En el fútbol, entre el elogio y la elegía solo existe un gol de diferencia, pero existen importantes matices que decantan la confianza, la fe y los hechos, de un lado u otro. Cuentan en la tercera entrega del #Yocreo, que lo del Cádiz en el Campo de A Malata es una cuestión de magia, especialmente porque Jorge, ese mago mitológico que cada día se parece más John Lennon, pone voz y cara al enésimo sueño de los cadistas. Pero ya se sabe en Galicia "Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas” y en cuestión de magia y de meigas nunca se sabe lo que puede acontecer.

Ferrol en Cádiz

Para el gaditano común, Ferrol está casi al otro lado del planeta y lo primero que se les viene la cabeza son los freidores gallegos, el pulpo que ‘quita todas las tapaeras del sentío’, y que lo más parecido que hay de Ferrol en Cádiz es la fuente de los niños con paraguas del Parque Genovés, porque llover sí que chove, y mucho. Por su puesto, a los cadistas tampoco se les ha olvidado que en aquel equipo de zamarra verde jugó Raúl López, el futbolista que en lugar de corazón tenía un escudo en el pecho y, en lugar de escudo bordado tenían un corazón, un corazón amarillo. De la misma forma, tampoco se les olvida que en aquel equipo tan de Segunda B como el Cádiz y, tan de Play Off como el conjunto amarillo, militan dos jugadores cedidos por el equipo gaditano que posiblemente serían titulares en la plantilla del Cádiz actual: Garrido y Kike Márquez.

Con estos precedentes, que vienen a sumarse a la tremenda mochila que lleva por castigo todo aficionado del Cádiz, toda valoración que se pueda hacer sobre el decisivo encuentro a disputar en Ferrol, se debate entre la elegía y el elogio. La elegía porque la historia del Cádiz en los últimos años no la podría haber escrito ni Esquilo, posiblemente el mejor escritor de la tragedia griega. Quizás por ello cada año la afición gaditana salga invariablemente esquilada, mientras que una parte importante de los que tuvieron el honor y la suerte de defender la camiseta, salen a superiores categorías en las que suelen rendir a niveles jamás vistos en la Tacita de Plata. El problema es que suenan de nuevo campanas de elegía, especialmente si hay que atenerse a lo acontecido en Carranza hace solo siete días, mucho más si hay que remontarse a meses e incluso años atrás. El cadista necesita muy poco para creer, si no fuera así, hace tiempo que habría abandonado a su equipo, pero aceptando todos los tipos de variantes tácticas que Álvaro Cervera considere oportuno haya que hacer para conseguir el objetivo, se debería ser consecuente con lo que al aficionado cadista se le está vendiendo. En este caso, si se vende el encuentro como una cuestión de magia, en el Cádiz actual solo existe una posibilidad y esa magia se llama Dani Güiza.

La hondura de Güiza

Con la temática del Cádiz tanto Lorca como Miguel Hernández habrían encontrado la musa de la desolación, podrían haber hecho grandiosas elegías de lamento, pero si hubiera que hacer una oda en elogio a algún aspecto esperanzador con respecto al choque de Ferrol, costaría bastante encontrar alguno. Tan solo que no se duda de la profesionalidad y entrega de todos y cada uno de los futbolistas, pero que de hacer alguno, todos se los llevaría el delantero jerezano. Quizás a Cádiz llegó la versión más tardía, menos física y más cuajada del hondo futbolista del desmarque. Posiblemente haya sido el ausente más presente, porque un control suyo vale por mil de los que se ven a diario en Segunda B. Puede que el actual Dani sea lo más similar a la versión horonda de Rafael de Paula, pero el aficionado gaditano tiene todavía la esperanza de que se haya guardado sus mejores tardes para los partidos decisivos de la temporada. A nadie le cabe duda que en sus botas guarda aún naturales profundos con marchamo de gol. Pases desmayados mirando al tendido que ni sus compañeros imaginan y sus rivales no pueden neutralizar, y sobre todo goles como estatuarios para contribuir a un ascenso tremendamente soñado, pero difícilmente imaginado por una afición, que aprecia la mejora en solidez del equipo, pero que es consciente de su bisoñez de cara al gol.

La ilusión ni tocarla, tocar las bulerías del gol

Una de las campañas de publicidad más exitosas de los últimos años en el Cádiz decía así: La ilusión ni tocarla, sería bastante saludable para el conjunto gaditano que toda la plantilla, como hacía Raúl López, afrontara el partido con un escudo latiendo en la caja torácica y un corazón amarillo bordado en la camiseta, pero lo sería mucho más, conociendo que el partido de Ferrol se ha enfrentado como una cuestión de magia, que no se tocara la ilusión. Por lo tanto, que el único ilusionista del plantel del equipo cadista estuviera al menos en el terreno de juego, porque en caso de que no presentara problemas físicos, su no presencia sería tan absurda como contratar a Rafael de Paula para dejarlo en el banquillo y que nos enseñara a torear de salón. El Cádiz tiene que marcar en A Malata, y si las meigas del balón existen solo un mago puede evitar que la crónica del partido se convierta en la enésima elegía o en un ilusionante, mágico y renovado elogio. Y ese no es otro que Dani Güiza, porque el jerezano que conoce el duende de la bulería del gol, sí que sabe de meigas y queimadas para embrujar el balón.