Hace cuatro años que estoy en mi empresa.

Llegué tras un gran esfuerzo por parte de esta al pagar lo que yo consideraba que debía cobrar y con una gran expectación por lo que consideraban que yo sabía y podía hacer.

Al principio todo eran ilusiones. Aquel lugar funcionaba muy bien y mi nuevo despacho resplandecía. Pusieron el mejor equipo a mi cargo, los mejores profesionales y las mejores herramientas. Todo estaba de cara para que contribuyera al crecimiento de esta, nuestra querida empresa. Pero la cosa se torció –nunca mejor dicho- cuando un buen día tropecé bajando por la escalera y rodé, chocando contra todos y cada uno de los malditos escalones. Mi pierna derecha, destrozada…

Un año estuve entre hospitales y rehabilitaciones. Mi empresa no lo podía creer, al fin y al cabo después del gran desembolso no podían disfrutar de mi trabajo. Pero me pagaron religiosamente todas y cada una de mis nóminas. No me dieron la baja ni me hicieron la vida imposible sino que pusieron a mi total disposición a los mejores médicos del país (y alguno internacional) y no escatimaron en gastos para que volviera a estar con ellos en plenas condiciones.

Y así, tras un año, volví al trabajo agradecido por cómo se habían portado conmigo. Solo que, tras un año de inactividad, yo no era el mismo y necesitaba tiempo para volver a rendir. No hubo problema por ello ya que me asignaron trabajos de menor enjundia hasta que estuviera preparado para volver a hacerme cargo de mi equipo. Todo eran facilidades.

Pero yo seguía sin recuperarme del todo y decidieron que me mandarían a una empresa amiga en Alemania, donde volvería a coger protagonismo y me volvería a hacer fuerte para volver con ellos “a todo gas”. Y allí que me mandaron, un año entero. Y los alemanes me trataron como un rey… hasta que me volví a caer. Esta vez fue subiendo la escalera… mi rodilla izquierda… No tenía bastante con tener una pierna regular, que ahora fue la otra.

Vuelta a Sevilla, vuelta a mi empresa, vuelta de nuevo a médicos, rehabilitaciones y llantos. Otro año más en blanco sería demasiado pero desde mi empresa me animaban constantemente, creían en mí y querían que volviera. No tuve suerte pero encontré el mejor apoyo posible.

Y tras recuperarme del todo por fin empecé a trabajar con ellos de nuevo, con muchas ganas de devolver toda la confianza que me habían dado. Hice algunas cosas interesantes pero la mayor parte del tiempo era improductivo. Costaba demasiado dinero a mi empresa para lo poco que producía y decidieron que, en mi último año, me fuera a trabajar a otro sitio, eso sí, sin hacerme perder dinero (de hecho, ellos me pagaban tres cuartas partes de mi generoso sueldo). A cambio de esto, si en este año en mi nueva empresa volvía por mis fueros, podrían hacerme un contrato nuevo y darme una nueva oportunidad de devolverle una pizca de lo que me habían dado.

Como yo lo que quería era desarrollar mi profesión, acepté. Y me fui a una nueva empresa, más modesta y con menos presión. Y allí volví, por la puerta grande. Volví a ser ese profesional en el que se fijaron hace cuatro años y volví a ganarme el respeto de todos. Y entonces decidí que no quería volver porque sabía que otra empresa me daría mucho más y, al fin y al cabo, el dinero lo es todo. No diré que no estoy agradecido a mi antigua empresa pero al fin y al cabo me queda el resentimiento de que, cuando ya estaba bien, no me dieron el sitio que merecía. No supieron valorar al magnífico profesional que tenían ni quisieron mejorar conmigo.

Y ahora les va regular y yo que me alegro. Si se les ocurre hacer efectiva la cláusula de renovación de mi contrato los denunciaré. Yo solo firmé porque pensé que ya no me querían y que nunca la usarían. Bah, ahí no vuelvo ni loco…

Me voy a hacer de oro. Muchas gracias por todo.

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Sobre el autor
Antonio Míguez Vega
Redactor en VAVEL.com