"Lo que mal empieza, mal acaba", dice el refranero, tan sabio y acertado como siempre. Es difícil afrontar un reto futbolístico con los cimientos de barro, careciendo de una base mínimamente sólida para poder encararlo con la sensación de que, independientemente del resultado final, se ha intentado a partir de los mejores mimbres. El Real Valladolid perdió contra el Oviedo partiendo de un esquema ilógico, con unos jugadores repartidos en posiciones que no son las suyas.

La derrota por 2-3 contra el conjunto carbayón arroja unos nombres que quedan muy señalados: Gaizka Garitano y David Timor. Son estos dos los principales protagonistas de la caída matutina, ya que a raíz de las decisiones del primero y la posición del segundo se llevó a cabo un sistema responsable de que los jugadores de blanco y violeta se vieran perdidos a lo largo de los noventa minutos de juego.

Garitano no consigue hacer funcionar al equipo

Es una obviedad decir que la plantilla pucelana es de un nivel no muy elevado, ahora bien, hay jugadores que pueden rendir muy por encima de lo mostrado hasta la fecha. Óscar es mucho mejor jugador de lo que está haciendo ver, Manu del Moral incluso llegó a la Selección española; Tiba, aún por pulir, estuvo en la agenda de varios equipos grandes. Han pasado ya meses desde la llegada de Garitano al banquillo vallisoletano, pero ese trabajo se antoja en balde, ya que sus decisiones cada día se antojan menos comprensibles para todos aquellos que no entran en el vestuario de Zorrilla.

El papel de Timor

Es algo injusto poner el foco en un solo hombre, pero es a raíz del puesto de Timor donde se desencadenan los dramas de este Pucela. El valenciano es un jugador intenso, con buen desempeño en acciones de estrategia y un recurso que muchos entrenadores querrían tener a su mando. Pero no es central. Puede actuar en el medio del campo delante de la zaga, o incluso dársele alguna responsabilidad ofensiva. Pero David Timor no es central.

La semana pasada formó en esa demarcación ante la ausencia de Samuel y Marcelo Silva. Un remiendo para un descosido, pero poco más. Las carencias del valenciano en esas tareas se han visto en la caída ante los de Sergio Egea. Despistado en la marca, desbordado por la espalda, impreciso en el corte y lento en la reacción, como en el pase que dio origen al primer tanto asturiano, que se le coló entre las piernas pese a que no tuvo poco tiempo para reaccionar.

Más allá de su actuación personal, ¿qué cara se les queda a Samuel y a Juanpe cuando un centrocampista juega en retaguardia y ellos lo ven desde el banquillo? Garitano no está contento con el rendimiento de sus centrales, pero ha quedado claro que desconfiar de ellos no es la solución. Una vez visto el error de poner a Timor en ese lugar del campo, el entrenador vasco pudo haberlo remediado retirándolo de ahí en favor de un central puro. Pero no. Samuel entró por Óscar, dejando al Real Valladolid con una especie de 3-5-2, con dos laterales-carrileros desesperados ante la flagrante lentitud de los hombres que supuestamente defendían sus espaldas.

La posición de Timor desencadena errores en defensa

Garitano no solucionó su error inicial, sino que en una decisión realmente extraña sacó a Rubio del césped para que Tiba se hiciese con el centro del campo junto a Leao y... Manu del Moral. Un hombre con gol, con presencia ofensiva y poco conocimiento de la elaboración del juego fue el elegido para tratar de hilvanar las jugadas. Lógicamente, la estrategia se quedó en el camino y la doble permuta no sirvió para nada más que confundir al equipo y que cada cual jugase, o lo intentase, en zonas muy lejanas a sus predilectas.

Los cambios de la desesperación

No debe ser fácil ser técnico y ver que el castillo de naipes que se ha preparado con mucho estudio durante la semana se desploma con la más tenue brisa veraniega. El intento de que Tiba y Samuel, con el esquema ya mencionado, dieran más orden al Valladolid no fue sino un fracaso. Cierto es que con esa disposición los castellanos igualaron a dos, pero a su vez se vieron expuestos en defensa y nulos en ataque, un auténtico fiasco.

Los cambios fueron inútiles

Curioso es el caso del centrocampista portugués. A pesar de no parar de correr, fue un esfuerzo baldío fruto de que no se apreció una posición fija. Ni centrocampista puro, ni enganche, ni banda, ni portero ni delantero. El luso anduvo perdido, a ratos en el perfil izquierdo apurando línea de fondo, en otras ocasiones presionando desde el medio del campo y, para rematar el desajuste, ayudando ocasionalmente a Moyano en el carril diestro.

