La Selección que no era España se mostró ante nosotros llegando desde el Monte Olimpo, con su camisa roja que no era roja, el mismo color y el mismo estilo que los de España, pero que no eran los de ella, quisimos verla y disfrutar como si de verdad fuera ella, pero no lo era. Y como era otra España nos ilusionó con un espejismo que tan solo duro lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Chispazos de un sueño que en el último minuto de la primera mitad del partido ante Holanda comenzó a tornarse en pesadilla. Pues desde ese mismo instante pudimos comenzar a intuir que la Selección acudía a la cita en ausencia de España.

Nos pareció que en la deliciosa conducción del otro Iniesta, el virtuosismo distribuidor del otro Xavi, en la milagrosa santidad del otro Iker o la raza del otro Ramos, podríamos dar continuidad a nuestro sueño, pero los nuestros, aquellos que nos hicieron vivir los momentos deportivos más maravillosos, habían dejado de ser ellos, por lo que la otra España tuvo que afrontar la cita mundialista en ausencia de Xavi, de Xabi Alonso, de Busquets, de Piqué, de Ramos, de Silva…

España, la verdadera, la de otro tiempo, jamás se habría dejado encajar siete goles en dos partidos por la sencilla razón de que nunca habría perdido la pelota y por tanto la posesión/posición con tanta facilidad. Menos aún habría generado tan pocas ocasiones de gol, desenvuelta, impostora y vestida con los viejos ropajes de la mítica Selección Española, la España que no era ella no nos logró engañar y mostró muy pronto que era absurdo engañarse a sí misma. Aunque los nombres y la apariencia física de sus futbolistas eran idénticos no podían ser ellos, en sus ojos que eran los mismos, no se podía leer lo mismo que años atrás, en sus piernas, que eran las mismas, se notó en demasía  la ausencia de la frescura y la chispa de las piernas nuevas. No se reconocían a sí mismos, no estamos distantes, estamos distintos, o simplemente no estamos, decían…

Y en ausencia de España se notó sobremanera la ausencia física y moral de un coloso como Carles Puyol, pues a esta otra España le faltaron muchas cosas de nuestra selección y le sobró sobre todo una: la triste manera de poner el epílogo a un sueño, la forma elegida para marcharse, de decir adiós. Eso es quizás lo más doloroso, puesto que sin sospechar la debacle, todos de una manera u otra intuíamos que podía estar cercano el final, puesto que nos costaba identificarnos, reconocernos a nosotros mismos en esta otra España que ha fracasado de forma histórica y estrepitosa en el Mundial.  Quizás sea porque esta maravillosa generación de jugadores está destinada para hacer las cosas a lo grande, por lo que ha caído con semejante estrépito.

Un tintero de ausencia se desparrama por las hojas pálidas impregnadas por el fracaso y es eso precisamente lo que nos duele, nos envuelve en un desconcierto para el que casi no tenemos respuestas, nos hace preguntar una y otra vez ¿qué ha pasado? Ese sentimiento presente que nos invade debe servir para poner la primera piedra de algo nuevo, pero no debe impedir que la débil memoria del fútbol entierre el gozoso agradecimiento que tenemos hacia ellos: los auténticos, los verdaderos. Porque si es complejo caminar sin estrella lo es aún más difícil caminar soportando el peso de ella.

En la precisa hora de tu ausencia se agolpan las hojas del calendario, pero no convirtamos en reliquias a futbolistas que aún pueden escribir el futuro de una España que en citas venideras debe volver a ser reconocible. Es momento de lamentar el no haber estado a la altura, de haber querido seguir siendo la misma en ausencia de aquella España, porque queramos o no hay muchos futbolistas clave de esta selección que no son los que eran.  

Lo que nos queda en este Mundial es lo más parecido a un silencio de guitarra muerta, pero esta dura lección recibida, es una lección de ausencia. La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, por ello comprobando lo complicado que es triunfar dando continuidad en el tiempo a ese triunfo, la pasión por lo que se consiguió debe ser mucho mayor. Cuando se nos paró el reloj, la otra España fue irreconocible y le faltaron quizás un poco de piernas, corazón y mala leche, para decir adiós de una forma mejor, más digna, pero estos chicos eligieron marcharse conociendo de primera mano la cara amarga de la derrota. Antes de rendirnos fuimos eternos, pero entre la eternidad y la rendición, se encuentra Hamlet al borde del precipicio con su dilema Ser o no Ser y la posibilidad de despeñarse sobre un mar picado de olvido. En ausencia de España los campeones manifestaron una tristeza demasiado visible que se acabó pagando de forma histórica en un Mundial que marcará nuestro destino.