La gente agota sus últimos días de ocio libre. Bebe a sorbos largos un cóctel de dudosa procedencia, a la sombra de un chiringuito, intentando no pensar en lo que le espera. Papeles, llamadas, pedidos… Tú, ajeno a esa falsa tranquilidad, miras un calendario en el que no hay festivos, donde cada domingo es laboral.

Ya ha empezado. Lo notas. Otra vez, el fútbol ha vuelto. Cada año te repites por estas fechas que no volverás a caer, que intentarás vivirlo de modo más racional, pero hace ya un mes que te has sacado el carné y te has preocupado por conocer la biografía de cada una de las nuevas incorporaciones. No trates de entenderlo…

Llegó el momento de reencontrarse con los compañeros de la peña. Y sí, también el pesado de detrás, que no para de decir: “Tira, tira, tira”, aunque el equipo vaya ganando 5 - 0. Tus padres y tu pareja también saben que el curso ha regresado. Se han acostumbrado a perderte los domingos, pero saben que parte de tu vida reside en las gradas raspadas de recuerdos de Pasarón, del Rico Pérez, de Las Gaunas, del Colombino, de Lasesarre

Campos sin acomodador, donde las palmas o los pitos le ganan a los flashes y donde las manifestaciones de odio y amor se exacerban. En ellos has pasado parte de tu infancia si has tenido la suerte de tener un mentor. En ellos te has colado en la juventud, en busca de emociones y cerveza a escondidas en una barra llena de caras maduras, que te hablan de Castillejo, Raúl Borrero o Borge, que las metían de todos los colores aunque ninguna cámara lo contase.

Ahora eres tú quien le cuenta al colega de Londres, emigrado desde hace cuatro años, cómo ha jugado el Sabadell, al que malamente puede seguir a pesar de tener decorada la habitación de tonos arlequinados. Pese a haber puesto pasta de su precario sueldo para salvarlo. A dos manzanas, vive aquel al que se le estrecha su zulo cada vez que escucha una ocasión desperdiciada en la Condomina. Muy lejos, vive el pelotón de los poliamorosos de todos los colores, con pocas ganas de sufrir la condena de ser de un equipo modesto.

Termina agosto y ha llegado el momento para ver a ese crack emergente, como le dicen algunos, pero que tú has visto crecer en las calles de tu barrio. Muchos presumirán en el futuro de haberle visto, cuando fiche por un grande, pero sólo habrán dado una lectura a sus estadísticas. Se sorprenderán de que un jugador hubiera rechazado en varias ocasiones a equipos de superior categoría, sin entender lo que es sentirse valorado por equipos y aficiones con ambición. Juntos quieren vivir un ascenso, el orgasmo del fútbol modesto, incomparable con cualquier otra emoción del deporte profesional, donde la invasión audiovisual y la mercantilización lo ha desnaturalizado todo. Aquí, el fútbol sigue siendo a las cinco...

Porque en Segunda B los triunfos te pertenecen a ti, socio y aficionado, que llevas los colores siete días a la semana. Que has invertido dinero en autobuses para recorrer media Península y estar en localidades a las que sólo llegarías si el GPS se hubiera vuelto loco. Tú, al que en el colegio le decían: “¿Pero, de qué equipo 'de verdad' eres?”, cuando respondías que seguías desde pequeño a la Ponferradina o al Toledo.

Los mismos que se apuntan al partido de Copa del Rey para ver al Primera de turno. Aquellos a los que les repites que no traten de entender lo que tú sientes cuando ves al equipo de tu ciudad triunfar, porque eso es algo que nunca se podrá explicar. Tu club se cuela entre las poros y deja sin voz. Y ya te ves esperando ese gol cabrón mojado hasta las trancas en noviembre, al que sigues esperando con la gorra puesta en junio. Pero, ¿para qué imaginarlo si puedes vivirlo?