Resulta irónico lo mucho que se parecen etimológicamente los apellidos Rubi y Rubio y lo poco que casan en este Real Valladolid. ¿Por qué no juega Álvaro Rubio en este equipo?, se preguntan los aficionados. Joan Francesc Ferrer 'Rubi', que aún conserva la confianza de la grada -habrá que ver si al cierre de la temporada sigue conservándola-, seguro que tiene sus buenas razones, pero es que el resto de los mortales no alcanzan a comprenderlas. Renovado este pasado verano y una vez olvidado el descenso, Rubio afrontaba esta temporada 2014-2015 con el bonito reto de devolver al histórico club castellano a la máxima división de nuestro fútbol, donde pertenece. Calidad, madurez y experiencia para un equipo con muchas caras nuevas que, por plantilla, partía como uno de los candidatos a pelear por el ascenso directo. Se esperaba un equipo con Álvaro Rubio a la cabeza acompañado por 10 jugadores más, pero no ha sido así. Las cosas en Zorrilla, sin llegar a ir mal, podrían ir mejor, y Rubio no hace de Rubio porque no le han dejado.

Leyenda viva del Real Valladolid

Se podría empezar hablando de lo 'cojonudo' que es Rubio, pero para entender la intrahistoria del conflicto que genera su suplencia hay que ponerse en situación y presentar al protagonista -parece una ofensa para el propio jugador tener que explicar quién es Álvaro Rubio y cuánto le ha dado al Real Valladolid-. Simplemente decir que esta es su novena temporada y en todas ellas fue vital para el equipo. Ocho entrenadores, todos ellos con una manera de ver el fútbol diferente y todos ellos confiaron en él para que llevase la batuta del equipo. Las parejas de baile que ha tenido Rubio en la medular pucelana hasta el día de hoy son incontables, unas funcionaron mejor y otras peor, pero fuese quien fuese el futbolista que tuviese al lado, el ex del Albacete siempre se mantuvo entre los futbolistas más utilizados por el entrenador. Álvaro Rubio ha sido el factor común del Real Valladolid desde su llegada allá por 2006 de la mano de Mendilibar.

Nadie podía ofrecer lo que él ofrecía. Su finísimo y teledirigido toque de balón, su excelsa visión de juego, su capacidad de crear fútbol con una facilidad insultante, su inteligencia en el campo para ver las jugadas antes que nadie, su sabiduría táctica para estar siempre bien posicionado y una elegancia con el esférico solo al alcance de unos pocos elegidos, hicieron de él uno de los máximos ídolos de la grada de Zorrilla, que rara vez había podido deleitarse con un jugador de su categoría. Otros corrían 20 metros y daban 7 toques al balón para hacer lo que él conseguía con un buen pase. Pasaban los años, pero no para él. Contra todo pronóstico y como el buen vino de su tierra, Rubio ha ido mejorando con el paso del tiempo. El que en 1999 fuera campeón del Mundial sub20 junto a los Casillas, Xavi, Marchena y Yeste, acaba de cumplir 36 añitos, o eso dice él, porque lo cierto es que si dice que tiene 27, 30 ó 32 también habría que creerle. Hay que ser justos, un futbolista no puede vivir de su pasado, pero es que Rubio, ponga lo que ponga en su DNI, tiene un presente igual de bueno.

Un rayo de luz en la oscuridad

El curso pasado sin ir más lejos, en una campaña para olvidar en la que el Real Valladolid no estuvo a la altura -ni mucho menos-, sólo dos hombres cumplieron las expectativas: el añorado Javi Guerra, con sus 15 goles, y el propio Rubio. Mientras la plantilla dirigida de manera desafortunada por José Ignacio Martínez hacía aguas por todos lados, lo único potable del conjunto blanquivioleta salía de sus botas. El equipo ya no era aquel que brilló con Djukic ofreciendo un juego vistoso y efectivo, y precisamente el mayor damnificado por el fútbol defensivo y rácano de Martínez debía de ser un centrocampista refinado como él. De hecho, igual que la presente temporada, no partió como titular. Craso error, que parece se vuelve a repetir. Con la lesión de Víctor Pérez y el bajo rendimiento ofrecido por Sastre, Rubio pronto recuperó su sitio en el once -ya no lo soltó- al lado del joven Fausto Rossi y el Pucela cobró vida.

Cuando él estaba en el campo, los partidos se jugaban de otra manera y la permanencia sí parecía posible de alcanzar. Parecía el único con criterio para jugar -bien- a esto y, los pocos encuentros que se perdió por lesión, su ausencia resultó irremplazable. Todos recuerdan su soberbia actuación ante un todopoderoso FC Barcelona que llegaba a Zorrilla peleando por el liderato y que se volvió de vacío a la Ciudad Condal. Hacer lo que hizo este señor, peleando el balón con Xavi, Iniesta y Busquets en el centro del campo, es cuando menos encomiable. Pero este es solo uno de los innumerables momentos en los que el bueno de Álvaro Rubio hizo las delicias de la parroquia vallisoletana. Por otro lado, cuesta recordar una actuación en la que fallara estrepitosamente o que destacara por una actuación verdaderamente negativa perjudicando a su equipo, y es que, a su extensa lista de cualidades, hay que añadirle un valor muy preciado en la élite: la regularidad. Este muchacho ya no tan muchacho es un auténtico chollo. Aunque parece que Rubi no lo ve así.

