¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro temeroso viaje está hecho; el buque tuvo que sobrevivir a cada tormenta, el premio que buscamos está ganado; el puerto está cerca, escucho las campanas, todo el mundo está exultante, mientras siguen con sus ojos la firme quilla, el barco severo y desafiante.

El capitán, este año, no pudo serlo tanto. El capitán, nuestro capitán, no pudo sobrevivir a cada tormenta, porque no le dejaron. El buque se quedó en el Atlántico, entre Gran Canaria y la Península, tierra firme donde nació y, probablemente, donde descanse tras muchos años de batalla. Quizá el símil naval no le venga bien al campeador riojano, pero sí el de tirador sucio, el de leyenda del oeste, el protagonista que todos los niños buscan en las páginas de las dime novels.

Lo más probable es que se pueda disfrutar una campaña más del medio centro logroñés

Álvaro Rubio es el baluarte del Real Valladolid, es el colt peacemaker de todos los duelos, es quien pone paz con certeros disparos. Este año, el ranger de Valladolid no le ha permitido ser el perejil de todas las salsas. Ya es un veterano de guerra. Estuvo dando el callo en la independencia con la Segunda División y compinchado con distintos forajidos, dejó también conquistar su territorio. Ahora tocaba ganar y hacer valer su experiencia, pero el ahora líder del grupo – discutido líder, por otra parte – le ha privado de inscribir una vez más su nombre en los capítulos más heroicos de los libros de fútbol.

Álvaro Rubio, el capitán. (Fuente: Real Valladolid)

Esta campaña, como en anteriores, le dieron un número a cumplir. Si lo rebasaba, renovaría, y así fue. En 29 ocasiones disparó al contendiente, desde una distancia media, a la retaguardia de dos rápidos pistoleros, un cazador mágico y un eficaz tirador procedente de la lejana Xátiva.

Álvaro Rubio es historia viva del Real Valladolid

Un año más, bajo el calor del estío castellano, la duda aparece en el poblado. ¿Perdurará la leyenda? La respuesta está en el alero, pero según confidencias, la leyenda de Rioja seguirá batallando en tierras donde el vino tiene más matices y mayor historia. A sus 36, aún le queda un año natural que cumplir a lomos de su mustango. Él pone tranquilidad cuando los indios cherokee acechan por el fortín blanco y violeta, artífice de glorias y llantos, adaptándose a las circunstancias que el crisol futbolístico que pasó por estos trigales le propuso. Nadie podrá coger el testigo de un Rubio que no era irlandés, sino riojano de sangre y pucelano de corazón.

La historia de Álvaro Rubio discurre paralela a la de otro vaquero, con trabajo mucho más al suroeste, Juan Carlos Valerón. Un hombre duro, aunque su voz diga lo contrario, más conocido incluso que el capitán del José Zorrilla. En batallas de Primera se curtió en esto del fútbol y en batallas de Segunda fue el más admirado adalid. En la lejana Canarias fue el ejemplo y piedra roseta del resto de pistoleros. Ya no era el más rápido ni el más certero, pero sí era el alma de un equipo que con él vuelve a engalanarse para jugar contra las quimeras más fieras de todo el oeste.

Álvaro Rubio peleando un cuero ante Messi. (Fuente: Marca).

No son 40 los de Rubio, sí son 36. Le es difícil terminar en pie, pero ahí sigue, demostrando una y otra vez que ni los mejores arcabuceros italianos le pueden hacer sombra en su puesto. En Albacete, Zaragoza y Valladolid predicó su filosofía de juego austero y en Valladolid puede que esa filosofía muera. La sangre hace parientes, pero la lealtad hace familia, y el capitán, cada año, en la ciudad de Delibes, hizo familia. Cogió el testigo del padre, Javier Baraja, y éste a su vez de los abuelos, de los patriarcas de la era de 'sangre y sudor' del Valladolid, Marcos y Víctor.

Con él la estirpe termina, porque no hay otro que cumpla las características de una familia de avezados guerrilleros. Pero no, no terminará este año, al menos uno, uno más, el año en que el padre deje a sus polluelos en la élite y entonces, cuando más arriba el mito esté, podrá descansar, sabiendo que en décadas nadie será capaz de deslucir su hazaña. Y cuando descanse, será con la batalla bien atada, secundando lo dicho por Walt Whitman. La última lidia será defendiendo sus colores. Porque solo él es el campidoctus, porque no hay otro como Álvaro Rubio Robres.