En el fútbol no todo se plantea del modo idílico que el aficionado desea. Unas veces toca disfrutar, golear, combinar a placer…; otras, sin embargo, hay que defender, sufrir, para poder saborear el gusto de los tres puntos. Triunfo trabajado, triunfo merecido para el equipo más inteligente, lúcido y estratega sobre el verde.

Las Palmas ha sabido jugar sus bazas a la perfección en su encuentro a domicilio en Anoeta. Pese a no disponer del dominio del juego, el conjunto de Quique Setién se está mostrando sólido defensivamente en las últimas jornadas. Algo que recuerda a las victorias cosechadas en Ipurúa ante el Éibar y en El Madrigal ante el Villarreal. Tres son ya los partidos fuera de casa en que la Unión Deportiva ha sabido imponer su ley en forma de triunfo. Todos tienen un componente común: el sufrimiento.

Hasta el comienzo de la segunda vuelta, la escuadra insular no parecía capaz de sacar a relucir lo mejor de sí. Una maquina a la que le faltaba terminar de engrasarse, para poner “la directa” rumbo a las posiciones de tranquilidad en la clasificación. Pero la mecánica cambió, y el técnico cántabro supo resurgir las ganas y la ilusión que habían llevado a los amarillos al cielo.

Las Palmas ha sabido adaptar su juego a la situación en los peores momentos

Llegó el partido ante el Éibar, y un tanto por obra y gracia de Pedro Bigas rompió la maldición a domicilio. A partir de entonces, Las Palmas subió una marcha y terminó de desmelenarse en Primera División. Esto supuso la asimilación de una idea dual que pretendía inculcar el cuerpo técnico: ganar, sufriendo o disfrutando, pero ganar. No se trataba de perder la idiosincrasia originaria, pero sí de enseñarle al mundo que en Gran Canaria no solo saben dar pases “sin ton ni son”.

Así pues, el punto de inflexión de Ipurúa se convirtió en la confirmación de que lo mejor estaba por venir. Los pupilos de Setién se concienciaron e hicieron realidad lo que semanas antes parecía una utopía. Tanto es así, que en la jornada 25 los insulares se encontraban decimoctavos, ocupando posición de descenso con 21 desesperanzadores puntos y a tres de la salvación. Un mes después, con jornada intersemanal incluida, se hallan decimocuartos con cinco puntos sobre la zona roja.

Este sábado en San Sebastián tuvo lugar la consagración amarilla. El partido comenzó de una manera preocupante para los intereses visitantes. La Real Sociedad se manifestaba fuerte y con una presión alta que ahogaba el combinativo juego canario. De hecho, el cuadro donostiarra dispuso de las primeras ocasiones para adelantarse en el marcador. Minutos después, avatares del destino llevaron a Aythami a bajar el esférico del cielo y a ser objeto de un flagrante penalti. Viera, sin embargo, erró la primera posibilidad de mover el electrónico.

La dinámica hizo ademanes de cambiar, y la opresión vasca disminuía. Las Palmas comenzó a mostrarse más incisivo, y un balón en campo local hizo que Íñigo Martínez incurriera en una acción de juego peligroso. Libre indirecto dentro del área que Willian José transformaba con astucia. Así llegó el descanso, pero tras la reanudación volvió el yugo de la Real Sociedad a recaer sobre lomos de la Unión Deportiva.

La elegancia y el refinamiento dieron lugar a la solvencia y la eficacia

Fue entonces cuando los grancanarios hicieron honor a la diosa Razón y supieron continuar con rigidez. Como si de una faceta camaleónica se tratara, la línea defensiva se adaptó a la situación e incluso los cambios de Setién lo reafirmaron. El tiempo pasaba y las acometidas locales eran estériles ante la firmeza y la seguridad de una zaga trabajada y expeditiva. Momentos de sufrimiento para un equipo que se ha acostumbrado no solo a mover el balón con elegancia y delicadeza, sino también a pergeñar una trampa en la que sus rivales se ven avenidos a caer.

Saber esperar, con tranquilidad y mesura, los ataques del contrincante desesperado y enrabietado. La impotencia de los jugadores de Eusebio Sacristán era un hecho y Setién daba órdenes para que los suyos siguieran replegados a la espera. La virtud de ganar sin dominar tenía la oportunidad de hacerse palpable una vez más, como en Villarreal. La falta de organización en el ataque terminó por alimentar, con tres puntos, el insaciable estómago amarillo.

Y fue así como concluyó un choque donde los canarios se relamieron las heridas que había provocado la derrota ante el Real Madrid. Sufriendo, aguantando, pero ganando, con la solvencia que caracteriza a los grandes y la humildad que define a los modestos. "Venit, vidit, vicit" (vino, vio, venció).