El Real Valladolid es actualmente un equipo sin alma, de hecho, tampoco es un equipo. Sus jugadores no actúan con cohesión, no hay un engranaje que determine la posición de cada uno dentro de una línea ni se tiene claro cuál es la táctica ni la manera de juego que se pretende llevar a cabo. Ya se fue Garitano, que parecía el único causante de los males pucelanos. Llegó Miguel Ángel Portugal, llamado a traer calma a Zorrilla, confianza a los jugadores y ya después llegarían los resultados. Ni una, ni otra ni otra.

El entrenador burgalés lleva ya tres semanas trabajando con sus jugadores, y tan curioso es el fútbol que aún no conoce la derrota. Suma dos igualadas y un triunfo, cinco de los nueve puntos posibles, pero las sensaciones, esa rosa de los vientos que guían el devenir de un vestuario, siguen siendo funestas. No hay ningún futbolista que haga valer el precio de la localidad, tampoco los once que juegan tras la pelota hacen méritos por arrancar una triste palmada de una hinchada que no va a tardar en prestar más atenciones a su bolsa de pipas que a los jugadores que corretean sin rumbo.

5 puntos y cero ánimos con Portugal

El empate ante el Leganés acredita un Valladolid inerme, sin brío ni alegría por el fútbol, que sufre lo indecible para anotar un triste gol y que en su fuero interno sabe que raro sería salir con la puerta a cero. Mala mezcla para uno de los supuestos aspirantes al ascenso, que por lo pronto bastante tiene con no caer a los puestos de descenso.

Sin flor

Llama la atención que el Pucela saliera ayer de su estadio con solo un gol anotado. Curiosamente, fue derivado de un error de Serantes, un tanto que en circunstancias generales no habría llegado a las redes de la portería rival. Tras cantar la Traviata, el meta del conjunto madrileño se redimió con una acción de esas tan difíciles de catalogar como paradón o como fallo atacante. Manu del Moral cabeceó, con todo el arco para él, de tal manera que el portero pudo repeler con sus piernas a la desesperada. Típico lance en el que un equipo con dinámica mínimamente positiva marca. No es el caso.

Un pase de la muerte al que los delanteros locales no llegaron fue otra de las intentonas castellanas que se quedaron en el aire. Mientras, los pepineros iban llegando a los dominios de Kepa hasta que pasó lo inevitable y esperado. Fallo de marca, línea trasera mal ubicada y cabezazo sencillo para acallar a esos optimistas, que cada vez tienen menos razones para serlo, que veían ya tres puntos para el Real Valladolid.

Un rival objetivamente flojo, con dos titulares como Sastre y Omar, que meses atrás eran segundones en los pucelanos, hizo ver que la fe se va perdiendo. Esas esperanzas de que los tiempos de Garitano fueron un cúmulo de casualidades negativas ya se han evaporado. Portugal no ha dado bríos a un equipo abúlico, apático y con los fusibles apagados.

¿Efecto Portugal?

"A entrenador nuevo, victoria segura". Pocas promesas más ha conseguido cumplir el técnico burgalés tras su contratación. La supuesta confianza en sí misma que iba a otorgar a su plantilla ya se puso en entredicho la semana pasada en Almería, así que tampoco llegó ante el Leganés. Los jugadores tienen miedo, fallan pases impropios de su categoría y cometen errores que se explican en el ABC de este deporte.

El juego tampoco ha variado mucho desde el adiós del preparador irundarra. En la tarde del sábado formaron juntos Leao y Tiba, pareja lusa que mejoró tímidamente los registros de los centrocampistas en semanas anteriores. La línea ofensiva lo intentó, aunque sin el más mínimo acierto. Rodri lo intentó por todos los medios, del Moral no es aquel que llegó a vestir la camiseta nacional, Mojica corre sin control y Villar, el único que al principio de la campaña parecía destacar, se ha ido diluyendo en la pereza futbolística que predica el Real Valladolid.

Con el conjunto pucelano por delante, los locales no supieron controlar el partido para impedir que los de verde pudieran poner las tablas en el marcador. Los nervios y el aburrimiento, ya que cuando la posesión era albivioleta la pelota no llegaba nunca a la portería visitante, propiciaron el cantado empate. Con este panorama, Portugal no supo o pudo leer lo que necesitaban los suyos. Tras más de veinte minutos siendo muy inferiores al 'Lega', el burgalés retiró a Manu del Moral para poner a Álvaro Rubio y reforzar el centro del campo. Ya era tarde, pues el dominio era madrileño, y de poco sirve un cambio si los errores en retaguardia permiten que cualquiera anote tranquilamente a un Kepa desesperado.

Con diez minutos para intentar conseguir el triunfo, el banquillo se encontró con una situación que no tenía remedio. La apuesta de Guzmán por Mojica y del canterano José por Tiba hicieron ver que el entrenador no sabe bien cómo revolucionar al equipo, aunque tampoco cuenta con muchos efectivos para poder hacerlo. Es llamativo que Diego Rubio, que se antojaba titular durante la semana tras formar con Rodri en los entrenamientos, no disputara ni un minuto. La combinación de todos estos factores convierte a los pucelanos en un chiste malo, como la defensa, que tarde sí tarde también lleva las manos de los espectadores a la cabeza.

Por si no hubiera suficientes motivos para la desilusión, el Valladolid sufre todos esos males que afloran para castigar a los que ya son pobres de serie. Las lesiones están bajando la calidad de la plantilla, que jornada tras jornada tiene que completarse con canteranos, tanto en los entrenamientos como en las convocatorias. Los 9.000 valientes que suben a Zorrilla cada quince días cada vez tienen menos motivos para hacerlo, puesto que hace ya mucho tiempo que los disgustos no dejan de atormentar al conjunto castellano.

La mediocridad, los bostezos y los temores ya se han adueñado de ese club que hace unos tres meses quería ser inquilino de los puestos de ascenso. Actualmente, bastante tiene con no ser muy inferior a su oponente, por mucho que el nivel del de enfrente también sea escaso. El ritmo que lleva el Real Valladolid invita a pensar que, con Portugal o con Guardiola, se antoja complicado tener algún motivo para creer en cotas mínimamente elevadas.