Decía Sigmund Freud que de igual manera que a alguien no se le puede forzar para que crea, a nadie se le puede forzar para que no crea. Por ello la campaña del Cádiz con motivo de la primera eliminatoria de la liguilla de ascenso ante el Racing de Ferrol, es tan acertada como utópica, tan respetable como cuestionable. Nadie duda en Cádiz que es el momento para la unión en el objetivo, pero de igual manera, en la ciudad existen escasos aficionados que no piensen que las sensaciones mostradas por el equipo, tanto en el plano psicológico como deportivo durante toda la competición, han generado un elevado grado de incertidumbre. La campaña del Cádiz se resume en una palabra: irregularidad.

En la campaña publicitaria #Yocreo existe un matiz que se pasa deliberadamente por alto y ronda por la cabeza de todos aquellos aficionados que han seguido al equipo amarillo durante todo el año, y no es otro que una cosa es creer que es posible y otra diametralmente distinta creer que puede ser cierto. Toda creencia suele ser vacilante o insegura, pues, tiene algo por verdadero sin estar seguro de ello.

En el fútbol como la historia nos ha enseñado que todo puede ser posible, ningún aficionado cadista quiere apagar de forma prematura la llama de la vela la ilusión, pero recurriendo a la lógica pura, tratándose del Cádiz actual, resulta un ejercicio muy sacrificado de fe el hecho de creer que puede ser cierto. Lo malo de que los aficionados hayan dejado de creer en el equipo no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo y en Segunda B suele pesar mucho más la física que la metafísica. En el caso concreto de este equipo no es la creencia la que determina el hecho, sino el hecho el que tiene que determinar la creencia.

Las arengas pueden servir para unir, pero las palabras se las lleva el viento, por eso el ser humano inventó la escritura sobre la piedra y el papel. Precisamente para que las intenciones no se las llevará el viento y quedara constancia histórica de esas creencias. En el caso del fútbol, el papel y la piedra quedan representados por la hierba, mientras que los escribanos son los futbolistas. Son aquellos que deben escribir sobre el césped las sagradas escrituras de una fe debilitada. Solo ellos pueden conseguir que una afición tan golpeada y desengañada como la del Cádiz vuelva a creer, las palabras están muy bien pero las creencias residen en las mallas de la portería rival.

Creer es sin duda un verbo especial que se expande tanto a lo ancho como a lo largo, pero que basa su razón de ser en una tercera vía en la que se resuelve su ecuación: lo profundo. Es en ese punto en el que se duda, en la profundidad de una plantilla que se vendió con la calidad y experiencia de muchos kilómetros, pero que ha dejado al aficionado con el desasosiego de que se ha adquirido un coche viejo con el kilometraje trucado. La afición del Cádiz siempre se ha enfrentado con pasión a este tipo de retos, pero en esta ocasión llega al tramo fundamental de la temporada como muchísima cautela. Su predisposición para creer es buena, va a hacer el enésimo ejercicio de fidelidad creyendo incluso en lo imposible, pero con su madurez difícilmente ningún tipo de video puede servir para que crea en lo improbable.

Por ello resultará vital lo que acontezca en Carranza, templo del fútbol gaditano, pues será el lugar donde se anunciarán respuestas o soluciones, posibles revelaciones de unas creencias que podrían llegar a tener más fuerza que todo lo experimentado y ya conocido. El Cádiz más que nunca se aferra al verbo creer, no se duda del verbo querer, pero se conoce sobradamente que la solución está en el verbo poder. En los mentideros del fútbol gaditano se hace muy viva la tensión entre creencias y saberes, entre fe y razón, pero nadie como los seguidores cadistas para conocer que no hay nada más irracional que el Cádiz Club de Fútbol y ese deporte que los trae por la calle de la amargura.