Ganar y esperar. No le quedaba otra al Sporting en su visita a Sevilla. Los hombres de Abelardo salieron decididos a hacer su trabajo. Poco o nada importaba la espectacular racha del Girona, diez victorias y dos empates en los últimos 12 encuentros, había que creer y el Sporting creyó. Creyó como llevaba creyendo desde que arrancase la pretemporada el pasado verano, sin fichajes e inmerso en una crisis institucional más que destacable. Creyó por su afición, esa que no ha dejado de alentarle ni un solo segundo desde que Ledesma López señalase el inicio del encuentro ante el Numancia el pasado 23 de agosto. Creyó porque su técnico, Abelardo, les había convencido y creyó porque perder tres partidos de 43 tenía que tener premio. Enfrente, el campeón, un Betis ya ascendido que había hecho sus deberes y esperaba despedirse de su afición con victoria.

Desde el inicio y en medio de un fuerte calor, se vio quién se jugaba los cuartos: el Sporting, a manos de un imperial Sergio, comandó el partido desde el principio. Fraile tuvo la primera ocasión tras un pase filtrado precisamente por el avilesino. Poco después, Carmona, titular en detrimento de Jony, estrelló el balón en el poste de la portería defendida por Dani Giménez. Los verdiblancos intentaban reaccionar tímidamente en acciones de sus dos estiletes, Rubén Castro y Jorge Molina, pero en vano. El premio a la insistencia visitante llegó en el minuto 23 con el gol de Guerrero. El toledano, en boca de gol, volvía a aparecer para desatar la ilusión en el sportinguismo. En esos momentos, el Girona empataba y los rojiblancos se encontraban a tan solo un tanto del ansiado ascenso. Los asturianos continuaron buscando el gol sin éxito, hasta que al filo del descanso se conoció que Sandaza, otra vez Sandaza, había adelantado a su equipo en Montilivi.

Frialdad e imprecisión en la reanudación

El gol del Girona, se dejó notar en los asturianos que acusaron el golpe al inicio de la segunda parte. Abelardo, quizá pensando en el playoff, dio entrada a Rachid. El argelino, sustituyó a Sergio, sin duda alguna el mejor del choque. Jony fue el siguiente en saltar al césped. La suplencia pareció sentarle bien al cangués, ya que nada más salir remachaba a la red un centro chut de Fraile. Corría el minuto 59 y con ese tanto el Sporting había dado otro paso más: superar al Girona en diferencia de goles cuando, en principio, restaba poco más de media hora para el pitido final en ambos campos. Nada más lejos de la realidad. En el 67, Isma López, uno de los jugadores más incisivos del Sporting en esta recta final de temporada, volvía a colarse en el balcón del área rival y establecía el 0-3 en el luminoso.

Eterna espera, delirio y suspense

Con el gol, el Sporting decidió enfriar el partido. Ya solo le quedaba esperar que el Lugo, que empezaba a inquietar la portería de Isaac Becerra, lograse el empate. Un anhelo que con el paso de los minutos empezaba a convertirse en una auténtica quimera. Sin embargo, el fútbol volvió a demostrar que es un deporte imprevisible y en el que todo puede suceder. Dos minutos pasaban del tiempo reglamentario cuando Pablo Nicolás Caballero, delantero argentino nacido en Santa Fé, se elevaba más que nadie y con la testa lograba romper las redes de Becerra. Restaban dos minutos para el final y el Sporting estaba en Primera.

En los posteriores 80 segundos ocurrió de todo: gol anulado a los locales por fuera de juego, lo era de Lejeune, y posterior botellazo al asistente. El colegiado, curiosamente el mismo que arbitrase el polémico encuentro entre Las Palmas y Córdoba de la pasada temporada, no dudó y ante tan lamentable acción se retiró, junto con su equipo, a los vestuarios. Todo el mundo dio el partido por concluido, pero quizá por añadirle más épica a la mayúscula temporada del Sporting, el trencilla decidió que se jugasen cuarenta segundos más cuando el campo estaba ya vacío. Por fortuna, el Lugo despejaba el último balón colgado y alguien con bigote desde arriba, sonreía; el Sporting, tras un año difícil de igualar, volvía al lugar de donde nunca, ni por historia, ni por afición debió salir: la Primera División.