Cuando la directiva del Real Valladolid el pasado verano apostaba por Gaizka Garitano para que devolviera al club pucelano a la Primera División apostaba por un estilo práctico, directo, que basaba su fútbol en una defensa sólida y sin fisuras y en unas transiciones rápidas para acabar el mayor número de jugadas. Robar y salir a la contra. Abrir el campo, extremos pegados a la cal, balones a la olla y disparar a la mínima oportunidad. No dejar de pelear hasta que el árbitro pite el final del partido. Si algo demostró en Eibar el técnico vasco es que competía como nadie. Pero nada más lejos de la realidad. Y es que falló el primer paso, fallaron los cimientos: la defensa sólida y sin fisuras no fue tal.

La zaga y la medular estaban totalmente descoordinadas, las líneas de presión no presionaban, los defensores daban todo tipo de facilidades y los rivales llegaban sin demasiada oposición a la portería defendida por Kepa. El equipo era frágil y vulnerable y en Segunda, donde la intensidad y el orden priman por encima de la calidad, o tienes un bloque compacto y tus jugadores están concentrados o no tienes nada que hacer. Tampoco era un equipo con facilidad goleadora, así que o la cosa cambiaba o la temporada se iría al traste muy pronto. Quién sabe cuánta culpa tenía el entrenador y cuánta los jugadores, pero lo único seguro es que los que vestían de corto no funcionaban como tenían que funcionar.

Centrales desesperantes

Salvando a Kepa, que poco podía hacer y poca culpa tenía de los desajustes defensivos de sus compañeros, empezaremos por la pareja de centrales. El caso de Juanpe sorprendió sobremanera. Apenas participó con Garitano y cuando lo hizo no rindió como se esperaba, ni mucho menos. Erraba en la marca, llegaba tarde al corte, siempre mal posicionado, nervioso y muy fallón con el balón. Como si no estuviese centrado. A pesar de ser solo tres centrales puros en la plantilla, se pasó el primer tramo de la temporada inédito, saltando al césped únicamente cuando uno de los zagueros titulares era sancionado o caía lesionado. Ni rastro de aquel notable defensor que unos meses antes se había erigido como pilar fundamental de un Racing de Santander en horas bajas. Incluso llegó a ser el desafortunado protagonista de dos penalti-expulsión seguidos.

Algo parecido, aunque menos grave, ocurría con Marcelo Silva. El uruguayo aterrizó este verano en Zorrilla con la vitola de jugador con nivel de Primera División, un jugador con el que, incomprensiblemente y para sorpresa de todos, Las Palmas no contaba tras haber sido titular la temporada del ascenso rindiendo a un alto nivel. El Pucela se llevaba así una de las joyas del mercado, una baza importante para pelear un año más por volver a Primera. Pero, contra pronóstico, Silva no empezó nada bien este curso. Tenía despistes tácticos clamorosos y no acertaba en la salida de balón. No se encontraba a gusto en el campo, no terminaba de adaptarse a su nuevo equipo. Era titular, si, pero no convencía. Junto a él un flojísimo Samuel, central limitado y lento pero contundente y tácticamente correcto, que tampoco estuvo a la altura y se vio muy superado por los delanteros rivales. Tan decepcionante fue el rendimiento en esta demarcación que la prioridad primera del club para el mercado de invierno, además del delantero, siempre fue el fichaje de un central.

Una de cal y otra de arena en los laterales

Por otra parte, para el lateral izquierdo se había confiado ciegamente en Mario Hermoso, canterano madridista de tan solo 20 años recién cumplidos que venía de jugar en Tercera División, nada que ver con la exigencia que se iba a encontrar en la categoría de plata de nuestro fútbol. Sin competencia en su demarcación, el jovencísimo fichaje (llegaba cedido por el equipo blanco hasta final de curso) estaba verde aún y necesitaba minutos; el salto era grande y tenía que aclimatarse.

Ofensivamente, Hermoso era un lateral atractivo y profundo

Su calidad era evidente -tiene la elegancia que viene de serie en los canteranos de los equipos grandes- y desde el primer día se le vieron unas cualidades francamente buenas, pero no es lo mismo enfrentarse a filiales y equipos de pueblos pequeños que a los Zaragoza, Osasuna o Mallorca. Ofensivamente, era un lateral atractivo, profundo, con una conducción de balón elegante y un buen golpeo, pero a la hora de defender sufría mucho. Perdía la marca con facilidad y adolecía una falta de contundencia preocupante. Parecía más un proyecto de futuro que una realidad. Incluso se subió a Ángel, del Promesas, un par de partidos para darle a Hermoso un toque de atención.

(Foto: Real Valladolid).
(Foto: Real Valladolid).

En el lado derecho encontrábamos la posición mejor cubierta de la línea de cuatro. Chica y Moyano respondieron bastante bien, tampoco para tirar cohetes, pero sí mejor que sus compañeros en la retaguardia. Cumplidores, correctos, sin errores graves e inteligentes a la hora de leer el partido. Chica con mayor vocación ofensiva y mejor manejo del balón y Moyano más disciplinado tácticamente, pero ambos rindiendo siempre a un nivel más que aceptable.

Un centro del campo sin garra

En el centro del campo la cosa tampoco iba bien en la labores de contención. Leao, siguiendo la tónica del curso pasado, no era el jugador que insinuó en sus primeros partidos como blanquivioleta y no aportaba lo que debía ni defensiva ni ofensivamente, Timor, como tantos otros compañeros, empezó la campaña 2015-2016 por debajo del nivel que se le presupone, y Tiba no tenía clara su función en su nuevo equipo. Álvaro Rubio, a sus 36 años y siendo un mediocentro eminentemente creativo, era el jugador que más balones robaba en la medular. Con eso se dice todo.

