En el fútbol moderno existen pocos jugadores que sean capaces de sentir en sus carnes los colores de cualquier equipo; la realidad es que el mercadeo constante de futbolistas y las cifras astronómicas que se manejan han dejado a un lado el amor por un escudo, dejando a un lado el idealismo más arraigado de aquellos que siguen creyendo en la fidelidad. Quizás, hace unos años la única diferencia entre aficionados y futbolistas era que unos estaban dentro del césped mientras los otros los alentaban desde la grada, pero ahora mismo la relación entre ambos es bastante diferente. Sin embargo, existen un privilegiado grupo de hombres que todavía guardan en sus corazones el amor por unos colores y un escudo, una especie en extinción que mantienen viva la llama de todos los románticos del fútbol.

Para Juan Carlos Valerón el partido de este fin de semana ante el Deportivo será algo mucho más que noventa minutos de fútbol, será un torbellino de sentimientos encontrados, de recuerdos y de dos equipos que, desde su punto de vista, son los de su vida. Valerón tiene la sangre un poco teñida de blanco y azul La personalidad del de Arguineguín no esconde esos pensamientos, simplemente los deja escapar con la misma naturalidad con la que intenta dar un pase medido. Valerón siempre fue un futbolista diferente, de esos que saben equilibrar el uso del corazón y la cabeza, sabiendo qué debe hacer en cada momento sin la necesidad de pararse demasiado tiempo a debatirlo.

El Depor y A Coruña son una parte importantísima en la carrera del Flaco y no lo ha escondido nunca, aquellas lágrimas derramadas el día de su despedida, el día del fatídico descenso a Segunda pusieron su piel de gallina y cerraron su garganta, teniendo que pasar seguramente uno de sus peores momentos sobre un terreno de juego. Ese tipo de actos es lo que define a un caballero del fútbol, a un hombre cuya sangre tenía un poco de blanco y azul. Le sabía mal dejar al equipo así, los remordimientos le llenaban el estómago de molestas mariposas, pero ya no había marcha atrás, por desgracia.

UN HOMBRE Y DOS AMORES; UN ROMÁNTICO

Valerón dejó A Coruña pero sólo para volver a casa, para volver al club donde dio sus primeros pasos como profesional: la UD Las Palmas. Juan Carlos lo quiso así, quería regresar a su génesis futbolística para terminar con su carrera y no desaprovechó la oportunidad. Su vuelta a la isla era como reencontrarse con un viejo anhelo y un antiguo idilio cuyo fervor nunca llegó a apagarse nunca. Dentro de su ser, Valerón guardaba un pedacito de su corazón para el equipo de su tierra cuando podría haber intentado ganar mucho más dinero en otras competiciones. Su motivación y hambre en esto del fútbol no tiene que ver con la cantidad de ceros que haya en su cuenta bancaria, sino en lo que le dicte su conciencia.

En su primera temporada de vuelta a la isla, su primer rival en el Estadio de Gran Canaria sería el propio Deportivo, que comenzaba ante Las Palmas una nueva andadura en Segunda, pero no tiene el mismo sabor que el duelo de este sábado. La hambre futbolística del Flaco nunca tuvo que ver con la cantidad de ceros en su cuenta bancaria Valerón se verá las caras con los gallegos en Primera División y eso lo magnifica todo, para bien o para mal, aunque este es el primer bocado de lo que puede ser el partido de la segunda vuelta en Riazor, donde la afición blanquiazul recibirá con los mejores honores la que seguramente sea la última vez del Flaco sobre el verde del feudo deportivista.

Valerón vivirá este choque con el pulso acelerado y un nudo en el estómago, aunque ni siquiera sabe si Setién le dejará jugar algunos minutos, pero es evidente que nada ni nadie puede cambiar los sentimientos del centrocampista esta semana. Tanto el Deportivo como Las Palmas deberían sentirse orgullosos de compartir un símbolo del romanticismo como Juan Carlos Valerón; ojalá nunca deje de haber románticos en el fútbol.