Todo el mundo le quiere, todos menos Rubi

Este año la historia se repite. Con otro entrenador, pero el guion es el mismo. El míster se empeña en relegarle a un segundo plano a pesar de que hasta un ciego vería que necesita al ‘18’ pucelano. Ya se ha visto que el equipo con él funciona mejor, además de la considerable mejora estética que supone en el juego, sea el equipo que sea el que tenga delante, y sin embargo Rubi, tan 'suyo' con las alineaciones, sigue apostando por esa dupla Timor-Leao que no termina de cuajar. Y por si todo esto fuera poco, en la última jornada, en un duelo directo ante Las Palmas, apostó por Rueda, un central, para cubrir la baja del luso en la medular. Toda una declaración de intenciones que seguro no hizo mucha gracia a Rubio y Sastre.

Foto: Real Valladolid

Se suponía que Rubi era un técnico que abogaba por la posesión, el toque y el buen fútbol. ¿Por qué no apostar entonces por un hombre que te puede dar todo eso? Rubio baja a recibir entre los centrales y libre de marca busca la mejor opción para entablar una ocasión de peligro desde abajo. El balón pegadito al pie y un pase lo más sencillo y práctico posible. No se complica -y no será por calidad técnica-. Sin filigranas ni memeces, busca siempre la combinación, que el balón se mueva con fluidez y precisión, y si es al primer toque mejor. El ‘jogo bonito’ que dirían los brasileiros, el ‘tiki-taka’ lo llaman aquí. Quizá sea exagerado decir que el Real Valladolid tiene una cara de la moneda con Álvaro Rubio y una cruz sin él, lo que está claro es que el de Logroño hace jugar mejor al equipo, hace mejores a los que tiene a su lado.

Al principio, la decisión de reservarle podía tener sentido. No era descabellado dosificar a un jugador de su edad, sabiendo lo larga y pesada que se hace la temporada en Segunda División, con tantos partidos ligueros, con Copa del Rey, con lesiones y sanciones, con una plantilla mucho más frágil que una de Primera, con un más que probable play-off de ascenso… Cumplir los 36 en este deporte significa, hasta para el mayor de los románticos, que apuras tus días en el fútbol profesional y que tus piernas ya no responden igual. Era por tanto lógico, obligado incluso, darle descanso, ir racionando sus minutos de manera que llegara fresco al tramo final del curso. Pero una cosa es dosificar a un jugador y otra muy diferente darle únicamente los llamados ‘minutos de la basura’. Rubio no se merece eso. Qué demonios, ¡el Real Valladolid no se merece eso! El Real Valladolid se merece poder disfrutar de él, que todavía tiene mucho que darle. Si no hay nadie mejor que él para el puesto -que es evidente que no lo hay-, ¿por qué no ponerle? Su edad no es excusa, ha demostrado que aún tiene cuerda para rato. Ya será sustituido cuando no pueda más, allá por el minuto 70 de partido, o se quedará sin convocar en citas intrascendentes. Hasta entonces, Rubi, por favor, déjale en el campo.

Álvaro Rubio sólo hay uno

Y es que Rubio es el futbolista que aporta luz y brillo en un equipo que en demasiados partidos se apaga en exceso. Un futbolista de una calidad impropia de la Segunda División. Leao y Timor son buenos jugadores, aportan cosas interesantes a este Real Valladolid, pero no son Álvaro Rubio. Él es el único centrocampista de perfil creativo, el único capaz de hacer jugar al equipo. Con Leao, Timor o Sastre el balón no se mueve igual, el estilo de juego del equipo es más lento, menos fluido y las posesiones son más cortas. Álvaro Rubio solo hay uno, y tenga 36 años ó 52, debe jugar hasta que el cuerpo le aguante. Además es un líder, un referente para sus compañeros dentro y fuera del campo. Un hombre de equipo, humilde, constante, trabajador y que nunca baja los brazos. Que anima o abronca a sus compañeros cuando estos lo necesitan y que tira del carro cuando las cosas se ponen feas.

Rubio ya estuvo antes con el Pucela en Segunda, sabe lo que difícil que es ganarse un lugar en Primera, ha sentido la euforia del ascenso, la desolación del descenso, ha vivido mil y una batallas defendiendo la zamarra blanquivioleta y ha sufrido como el que más por este escudo. Su compromiso y dedicación están fuera de toda duda. Esta es su casa, se le tiene un especial cariño que él mismo se ha ganado a pulso, a base de sudor y talento a partes iguales. ¿Que está mayor? Pues más razón para aprovecharle, para exprimirle toda la magia que le quede, esa que solo él hace. Porque él es imprescindible, porque tienen que jugar Álvaro Rubio y 10 más, porque el capitán de este barco es un veteranísimo con la ilusión de un juvenil, y mientras él tenga ilusión, Zorrilla también.

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