Semejante desbarajuste se extendió al resto de compañeros, que a pesar de ponerse por detrás en el marcador ni siquiera fueron capaces de sacar arrestos para decirle a Esteban que no tenían respetos hacia su cuarentena y lo iban a hacer trabajar.

Con dos cartuchos ya fulminados y solo un naipe en la manga, Garitano destinó el último cambio a dar entrada a Erick Moreno, un jugador al que hace no muchas semanas había catalogado de pasado de forma. Uno de los fichajes llegados en los instantes finales del mercado, el colombiano, ha pasado varias semanas en la ignominia hasta que, de repente, ha entrado en los planes del preparador en busca de empatar o ganar ante el Oviedo. Chocante, cuanto menos, puesto que además de este escaso protagonismo había tenido alguna molestia física durante la semana. Un interrogante más.

De nuevo de vuelta al delantero sudamericano, es un atacante corpulento, amigo de jugar de cara a puerta y rematar de cabeza o al primer toque. Mejor no sacarlo de esa zona, que de espaldas sufre y con la pelota en los pies es excesivamente torpón. La clave hubiera sido que desde las bandas llegaran balones para que él intentase sacar provecho de ellos. Con Mojica en su país, las alternativas en los costados eran Moyano y Ángel, exhaustos en el papel de carrileros y Juan Villar, autor del primer gol y el jugador más destacado del Real Valladolid durante esta campaña.

Pues, para rematar el espanto, fue el gaditano el que abandonó el terreno de juego. Podía haberse ido Leao para subir a Timor junto a Tiba y formar un 4-4-2 más convencional y lejos de experimentos surrealistas. Podía haberse retirado del Moral, un jugador con poco ritmo y cuya actuación a varios metros del área baja muchos enteros. Garitano confía en el jienense y parece ser que Villar aún no ha entrado en este cupo, de modo que la elección final acabó siendo estéril para los pucelanos.

Decisiones sorprendentes

Cuando en verano Braulio, Suárez y Garitano afrontaron el reto de componer una plantilla, asumieron también que muchos jugadores abandonarían el club, incluso si llevaban varios años en la entidad. Peña, Valiente, Rueda o Sastre dijeron adiós y el vestuario se quedó solo con dos pilares experimentados y conocedores de la casa: Álvaro Rubio y Óscar González, coincidentes en ese sentido y distintos en otros.

El riojano ha ido creciendo, tras varias semanas en el banquillo, ya ha ido mostrando sus aptitudes y ganándose el puesto, mientras que el salmantino es un hombre con mucha calidad y peso específico que no termina de cuajar en estas semanas de competición. Pese a ello, ambos han sido los primeros en abandonar el campo, en el descanso, quitando al equipo sus dos principales hombres con galones. Mientras Rubio miraba nervioso el curso del partido, de pie, Óscar se limitó a sentarse en su asiento sin reacción. Son aspectos que acaban marcando la diferencia entre capitanes.

Cambios extraños en la pizarra de Garitano

Son decisiones que en un vestuario futbolístico acaban teniendo repercusión, ya que hay nombres en la taquilla con más peso que otros. Solo los jugadores saben si en ese espacio del José Zorrilla ha habido una charla seria tras la pésima imagen de los locales ante un público boquiabierto y superado en fervor por la siempre cálida hinchada del Real Oviedo.

Acostumbrados a la mediocridad

¿Y cuál ha sido la actitud del Nuevo Estadio José Zorrilla? La resignación. Los aficionados saben que este año el plantel es flojo, falta mucha calidad y que esta ausencia no se está supliendo con oficio. Las más de 3.000 personas que han llegado desde Asturias a estadio del Real Valladolid parecían estar en su casa, animando sin parar ante el estupor local, consciente de la fragilidad de su equipo.

Los silbidos que el año pasado eran muy habituales cuando los de Rubi no funcionaban han llegado a la mañana dominical, pero de una forma muy distinta. La actuación del Pucela merecía silbidos y críticas, pero estas llegaron con una intensidad muy inferior a la que podría esperarse. Ni siquiera hubo escabechina a la conclusión del choque y la ratificación de la derrota, tan solo miles de caras largas poniendo rumbo a su domicilio para decirle a la familia que nuevamente habían sido decepcionados.

La semana que viene es la Llagostera quien se pondrá delante del Real Valladolid. Con el recuerdo de lo ocurrido en Huesca, con una imagen precaria y triste, se antoja una inercia pesimista en la próxima jornada de los castellanos. El camino por recorrer es largo y las dinámicas pueden cambiar, pero será fundamental saber definir cómo quiere jugar el equipo y cómo lo hará cada jugador. Sin esa base, volver a Primera no será la misión.