Huracán Valencia es un grupo de genios que se unieron hace 5 años con toda la hambre futbolística del mundo. Manises tuvo el honor de albergarlos en sus tres primeras temporadas de vida. Hasta que las ganas de crecer llevaron a ese grupo a Torrent, segunda provincia más grande de Valencia.

El proyecto era ambicioso y el encargado de dirigirlo era un prometedor Émer Esteve. Con él al mando zarpó una temporada que prometía reenganchar a los torrentinos al fútbol. Y así fue en las primera jornadas de liga hasta que los empates, derrotas y escasas victorias fueron minando la moral del aficionado.

Del barco que zarpó en agosto con grandes dosis de ilusión, pocos hinchas quedaban y menos aún mantenían una sonrisa en sus rostros. De los 8 primeros encuentros solo se habían ganado dos. Los puestos de promoción se alejaban de ese ambicioso barco que había llegado hace unos meses a Torrent dispuesto a destrozar y aplastar a todo equipo que por delante suya circulase. Un sector minoritario de la afición comenzó a cuestionar al cuerpo técnico, la plantilla y la directiva. La temporada que comenzaba de manera idílica, se convertía pocos meses después en una trágica pesadilla. Todo parecía hundirse y el equipo que fue confeccionado para ascender, perecía no funcionar de ninguna de las maneras. A pesar de ello, Émer siguió siendo el entrenador hasta noviembre. En dicho mes, los rojiblancos sufrieron dos derrotas consecutivas. La primera sucedió en unas fría tarde de sábado en Castellón frente al filial del Villarreal y ante 100 huracanes. La segunda fue en casa, con Seligrat con un bloc de notas en la tribuna trazando lo que sería la senda hacia la final del Alcoraz.

El efecto Seligrat

De tener a parte de la afición cuestionando todo, dando por perdida la temporada y comenzando a planificar la próxima campaña, se pasó en pocas jornadas a tener la sensación de que se podía acabar el año siendo campeón. El efecto Seligrat se le llamó con gran acierto, pues nunca un entrenador había sido tan determinante y había dado la vuelta a una tesitura semejante con tan poca dilación. Un solo hombre consiguió en pocas semanas remontar una temporada en la que a incios se vislumbraba el alcance del nirvana pero donde se estaba coqueteando con la más absoluta decepción.

Seligrat nació y vivió durante años en Torrent, pero no fue eso lo que le proporciono el respeto de la afición, sino sus cuatro primeros meses como entrenador de Huracán en los que se mantuvo invicto. Toni Seligrat cogió las riendas de un equipo que era humillado en casa ante clubs en descenso y vapuleó en su estreno en casa al Gimnàstic de Tarragona (equipo que acabó la temporada ascendiendo a segunda división). Los aficionados asistían a los partidos ojipláticos y la veneración hacia ese antiguo vecino que ahora entrenaba a su equipo, era cada día mayor. La familia Huracán pasó de sufrir la rutina del empate con Émer, a disfrutar una mucho más beneficiosa: la de las victorias lustrosas. Al San Gregorio podían venir equipos de Castellón, Alicante, Tarragona o Elda; podían venir equipos históricos, ricos o plagados de talento; pero absolutamente ninguno arrancaba el autobús de vuelta con los tres puntos. El cambio radical podría ser tildado de mágico, pero Toni Seligrat no es ningún hechicero y la magia no existe. Existe el talento y la genialidad.

Se soñó incluso con ser campeón y se pusieron en ello grandes dosis de ilusión. Comprensible era con el fútbol y las victorias que practicaba Huracán Valencia en esta nueva era. El grupo de genios iba con todo, sin miedo y con el desparpajo que tiene un club joven cuando se plantea desbancar de la primera posición a un histórico club que fue anfitrión de los más grandes conjuntos durante varios años en primera división. Seligrat sacó brillo a su pizarra e intento culminar con excelencia su obra y conseguir así que le construyesen a él otra, de arte, en la puerta del San Gregorio. Pero por mucho que trabajes, el fútbol no siempre te lo recompensa. Muchos detalles y factores pueden echar por la borda tus horas de oficina y entrenamiento. Émerson Esteve lo sabe bien, al igual que Seligrat que lo sufrió en el tramo final de la temporada donde en Abril y Mayo solo se cosechó una victoria y fue la que certificó la clasificación de Huracán a los playoffs.

Estratega a doble eliminatoria

No se llegó a la promoción siendo campeón, pero se hizo siendo segundo y con uno de los mejores estrategas que se puede sentar en un banquillo de segunda división B. Mientras que Torrent bullía de emoción y el San Gregorio colgaba el cartel de "no hay entradas" a mitad de semana, Seligrat pensaba y analizaba al rival situando alineaciones de gran carácter defensivo cuando consideraba necesario. Entrenador de gran personalidad que supo hacer en cada instante lo que el rival le demandaba sin importar la opinión de una eufórica afición. La constante en los playoffs se repetía: fuera de casa agruparse y cerrarse para aguantar los ataques frontales y laterales, y en casa responder las ofensivas rivales de la ida. Ejemplo claro de ello es la ida de la segunda eliminatoria, frente al Guadalajara. En ella Seligrat alineó jugadores que no destacaban por su ofensividad ni su talento con el balón, pero que aportaban al equipo lo que él consideraba que necesitaba para salir de allí vivos y decidir el pase a la final en casa. Las críticas recibidas cuando se hizo oficial el once, fueron numerosas. La afición quería más artillería, quería masacrar al equipo local. Pero prácticamente ninguno de ellos había visto un partido del rival ni lo había estudiado tanto como el míster, y ninguna de las ideas que proponían hubiese funcionado tan bien como lo hizo la de Toni.

De ese modo mencionado y con un hombre alineando fiel a su estilo, los rivales se sorteaban y todo pintaba muy bonito. Pero la vida dejó de ser maravillosa cuando se alternó el orden de los partidos en la final, jugándose la vuelta lejos de Torrent. Toni tuvo que jugárselo todo fuera de casa. Todo la labor realizada a lo largo de la campaña estaba en juego en Huesca. Que la misión que trazó en su bloc de notas, en aquella tarde que presenciaba la última derrota de Émer Esteve, se cumpliese o no, se decidiría lejos de su territorio y rodeado de hinchas rivales.

Dos goles en cinco minutos destrozaron esa ilusionante senda del triunfo que fue creada en noviembre y por la que fueron conducidos los futbolistas hasta ese mismo instante donde todo se desmoronó. El camino por el que Seligrat conducía a Huracán era bueno y su ejecución también, pero el fútbol fue injusto con él. Tras el partido y una vez fuera del estadio, el entrenador se acercó a la afición que esperaba en el parking y les pidió disculpas: "Siento mucho el resultado. Os merecíais el ascenso". Sabias palabras de un hombre sabio. No dejaría de ser de sabios decir que el trabajo de Jose Antonio Seligrat también merecía el ascenso.