cara a gol. Óscar ‘Mágico’ González.

Sin muchos contratiempos, Pucela fue un año más de Primera. Pero tan solo uno. Llegaba un cambio de aires. El guerrero balcánico dejaba el Pisuerga por el Turia, en un viaje infortunado que duró menos de lo esperado. Al Cerro de la Gallineja arribaba otro guerrero de más bajo rango, procedente de las playas a las que Djukic se dirigía.

El cambio era abismal. El empleo ofensivo se debió tornar en defensivo, y el caos reinó en un Valladolid que los encajaba de cuatro en cuatro y acabó por descender en la última jornada amén a un mal hacer de sus pupilos y de la falta de rigor en la pizarra del entrenador alicantino. La perla teutona estaba cansada y con él, el barco encallaba. No sentía ilusión por el proyecto, pero si corrió al sol que más calentaba. Y aunque no era italiano, el condotiero más raudo avistado en estas planicies, marchó a una Rusia inhóspita donde de él ya nadie habla.

Mismos protagonistas en la medular: Álvaro Rubio, Víctor Pérez, Rossi y Sastre. No podía faltar el media punta charro, anclado en su parcela de guante blanco, esmoquin y chistera, deslucido esta vez por una falta de ganas o de dios sabe qué, que le granjearon malas palabras desde una grada que antes vitoreaba sus acciones más brillantes. Y si la marcha de Ebert fue notoria, la ausencia espiritual de un Óscar meramente material dejaba ausente a un medio del campo con poco o nada que decir.

Sin Ebert y con un Óscar taciturno, la muerte del Valladolid era ya anunciada

Víctor llegaba roto y aunque la lesión sanó meses después, el reposo y las palmitas no le hicieron ser el mismo. Eso sí, maquilló con un gol de falta directa un desastroso partido que Juan Ignacio perdía en Cornellà-El Prat por cuatro chicharros. La cifra demoníaca que perseguía sin descanso a un Valladolid desconocido atrás, intermitente en punta de lanza e inexistente en la medular. Álvaro tampoco tenía el peso requerido para dotar al buque errante de estabilidad en popa. Su trabajo oscuro era imperceptible y de no cambiar, una de las vacas sagradas del seno blanquivioleta pudo ser relevada. Nadie entendía que Rossi y Víctor Pérez no pudieran combinar sus habilidades en la divisoria.

Sastre y la culminación de una obra desafinada

Y llegó el momento de Sastre. Y la anarquía salió de la Plaza de Cantarranas para inundar un verde que siempre ha necesitado de jerarquía, orden y entreno previo para que el azar no jugara una mala pasada. Pero Juan Ignacio era amigo de la suerte, y, por desgracia, durante su etapa en Valladolid, fue socio de la mala. El balear veía su primer conato de titularidad después de algo más de un curso en el fondo de armario donde nadie se para a buscar ropa. En su posición, la de medio centro de contención, se le vio perdido, vagando por el corazón del campo sin más razón que pegar la patada cuando el contrario se acercaba al área defendida por otro condotiero que presta ahora su lanza en Orriols, Mariño.

Lluís Sastre. (Fuente: Zimbio).

Las tácticas del míster eran desquiciantes, y a su cenit llegaron cuando Sastre fue alineado en banda diestra. En campo ajeno. En el Pizjuán. ¿Y quién no se iba a echar las manos a la cabeza? Porque no hacía falta ser prestidigitador para saber que el experimento explotaría en la cara. Penalti cometido por el balear y 1-0 en contra que acabaría siendo un 4-1 demoledor (cuatro, otra vez), que sonrojó la cara de los jugadores y del director de juego por cuajar el partido más inefable de la temporada.

Ya al final (como diría Robert Redford: ‘cuando todo está perdido’), la cordura se apoderó del esquema propuesto por el tozudo nacido en el Mediterráneo. Rossi ganó la titularidad. Pero ahora, unos meses después de su marcha al Córdoba (cedido por la Juve), con una perspectiva global analizando lo hecho y las expectativas puestas en ‘Il Nuovo Pirlo’ cuando todavía era integrante del Brescia, se puede sentenciar rotundamente que el jugador más esperado se convirtió en grano de la misma arena.

Marc Valiente acabó la liga haciendo de pivote, con el italiano por delante, como medio centro creador, en otro intento del entrenador por enfundarse el batín de científico. Esta vez la prueba salió bien, aunque lo más sensato hubiera sido recolocar a Jesús Rueda hasta su posición primitiva, la que desempeñaba en Córdoba, si es que era necesario tirar de zaga para parchear la medular.

