Cualquier persona medianamente interesada en el fútbol sabe que un derbi no es moco de pavo. Es un partido donde, más allá de tres puntos, una eliminatoria o un título, está en juego el orgullo. Efectivamente, es más importante vencer al rival que levantar la copa de campeón. No basta con que tu Real Madrid gane la Champions, además tiene que ser mejor que el Atlético. Y si no lo consigues, en lo más hondo de tu ser tendrás que asumir que esa ‘Décima’ no es más que una baratija. Eso es un derbi.

Espanyol contra Barcelona, Celta contra Deportivo, Real Murcia contra Cartagena, Real Sociedad contra Athletic, Las Palmas contra Tenerife… En cada rincón de España, aunque sea entre pueblos vecinos, se ha crecido con estas rivalidades. Intentas llamarlos amigos, aunque morirás convencido de que eligieron el bando equivocado de la batalla. Se busca el hermanamiento, la amistad en territorio comanche, mas solo será una cortina de humo previa al verdadero enfrentamiento. “No le busques explicación, es solo un sentimiento”, dicen. Nadie te enseña que tengas que ser de este equipo, eso se sabe desde el primer momento.

Pero existe un lugar en el mundo donde todas estas palabras quedan pequeñas. Hay un lugar en España donde su pasión y rivalidad solo es equiparable a un ‘Superclásico’ Boca-River. A la orilla del Guadalquivir, en Sevilla, nacieron, hace ya más de cien años, dos culturas que, por suerte o por desgracia, estaban destinadas a rivalizar. Y, desde entonces, no han parado de hacerlo ni un solo día. Son el Sevilla y el Betis, destinados a conquistar su ciudad como los antiguos gladiadores. Como todavía cantan Los del Río, “Sevilla tiene un color especial”.

Betis 0-2 Sevilla
Pancarta de Biris Norte en el Villamarín

Recuerdo una tarde en la que yo intentaba convencer a mi padre, un hombre que, aunque detesta el fútbol, sabe algo de casi todo, de que la afición del Atlético de Madrid es la mejor. Le enseñé fotos de la grada a reventar en Segunda División y la celebración del centenario, pero no pude convencer a ese señor tozudo. A todo esto, mi primo saltó en la conversación destacando las aficiones de Sevilla y Betis. A mi padre solo se le ocurrió decir una cosa: “Allí lo viven de otro modo, no puedes compararlo con nada”.

Efectivamente, mi sabio padre dio en el clavo. El sentimiento que imprimen las dos aficiones en todo momento es inigualable. Aunque Sevilla y Betis no puedan verse las caras esta temporada, todo el mundo sabe que el derbi se está jugando. Se juega en la parada del autobús, en la cola del supermercado y el instituto. Si tu equipo pierde, y más si lo hace por goleada, ya sabes lo que te toca aguantar hasta que se les olvide. O hasta que el otro equipo reciba el mismo castigo, en cuyo caso siempre se puede recurrir a Joaquín, Kanouté, la Europa League o la Copa del Rey.

Cualquier excusa es buena para demostrar que tu equipo es el mejor. Desde que empieza la temporada, cuando se compara el número de abonados de uno y otro equipo, hasta que acaba, momento de sacar las estadísticas. En condiciones normales, el que acaba primero en la clasificación gana, pero todavía quedan argumentos para refutar esa teoría. La diferencia en el presupuesto o esas ‘ayudas’ arbitrales son algunos de los favoritos, pero no tanto como el enfrentamiento directo. Es decir, quien gana al eterno rival se queda con la corona.

Por eso, cuando es día de derbi, Sevilla se paraliza casi del todo. Media hora antes, las calles se vacían y todo el mundo comienza su ritual en bares y casas. Si sales a la calle en ese momento, lo máximo que podrás escuchar es al Arrebato sonando desde algún balcón. Los amigos que no han tenido la suerte de ir al estadio y verlo en directo se congregan en torno a cualquier televisor que ofrezca el espectáculo. Ya solo queda tiempo para rezar y esperar que el golpe no sea demasiado doloroso, o que el éxito se recuerde durante décadas. De nuevo, el orgullo de dos aficiones está en juego, y más vale que los futbolistas sean conscientes del escudo al que representan.

Betis 0-2 Sevilla

Precisamente, debido a la emoción de la que se viste la ciudad al completo, los protagonistas en el terreno de juego no tardan demasiado en contagiarse. Da igual que seas campeón de Europa o que estés a punto de descender de categoría, en un partido como estos solo importa la intensidad que metas. La grada pegando botes te recuerda por qué estás ahí, es imposible no notar la sangre corriendo por las venas. Si es necesario salir en camilla, por lo menos así podrás demostrar a los aficionados que lo has dejado todo por ellos.

Se acabó el partido, y la intensidad no fue suficiente para limar las grandes diferencias entre un equipo y otro. La goleada ha sido sonora, pero no tanto como las mofas de tus rivales más irrespetuosos. Lo que te va a tocar aguantar hasta el próximo derbi no va a ser poco, así que tomas aire y asumes que no debiste hacer esos comentarios en la previa. Tu único consuelo es saber que el equipo lo ha dado todo para ganar, aunque no haya servido de mucho. No serás de esos que se acerque a la ciudad deportiva para insultar a los jugadores mientras entrenan, aunque a una parte de ti le encantaría. Al fin y al cabo, han sido sometidos por el único equipo del mundo que no podía hacerlo.

Esto es el derbi sevillano. Una rivalidad donde hispalenses y verdiblancos no se pueden ni ver, pero no pueden pasar el uno sin el otro. Aunque a los rojiblancos les haga gracia que el Betis esté en Segunda, sería hipócrita no reconocer que se le echa de menos en Primera. Porque si eres “más bético que el escudo”, como dijo el padre de Cejudo sobre su hijo, o más sevillista que azul el mar, una temporada de fútbol no está completa sin el derbi. Aunque te queme el culo en el asiento, es necesario visitar el infierno, como mínimo, una vez al año.

A nadie le gusta caer contra su eterno rival, pero es más doloroso todavía perderlo para siempre. Somos así; nuestros enemigos son casi tan importantes como los amigos. Ellos nos obligan a ser mejores, a superarnos y a no relajarnos en ningún momento. Ya se lo dijo el Joker a Batman en la película de Christopher Nolan: ¿Qué haría yo sin ti? Porque hasta Dios necesita a Lucifer, y los Pitufos no serían lo mismo sin Gargamel. Porque esta es una relación amor-odio digna del mismísimo Almodóvar. Porque ni Shakespeare hubiera escrito un guión tan bonito. Porque te odio y, a la vez, me vuelves loco. Porque me resulta imposible estar a tu lado, pero no puedo vivir sin ti.