Mientras las autoridades deportivas siguen siendo vergonzosamente permisivas con los enajenados del fútbol, mientras el aficionado al fútbol siente vergüenza ajena ante la ignominiosa escalada de violencia que genera todo lo que no tiene nada que ver con un balón, mientras la UEFA sigue actuando con levedad sancionadora ante una serie de actitudes que hacen un daño terrible al fútbol, los futbolistas y en concreto uno de ellos, se empeñan en demostrar que el fútbol puede convertirse en un modo de expresión artística.

Un grupo de muchachos juegan con peonzas y canicas de piedra, lo hacen realmente bien, pero solo uno de ellos lleva un balón de fútbol en los pies, porque sencillamente este chico les lleva siglos de adelanto. Juega a otra cosa, mientras los demás están en la edad de piedra, el fino hidalgo interpreta un fútbol que solo los críticos de arte pueden llegar a descifrar, a comprender. Caminante blanco y solitario, su figura se asemeja a la de un barco de papel que navega sobre la tormenta perfecta. Un barco que en ocasiones es tan sencillo como un avión de papel doblado, pero tan complejo que vuela en mitad de un tornado de defensas. Entre ellos sopla una brisa ligera que se escapa, que diez y cien veces vuelve a prender, hechizar y encarcelar a la pelota, que anestesiada entra en trance cuando la porta en su pies.

Transitando por los senderos imposibles del fútbol

Por un momento sus rivales rastrean, más hondamente que nunca, la fugacidad de su forma y lo perciben inalcanzable, como transportado a otra dimensión que solo él conoce, porque este chico conoce los atajos y transita por los senderos imposibles del fútbol. Sus rivales apenas aciertan a distinguir el suave aleteo de una mariposa que brilla cargada de ensoñación. Andrés Iniesta tiene esa gracilidad de la mariposa que vuela, también su fragilidad, que lo convierte en un futbolista surgido de la pluma de H. G. Wells, pura ciencia ficción. Posee esa velocidad sutil del cervatillo que intuye el peligro, y es capaz de huir sin aparente demasiado esfuerzo de una manada de leones. Cuando el aficionado le ve evolucionar sobre el proscenio de un terreno de juego, percibe al instante de que se encuentra ante una especie absolutamente diferente al resto. Posee la capacidad única de aquellos grandes artistas, que son capaces de dejar un enjambre de recuerdos que superan en veracidad a los acontecimientos reales.

La generosidad, el halo de irrealidad

Ciertamente es real, pero cuando recibe la pelota el tiempo se detiene sobre un halo de irrealidad, en ese instante Iniesta arranca grácil con su escudo protector de genialidad, tan impenetrable como el Enterprise. Es un futbolista ciertamente lejano del yo y del apego material porque es sumamente generoso. No hace mucho se le ‘quiso’ dar por acabado, una incipiente calvicie y su atardecer encanecido, atrajeron ávidamente a los cuervos que intuyeron atisbar el final de su carrera, pero la madurez siempre rejuvenece y este futbolista guarda aún muchos instantes de magia por regalar. Además aunque a Don Andrés también le llegará el momento de decir adiós, su juego de fábula forma parte de la historia interminable por la sencilla razón de que hace tiempo que traspasó las barreras de los colores y los fanatismos, para instalarse en la memoria colectiva de las aficiones. Cautiva a la gente porque sencillamente deja que su juego tranquilamente ocurra, acontezca con una naturalidad ciertamente inexplicable.

Belleza ante la barbarie

Ni los más enajenados del fútbol y su barbarie pueden con Don Andrés, que parece querer convencer al Borges que está en el cielo, que el fútbol no es un estúpido acto de violencia porque es popular, sino que es popular porque además de emocionante puede llegar a ser bello, una de las más divertidas estupideces de la vida. Iniesta ha sido una vez más aquel futbolista que ha conseguido resolver una de las cuestiones que nos hicieron dudar tras los últimos acontecimientos: ¿El fútbol era algo triste o algo divertido?

Conjugación alquímica del verbo

El jugador manchego es el verbo hecho fútbol, la diferenciación entre sus conjugaciones, en su caso no basta con mirar, tampoco es suficiente con lo observado, sino que el secreto de su conjugación alquímica reside en lo que se contempla. Iniesta delimita a la perfección las lindes que separan el fútbol de un juego simplemente viril a una expresión artística. Si el piso, el suelo de los terrenos de juego de los estadios, en lugar de césped, fuera de cemento armado u hormigón, el único futbolista de la actualidad que sería capaz de hacer germinar una flor en ellos sería Andrés Iniesta. En cada estadio de la vida florece, florece toda sabiduría y toda ciencia para su tiempo y aunque no puede durar eternamente, su virtud será la pervivencia, su continuar despierto en el recuerdo, su vital inhumación en la palabra de las generaciones que le evocarán de continuo.

Ni por todo el oro del mundo

Cuando la afición contemple el césped y ya no le pueda ver, de repente le parecerá lejano y fantástico lo que hoy cree tener en la mano. Por ello cada acción técnica, cada pase, cada regate, cada jugada, tan maravillosa y grácilmente interpretada les desorienta. Tanto como para temer el olvido, como para desear retener ávidamente en los archivos de la memoria la diluida y casi imperceptible figura de un joven descolorido con toda la policromía del fútbol en sus pies. Porque a Iniesta tan solo le queda el truco de la volatilización para convertirse en sueño, por todo ello, ni por todo el oro del mundo nadie cambiaría el juego de Andrés. Mucho menos por un Balón de oro, pues sería ciertamente vulgar conformarse con el tesoro de una pelota fundida en el citado metal, cuando el aficionado lleva años descubriendo en sus botas la ubicación real de las minas del rey Salomón. Por esa razón, ni Ali Babá y los cuarenta ladrones de la UEFA, podrán arrebatar al aficionado el placer de disfrutar de la feliz inconsciencia, la nobleza regia y sencillez de un sembrador de estrellas como Don Andrés Iniesta. 

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.