Un centro del campo de categoría en otra categoría

El Valle de Olid, territorio cercano a la resistencia visigoda, se tiñó de rojiblanco por una tarde, una tarde aciaga que escribía, según pasaba, el epitafio en la lápida del descendido. La taifa nazarí asaltaba un fortín noble como lo era Zorrilla. La repetición de los mismos fallos. Barricada endeble e hilarante, sin fuerza para ayudar atrás ni chispa para ayudar a los de adelante. Valladolid lloraba para sonreír más tarde a un nuevo mañana más esperanzador. Porque ya se sabe, en Segunda, la ciudad del Pisuerga se refuerza con nuevos galeones, mejores que los anteriores, y una artillería bien formada, venida de toda la geografía nacional. Ibérica, mejor dicho.

En su debut en competición doméstica, Leao hizo el mejor partido de un medio centro pucelano en años

Llegó el primer arcabucero para convertirse en maese. André Leao, del Paços de Ferreira portugués, donde fue guardamarina, después maduro alférez de fragata y finalmente, nuevo profesor en la humilde Castilla, especializado en impartir lecciones de cómo guerrear sin perder los galones. Contra el Mallorca no tuvo rival. Arrancó los aplausos más fervorosos de una grada que, extrañamente, aprieta más en la división de plata que en la de oro. En posición de medio centro ofensivo vertió magníficos balones a Jeffren, a Óscar y a Roger. El peligro nacía en sus botas, auspiciadas por un viejo conocido más fino que de costumbre: Lluis Sastre.

Como no podía ser de otra manera, Juan Ignacio fue cesado y Rubi vino a salvar la papeleta. El favorito de Alberto Marcos en su día, favorito de la afición y favorito de Braulio. El de Vilassar de Mar borró de la cuenta a uno de sus factores más importantes. Álvaro Rubio perdía el trono en pos de un Sastre notable en pretemporada. La gloria no le duró, y sin mucha dilación, Il Capitano volvió al once.

André Leao. (Fuente: Real Valladolid).

Pero el tedio volvía a ese medio campo. La distancia entre líneas era insalvable y en el ecuador de la segunda mitad, Leao cambiaba las gafas de perfecto veedor de juego que le debió ceder Óscar, por unas más humildes de sol que le permitieran más descanso. Igual Rubio, que a sus 35 años, ya no dispone de la gracilidad de la que hacía gala cuando vestía con la camisola blanca del Zaragoza o la misma blanca y violeta del Pucela en su primera etapa.

En Alcorcón, la fatiga volvió a apoderarse de los cuerpos de los centrocampistas y se notó la falta de una cobertura entre la zona más anterior con la más posterior. Se dejó en el medio del rectángulo un solar ocupado por hombres de amarillo con sed de victoria. La necesidad impera en la recuperación del mejor Leao. Más que al mejor Rubio o al mejor Sastre, Leao es la clave y ha de ser piedra roseta en la faceta ofensiva del Real Valladolid. El Xavi (salvando las distancias), que lleve la manija y sea el metrónomo del partido.

Soluciones a la problemática

¿Cómo se consigue eso? Reduciendo la distancia entre filas y dejando libertad al portugués en tres cuartos de cancha, recuperando así una posición ‘muy en el limbo’ durante los últimos años, la de tetraquartista. Una demarcación a matacaballo entre la de medio centro al uso y media punta, acercando distancias con la de medio centro ofensivo que lleve el juego hacia las bandas y hacia delante, como pudo hacer contra el Mallorca.

La posición más adecuada para exprimir al 100% las características de Leao es la de tetraquartista

En juego entra un cuarto sumando. David Timor. El valenciano, fichado del Girona y con raíces pamplonicas, despunta como gran revelación en la trasera de la medular. Contundente y seguro, no duda al arrebatar el esférico y su control de balón puede ayudar a salir con el balón jugado a Marc y a Rueda, dubitantes al dirigir el cuero. Su máxima es el potentísimo disparo que atesora. De momento, ha ejecutado dos lanzamientos entre los tres palos, y los dos han acabado bailando con las mallas. Contra el Sporting en Copa del Rey y contra el Tenerife la semana pasada, el jugador oriundo de Valencia, mojó.

Álvaro Rubio, el capitán. (Fuente: Real Valladolid).

Rubio no tiene gol, ni un físico apabullante para ser medio centro defensivo, pero tiene el saber estar y la veteranía necesarias para ocupar tal parcela. Ahí la duda es muy compleja. ¿Rubio o Timor? El tiempo lo dirá, y Rubi tendrá que elegir. De momento, solo queda una cosa clara: Leao es indiscutible.