Impotencia y desconsuelo. Sentimientos que anoche, en Mestalla, prevalecieron por encima del orgullo y la satisfacción de ver, en los 94 minutos anteriores, a un equipo que se vació en el campo, con ausencias significativas como la de Alcácer -polémica por cómo se produjo-, y que supo manejar a su antojo a un rival descompuesto que, con el gol de M’Bia, resurgió y enmudeció a una afición entera a la que dejó sin la final soñada, la oportunidad de romper con el pasado.

Ayer lloraron todos los valencianistas, los que están y los que –de una u otra forma- pertenecieron al club de la capital del Turia a lo largo de su dilatada historia. Las redes sociales se inundaron de mensajes de leyendas chés, como Miguel Ángel Mista o Mario Alberto Kempes. Sin embargo, hubo dos -al menos- que esbozaron la mayor de sus sonrisas.

Corría el abril de 2008, cuando el Valencia CF alzó la Copa del Rey ante el Getafe con Ronald Koeman en el banquillo, el último título y el menos celebrado, ya que ni siquiera fue ofrecido. Con Soler como presidente, el conjunto ché cayó derrotado, días más tarde, en Bilbao y el holandés fue cesado del cargo. Voro tomó su relevo y la plantilla, con cinco triunfos en los últimos seis partidos, logró salvar la categoría.

Con ello llegó Unay Emery y una etapa de cuatro temporadas insulsas, sin finales, y con el tercer cajón del podio liguero -cada año a más distancia del campeón- y dos semifinales como logro de un equipo sin ambición ni propuesta futbolística. El vasco se fue con una insignia de oro y brillantes, a la que no hizo honor con el tanto de su pupilo y que luego, en frío, tampoco quiso arrepentirse de una celebración un tanto desmedida.

Foto: Jaime Reina | AFP

Foto: Jaime Reina | AFP

Seguidamente, Pellegrino y Valverde en la pasada temporada. El Valencia fue apeado de Copa del Rey por el Real Madrid, de la UEFA Champions League por el PSG y, en Liga, fueron quintos pese a depender de ellos mismos, en la última jornada, para disputar la máxima competición europea. Aún así, el Sevilla de Emery -como en la noche de ayer jueves- se cruzó en el camino de los chés y les dejó sin el premio gordo de una forma dolorosa.

Así fue como la entidad blanquinegra, en pleno revuelo social y con mediocridad deportiva, completó el lustro de cinco años sin título alguno en sus vitrinas, como ya vaticinó el técnico holandés en abril de 2011. No sólo acertó, el visionario, sino que parece que su profecía no parece tener fin, al menos hasta dentro de dos años.