A menudo se suele invocar a las generaciones jóvenes cuando se quiere cambiar un statu quo. El ímpetu, la pasión, el empuje. Parecen cualidades vedadas a la juventud. Pocas veces se cree que desde la veteranía, desde la experiencia, se pueda traer la frescura para cambiar situaciones enquistadas. “Viene de vuelta”. “Se le pasó el arroz”. Expresiones habituales cuando una persona de cierta edad lidera un movimiento, un equipo, un grupo humano.

Ese (entre otros) fue el argumento esgrimido por gran parte de la prensa española en editoriales y artículos de opinión que pedían la destitución de Luis Aragonés como seleccionador nacional, después de que España cayera eliminada ante Francia en los octavos de final del Mundial de Alemania, en 2006. A raíz de ese hecho, Zapatones tomó una decisión: iba a apostar por una idea y con ella iba a luchar por llevar a La Roja a cotas inimaginables para una afición y una prensa que llevaban más de 40 años viendo a caer a su selección en las primeras rondas de los grandes campeonatos.

El Sabio y el Faro. (Foto: Sport).

Así fue. Luis tomó decisiones. La primera fue iniciar un tránsito de selección a equipo. Para ello apostó por un bloque de forma clara. La juventud y frescura que siempre reinaron en su cabeza, quiso plasmarla con un grupo de futbolistas renovado. Dejó de convocar a varias vacas sagradas. Raúl la más destacada. Pero también Cañizares, Helguera o Salgado. Antiguos capos del vestuario, que dejaban espacio a una nueva generación. El único capo en aquella caseta era el Sabio.

Hora de sepultar la Furia

Esas decisiones, unidas a una clara apuesta por un estilo de fútbol novedoso en la selección española, trajeron unas críticas aún más feroces que en el Mundial. En ese ambiente enrarecido, España completó una floja fase de clasificación para la Eurocopa de 2008, necesitando de la repesca para conseguir el billete para Austria y Suiza. Los palos siguieron lloviendo y la selección llegó a Innsbruck (cuartel general durante el torneo) en un mar de dudas y de suposiciones. De puertas para afuera, claro.

Foto: Alejandro Ruesga | El País.

De puertas para adentro la sensación era la opuesta. Aragonés había formado un grupo compacto. Una familia. Las críticas enrabietaron a aquel grupo con el resultado ya conocido. En aquel momento Luis llevaba 50 años en el fútbol profesional, rodeado de furia española, casta, coraje y otros clichés que persiguieron a la selección mucho tiempo. Demasiado. A pesar de su experiencia, de su veteranía, las ideas del Sabio eran nuevas. Frescura. El técnico tenía claro que los valores del Toro eran pasado rancio. El estilo elegido era el acorde al grupo de futbolistas por el que apostó. Hizo de Xavi Hernández el faro del equipo y le rodeó de socios como Iniesta, Silva, Fàbregas o Cazorla, jugadores que debutaron de su mano. Para el gol dos jóvenes delanteros emergentes: Villa y Torres. Hambre.

El tiempo demostró que las controvertidas decisiones de Aragonés fueron acertadas. España ganó la Eurocopa, practicando el mejor fútbol que ha hecho jamás. Los penaltis contra Italia, la primorosa semifinal contra Rusia, el gol de Torres en la final. Ya son símbolos en el imaginario colectivo de la selección. Un brillante primer paso hacia los posteriores éxitos que logró Vicente Del Bosque.

En un día como el de hoy, los elogios y las anécdotas sobre la extensísima vida deportiva de Luis, lo inundan todo. Fuerte carácter, protección paternal con los futbolistas, perseverancia, tozudez… Todos ellos son atributos propios del Sabio, virtudes que perdurarán para siempre en la memoria. Pero que una persona que rozaba los 70 años mostrase esa amplitud de miras, ese pensamiento progresista y esa fe en sí mismo y en los suyos, para cambiar una realidad instaurada durante cuatro décadas, trasciende a lo efectivo. Llega a lo emotivo. Su luz marcó el camino que cambió el fútbol español. Su luz es un ejemplo de que las cosas se pueden cambiar. Su luz es la fuerza para el cambio.

Descanse en paz, Señor.