La religión blanquinegra solía amparar a personas románticas e idealistas. Su testamento está plagado de relatos de ilusos, de pensadores utópicos. De ilusionarse con cualquier gesto por minúsculo que sea. El ansiado regreso a la gloria. El vocablo imposible no existe en su vocabulario. El fútbol siempre se vivió al límite en la capital del Turia. Mestalla vibra con la épica. Con el esfuerzo desmedido que hace aflorar las emociones en los fieles valencianistas. El extásis futbolístico.

Hace 70 años del primer creyente. Luis Casanova. Pese a los problemas de la época, soñó. Tuvo fe. Vio la luz. Y sobre todo comprendió la fórmula para elevar al Valencia al Olimpo futbolístico por primera vez. Desde entonces la empresa valencianista contó con numerosos profetas. Mario Alberto Kempes. Otro gran soñador. ¿Cómo logró sorprender a todos? Soñando. Gaizka Mendieta también fue uno de ellos. Él lideró el inicio de la última cruzada "ché", la de "Los Piratas del Mediterráneo". La fe volvió a mover montañas. Nuevamente el murciélago logró ser Campeón de la Copa del Rey, de ganar dos Ligas, una Copa de la UEFA y de plantarse en dos finales de Champions League.

Ellos entendieron a la perfección lo que implica este escudo. Competir. Sin florituras. A golpe de tesón. Creciendo ante la adversidad. Eliminando tabúes. Aferrándose a una forma de vivir, de pensar y de jugar. Pero sobre todo, sintiendo cada jugada. Tratando de hacer real una quimera. Sin media tintas. Ganar o perder. Así sacaron al club de la mediocridad deportiva. No importó quién se pusiera por delante. Perseverando. Agarrando aquello que les pertenecía y que bajo la máscara de la imposibilidad se escondía. La gloria. Pero una gloria entendida desde el "bronco y copero".

A menudo olvidamos nuestros orígenes. El Valencia nunca fue de Reyes. El murciélago siempre ganó con la humildad. Con trabajo. Con ilusión. Simplemente por el placer de sentarse entre los más poderosos sin serlo. La tercera vía. Hace no mucho tiempo quisimos ser lo que nunca fuimos. Lo que no somos. Lo que nunca seremos. Pretendimos bañarnos en oro. Nos preocupamos en lucir. No es lo nuestro. Nunca lo fue. El valencianista vive del empuje de once jugadores. Del grito de aliento en la banda. De contagiarse en una jugada imposible. De buscar la excelencia a base de dejar vacío de significado el término "imposible".

Nunca ganamos a base de ostentación, ni de pomposidad. Estamos acostumbrados a sufrir. Llegaría a decir que nos gusta. Estos colores llevan implícitos la necesidad de creer en lo imposible. Incluso en remontadas épicas. Porque el deporte consiste en eso. En multiplicar cualquier ápice de luz. Puede que no remontemos al Basilea. Pero recuperemos lo que nos han arrebatado. Las ganas de soñar. De sentir bajo la piel el temblor de la irracionalidad. De ilusionarnos con poco. Eddard Stark solía decir que un puñado de hombres podría defender Invernalia de varios cientos. Señores, eso es la fe. La fe en la utopía. Lo que nos hace grandes. Porque como dijo Calderón de la Barca, "toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son". Eso es el Valencia CF. Ahora creo en la #reAMUNTada.