En tres cuartos de campo Óscar González ya no estaba para pelearse con nadie, Alfaro era el prototipo de jugador canario muy técnico y vistoso pero de nula capacidad de sacrificio, y Mojica ni conocía la palabra “defender”. Juan Villar, por su parte, funcionaba más como segundo delantero y, más preocupado en marcar goles que en ayudar a evitarlos, apenas pisaba su propio campo. Solamente Manu del Moral echaba una mano cuando el equipo no tenía el balón, pero las primeras semanas se las pasó lesionado y no estuvo al 100% hasta el cambio de entrenador.

Orden, concentración y sacrificio para revertir la situación

Ahora las cosas han cambiado. De hecho son muchas las cosas que han cambiado en el Real Valladolid desde que Miguel Ángel Portugal estampara su firma como nuevo preparador del equipo el 21 del octubre pasado. Y todas para mejor. El equipo defiende mejor, juega mejor y tiene más ocasiones. El único lunar que se sigue resistiendo es el gol, pero defendiendo mejor, jugando mejor y teniendo más ocasiones los goles llegarán. Lo importante era competir y se ha logrado. Lograr la implicación de todos. Ordenar y coordinar al equipo. Poner los cimientos, unos cimientos fuertes y difíciles de echar abajo. Pues entre todos esos cambios que han revolucionado al Pucela, el más drástico, el que más ha incidido en su crecimiento, ha sido sin duda el rendimiento defensivo del equipo.

Es curioso como un entrenador a priori defensivo como Garitano no supo darle al equipo el empaque y la solidez que si está logrando un técnico más ofensivo aboga por un fútbol vistoso y por posesiones largas como Miguel Ángel Portugal. La ironía del fútbol. Se defiendo desde la posesión, presionando tras pérdida para recuperar el balón lo más rápido posible. Se han adelantado las líneas, el mediocampo y los extremos se implican mucho más a la hora de coger las marcas y ningún jugador está exento del trabajo de contención. Y las cosas están saliendo.

Transformación con Portugal

La mentalidad es otra, la velocidad del equipo también, se respira frescura. Ahora Juanpe ha despertado de su inexplicable letargo, Marcelo Silva vuelve a ser el poderoso central que vimos en Las Palmas, Hermoso va madurando cada partido y poco a poco se va mostrando más expeditivo, Leao pasa por su mejor momento de forma construyendo y destruyendo a partes iguales, Álvaro Rubio da lecciones de cómo jugar al fútbol cada fin de semana (es sin discusión uno de los mejores jugadores de la categoría), Chica y Moyano mantienen su buen nivel, Mojica por primera vez en su vida baja a ayudar a su lateral, Manu del Moral se deja el alma en cada partido, Rodri no deja de presionar la salida del rival…

(Foto: Real Valladolid).
(Foto: Real Valladolid).

El crecimiento de Kepa en este curso será determinante para su proyección

Kepa se ve menos exigido y, contagiado por el buen hacer de sus compañeros, también se muestra más seguro bajo los palos. Su futuro no tiene techo y su crecimiento en este curso será determinante para su proyección. Y, como nunca es suficiente y por si las moscas, se ha fichado a Nikos, un lateral izquierdo (también puede actuar de central) duro y combativo procedente de Primera División que competirá con Hermoso por un puesto, y el añorado Borja Fernández, mediocentro defensivo sacrificado y trabajador que no para de correr en beneficio del equipo que dará fuerza y experiencia a la media.

Cuarto equipo menos goleado de Segunda

La mejoría defensiva del equipo es evidente a todas luces. Los números no engañan. El Real Valladolid, que a principio de temporada tenía su mayor preocupación en la cantidad de goles que recibía, ya es el cuarto equipo menos goleado de la Segunda División con 23 goles en contra en las 24 jornadas disputadas, solo por detrás de Leganés (20), Alavés (21) y Girona (22). Y Kepa Arrizabalaga, ya uno de los porteros con mejor promedio de la categoría, ha encajado tan solo 20 goles en 22 partidos. Los otros tres los ha recibido el canterano Julio Iricíbar en sus dos encuentros con el primer equipo.

A lo largo de lo que llevamos de temporada, el Real Valladolid ha conseguido dejar su portería a cero en nueve ocasiones y seis de ellas han llegado con Miguel Ángel Portugal en el banquillo. Desde que el técnico burgalés aterrizara en Zorrilla el pasado octubre, el conjunto pucelano ha recibido únicamente 10 goles en 15 partidos, lo que le coloca tercero en la clasificación parcial de dianas encajadas en ese periodo, solo por detrás de Leganés y Elche, ambos con un gol menos en contra en las mismas jornadas.

381 minutos consecutivos imbatido

Siguiendo con los números, vamos con un dato revelador: desde que el futbolista del Elche Álvaro Giménez batiera a Kepa el pasado 9 de enero, el Pucela acumula 381 minutos sin encajar un solo gol. 21 minutos del partido ante los ilicitanos y los duelos completos ante Mallorca, Córdoba, Alcorcón y Ponferradina. Es decir, cuatro partidos consecutivos sin recibir un solo gol. Y cinco partidos consecutivos sin perder (ante el Elche se empató). Solo una derrota en los que va de año, solo un partido perdido de seis jornadas disputadas.

Este es el camino para pelear por retornar a Primera. El equipo no arrolla y también tiene baches en su juego, pero atrás permanece infranqueable y eso al equipo le irá dando mucha confianza. La solidez defensiva es innegociable para lograr los objetivos, es un factor diferencial entre los equipos. Para construir el ascenso, primero hay que poner los cimientos, y parece que Miguel Ángel Portugal ya ha puesto la primera piedra.