En esta vida mandan las clases. Las etiquetas, los sambenitos y las definiciones sirven para encasillar, para saber separar el grano de la paja, lo mejor de lo que llaman peor y dividir el mundo en bloques. El fútbol hereda este legado y gusta de separar a los equipos que lo dignifican o vilipendian, según el día, en la noble categoría de grandes y en la humilde familia de los pequeños.

Los mayores se caracterizan por unos objetivos elevados, pues cuentan con un potencial preparado específicamente para llevarlo a cabo. De estos conjuntos se espera iniciativa, brillantez, orgullo y balón, pues es la pelotita quien acaba otorgando los verdaderos roles. El Real Valladolid no es un gigante el balompié, tampoco un Adonis de la hermosura futbolística, ni lo es ni lo será a corto, medio e incluso eterno plazo.

Tampoco se le exige que lo sea. Lo que se le exige al Pucela es que, condenado a la Segunda división, le demuestre a sus seguidores que, efectivamente, las rayas blancas y violetas son grandes en la Liga Adelante, mostrando así hechuras suficientes para volver al corral de los grandes gallos del fútbol español. Y no lo está haciendo.

El recuerdo del ayer

El curso pasado, Rubi abandonó Zorrilla sin pena ni gloria. Un equipo parido para la gloria se quedó en pamplina. Algo no funcionó, el estilo no fue uniforme y se jugó en función del adversario. Cuando un equipo con altas cotas se comporta como aquel que persigue poco más que la salvación es muy difícil llegar a la gloria. Pese a esta carencia de identidad, Valladolid llegó a la liguilla de ascenso. Allí cayó, frustrada, con el posterior triunfador: Las Palmas. Hubiera sido injusto haber alcanzado el Olimpo.

Ese equipo, con muchos aspectos criticables, combinó su excesiva maleabilidad con la calidad de sus hombres. No pudo ser, finalmente, y las grietas de los cimientos se comieron al cemento que componía sus muros. Una temporada después, el banquillo vallisoletano está en manos de Gaizka Garitano, ya conocedor de la sensación de aupar a un modesto a la élite con su Eibar, desde el que cogió la llamada pucelana con el reto de recuperar la categoría e imitar al conjunto irundarra.

Siete jornadas han pasado, insuficientes para calificar con un tampón de tinta el expediente del Real Valladolid, pero bastante para apreciar un acusado bajón en el modelo de juego aplicado: el Pucela se ha convertido en un equipo pequeño de la Segunda división. La tabla decreta que solo dos puntos separan a los de Garitano del playoff y cuatro del ascenso directo. Ahora bien, también hay un par de ellos sobre el descenso, que sellaría un funesto destino para una entidad fundada en 1928.

Córdoba, Alcorcón, Ponferradina, Oviedo -en Copa-, Bilbao Athletic, Numancia, Nàstic de Tarragona y Huesca han acreditado que su oponente, cuando jugó contra ellos, no parecía un candidato a volver a Primera. Dos meros triunfos y tres tristes igualadas, amén de las derrotas, han hecho ver a un Real Valladolid triste y ramplón, cierto es que sin grandes jugadores en su once, pero con una idea de juego que ha servido para catalogarlo de pequeño, sin ambición.

Seis tristes dianas, en botas de cuatro jugadores, adornan el escaso casillero pucelano, que lamentablemente no puede achacar este paupérrimo bagaje a la mala suerte, al acierto del portero rival o a la vil casualidad. El equipo castellano no genera ni fútbol ni ocasiones suficientes como para inquietar en demasía a la defensa rival.

Le cuesta horrores superar a su par, dejar algún detalle técnico en el regate o romper líneas con un pase preciso. El elenco que dirige Garitano no es muy talentoso, en efecto, pero la forma de jugar no ayuda a exprimir los no muy elevados recursos que entrena el técnico vasco.

En manos del rival

En la cuarta jornada del campeonato, Zorrilla recibía a los cachorros de Lezama, un filial aparentemente con mucha menos presencia que todo un Real Valladolid ante su público. A pesar del 1-0 favorable al término del choque, la sensación que el aficionado se llevó de su localidad fue triste y temible. Los muchachos del Bilbao Athletic habían bailado a su Pucela, mostrando una ambición no vista en los hombres de calzón violeta, unas ganas de llegar a portería y de hacer algo más con el balón que moverlo inciertamente al compañero más próximo.

Los del Pisuerga, por su parte, se contentaron con someterse al juego del rival y rezar para que Kepa, la suerte o quién decida estas cosas impidieran el gol visitante. En esa ocasión, el destino sonrió. Un planteamiento similar sucedió en las citas anteriores y no cambió en los siguientes partidos.

Es el caso de la visita a Soria, donde se llegó a disfrutar de dos goles de ventaja. El castigo de dos expulsiones, que es otro cantar, estuvo acompañado de un juego rácano y a la expectativa. Contra el Nàstic, en campo propio, tampoco hubo tanto alguno en los noventa minutos. Poco hizo el Pucela para merecerlo, pues cuando llega a tres cuartos del terreno de juego se adentra en un vórtice de imprecisiones y se ve superado por la zaga rival. Y, así, se acaba haciendo misión imposible.

Visitas infructuosas

Huesca confirmó que este Real Valladolid se ha convertido en un equipo pequeño, sin capacidad ni intención de ser superior al oponente. Un gol de Rodri, casualmente firmado en la mejor jugada que ha cuajado el cuadro castellano en lo que va de curso, adelantó a los albivioleta, que al fin se veían con cierto dominio de la situación. Cierto, que no pleno, puesto que los oscenses se rebelaban en la primera mitad, aunque los pucelanos tuvieron mayor posesión del juego.

¿De qué sirve la posesión si es estéril? 630 minutos de juego en Liga y un balance del 52% de control de la pelota, aunque los nueve puntos de 21 posibles demuestran que el balón no ha sido bien utilizado hasta la fecha. Otra opción, directamente, es regalársela al de enfrente, retrasar las líneas y dejar que unos jugadores que el año pasado se enfrentaron a equipos de un nivel muy inferior -a priori- que el pucelano, como el Villanovense, Conquense, Toledo o Getafe 'B', les pintaran la cara a futbolistas con experiencia en Primera.

No siempre todo sale según lo desea. El Pucela ha lidiado con trabas como decisiones arbitrales controvertidas, problemas de lesiones en hombres importantes o la llegada tardía de los fichajes veraniegos. Son factores importante para lastrar un buen rendimiento deportivo. Pero no es excusa para que el equipo se meta en área propia y deje que un chaval de 20 años, Kepa, tenga en sus manos la responsabilidad de que el botín sea de tres, uno o ningún punto.

La Liga Adelante en esta campaña 2015/2016 se avecina igualada, mucho más que en los últimos tiempos, y la diferencia entre los clubes la marcarán pequeños detalles. No obstante, la suerte o los buenos resultados no llegan así como así, por arte de magia, sino que hay que salir a por ellos, en su busca, como al amante deseado. En ciertas ocasiones la moneda tendrá cara de cruz y habrá que aguardar al fin de semana siguiente.

Pero el fútbol sabe premiar al que lo juega y no al que lo trata con apatía. El Real Valladolid afronta el reto de cambiar su nuevo estatus y demostrarle a la afición, a los demás oponentes y, lo más importante, a sí mismo, de que en verdad es un equipo grande, lo bastante grande como para querer coger la pelota y llevarla con descaro al arco rival.

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Sobre el autor
Juan  Navarro García
Periodista y persona por encima de todo. Cofundador de @sexomandamiento. Caer, levantarse, insistir y aprender.