El Sevilla FC consiguió su segunda UEFA tras doblegar a la final al Espanyol en Hampden Park, Glasgow, en los penaltis gracias a una histórica actuación de su portero, Andrés Palop.
El destino decidía. Darle la segunda UEFA consecutiva al Sevilla para consagrarle o para el Espanyol, que ya había perdido una final en los penaltis ante el Leverkusen años atrás.

Empate entre dos estilos

Los 11 metros iban a coronar a uno de los dos. Durante el partido, el Sevilla fue superior. Palop, Alves, Drago, Javi Navarro, Adriano, Maresca, Martí, Poulsen, Puerta, Luis Fabiano y Kanouté formaban un equipo temible. Desde los cimientos de la portería nació el primer gol. Palop recogía un balón alto y se lo servía, a una mano y con una fuerza extraordinaria, a Adriano. El brasileño galopó una impresionante carrera y definió con una maravillosa rosca para abrir el marcador. Tan solo 10 minutos después, Riera empataba el partido, con una buena jugada individual que culminó con un chut desviado por Alves al fondo de la red, ante la impotencia del que iba a ser el héroe de la noche. El curso del partido siguió trabado. El Sevilla dominaba pero no materializaba, y el Espanyol, con Riera, De la Peña, Tamudo o Luis García, asustaba a la contra. La final llegó a la prórroga. Navas, recién incorporado, hizo alarde de sus mejores virtudes; carrera, drible y centro. Y Kanouté lo aprovechó para marcar el 2-1 y rozar la Copa.

Pero el Espanyol no se achicó.  Aun con inferioridad numérica por la excesiva contundencia de Moisés Hurtado, esperó su momento. Y llegó con un trallazo de Jonathas, para enloquecer a los pericos.

Los penaltis son de Palop

El corazón de Hampden Park latía con fuerza. Todas las miradas estaban centradas en la portería del gol sur donde se iba a disputar la tanda de penaltis.
El encargado de ejecutar el primer disparo era Frederick Kanouté. El hombre de acero. El león de Mali. Confiado, tranquilo, calmado. Tras marcar el segundo gol del Sevilla en el partido parecía que eso era un juego de niños. Y lo fue. A la derecha, un tiro raso, perfecto. Gorka rozó con la punta de los dedos el balón pero no pudo evitar lo inevitable.
Ahora era el turno de Luis García. Nervios, indecisión. Mucha carrerilla. Andrés, mientras, esperaba su momento de gloria y bailaba bajo palos feliz, como si supiera ya lo que iba a ocurrir. Y lo sabía. El chut fue a la izquierda, sobrevolando el césped por pocos centímetros, pero Andrés lo paró sin dificultad. Lo adivinó perfectamente. Se fue tranquilo, mirando fijamente a su compañero Dragutinovic.

El serbio Drago jugó esa noche un partido impecable y podía poner la guinda al pastel con ese lanzamiento. Secó el balón con la camiseta. Se oía un silencio sepulcral en Glasgow. Era un penalti muy decisivo para conseguir la preciada copa. Con menos carrerilla de la habitual para un central, envió el balón justo donde anteriormente lo había mandado Luis García. Pero Palop no era el portero. Era Gorka, que se tiró hacia el otro lado y, mientras volaba, se lamentaba del engaño.
El rifle Pandiani fue el elegido. Delantero con experiencia, buen lanzador de penaltis. Su pena máxima era muy importante. Y él era consciente. Palop danzaba. Pandiani cargaba el rifle. Disparó. Y su bala limpió las telarañas de la escuadra derecha. Andrés, impotente. No pudo hacer absolutamente nada.
Era el turno de Daniel Alves, para muchos el mejor lateral del mundo, que cuajó un gran partido.  Se le veía nervioso, agitado, como si se arrepintiera de haberse ofrecido a lanzar ese penalti. Y sí, se arrepintió. Su chut se fue alto. Ahora todo estaba más igualado. Si Jonatas marcaba volvería el empate. De nuevo.
Jonatas miraba la portería con anhelo y con respeto. Sus ojos brillaban con ganas pero por allí también lucía una chispa de miedo. Cogió carrera y chutó con potencia hacia la derecha. Pero allí estaba,de nuevo, Palop. Su mano firme, atajó la bola. Listo, intuitivo. Se fue como si no hubiera pasado nada, ajustando sus armas más poderosas. Sus guantes. Y, a la vez, se le dibujaba media sonrisa en sus labios.


Turno para el dorsal 16. Antonio Puerta Pérez. Consciente de su crucial papel. Carrera. Paso firme. Chut al medio, algo orientado hacia la izquierda. Gol. Gorka, desesperado, se levantaba de la parte derecha de la portería. No atajaba ninguno.
Momento de Torrejón. Si fallaba, el partido acababa. El Sevilla se veía rozando la gloria. Andrés dejó la pelota en el área, sabiendo que el lanzador tendría que acercarse al balón y a él. Así lo hizo. Mirada fija de Andrés que el perico desvió rápidamente. Carrerilla. Mirada al árbitro. Mirada a Palop que se preparaba para saltar. Y antes de que chutara, Palop ya había dado un paso hacia la izquierda. El chut salió hacia esa banda, fuerte y colocado, muy bien lanzado. Pero Palop ya estaba allí , como si siempre hubiese sabido que esto iba a suceder. Y sucedió.