Atrás queda su paso por 'La Fábrica', su estancia en la cantera del Real Madrid previo paso por Coslada y La Espinilla. Aquel imberbe centrocampista de melena revuelta y calidad latente burbujeaba fútbol a cada toque de balón. Pocos fueron los que no advirtieron su sobrada calidad, muchos los que la sufrieron, algunos gozaron de ella y uno la proclamó a los cuatro vientos. Aquel que levantó el estadio donde nunca llegó a despuntar ese prometedor mediocampista. Un mito blanco con pasado blanquinegro. Dos camisetas, dos estadios que le aclaman y le quieren pese a la porfía entre ambas entidades en los últimos tiempos. Es por ello destacable que este ‘21’ ché no sea el primer caso de canterano merengue sin triunfo en el primer equipo que comienza a despuntar desde la capital del Turia como timonel de un barco que continúa luchando por no quedar a la deriva.

Discutidos sus inicios, nunca terminó de implantar su impronta por allá donde recalaba. Si bien en el estadio que porta como nombre a quien le amparó parecía dar buena cuenta de sus destellos, el sempiterno peliagudo ascenso final no terminaba de cuajar. La categoría de plata del balompié español fue su primer paso, corto, para continuar la senda otrora por conquistar con los mayores cuando se enfundó la casaca de la rojigualda en el centro de Europa. Decisiva su actuación, se mantuvo indiscutible en la categoría de bronce hasta que cogió las maletas rumbo Londres para un periplo más bien corto.

Desembarco en Madrid como puente para recalar en los vecinos de la Meseta, siempre agradecidos de contar con miembros de pasado blanco. Su calidad, innegable pero oculta, no tardó en verse descubierta en el primer nivel y aquello suscitó el interés tanto desde la lejanía como desde quien poco antes desestimó su valía. Llegó a Europa, con los azulones, y se descartó poder emular al protagonista de la campaña navideña de turrones. Dos temporadas después de que en Concha Espina no diese cuenta de su calidad, viajaría a la costa levantina para el enésimo caso de exmadridista ché.

De trascendencia discontinua, lo demostrado en el pasado parecía volver a ocultarse. Lejos de acaparar los focos, le evitaban y únicamente aparecían para señalarle. Infravalorado, cerca estuvo de dejar atrás un nuevo paso adelante para dar otro hacia atrás. Quién sabe por qué, pero el madrileño continuó en la Avenida de Suecia y gozó paulatinamente de las oportunidades que tenía gracias al infortunio con las lesiones de los albicelestes Gago y Éver, compatriotas de aquel que dejó de ver al filial merengue cuando el ahora timonel blanquinegro marchó. Otro argentino, esta vez desde el banquillo, continuaba con la discontinuidad (valga la redundancia) de Parejo. Todo, hasta que su homólogo Valverde arribó a la banqueta de Mestalla para dar los primeros galones de este centrocampista que ahora lleva la blanquinegra repleta de ellos.

Difícil la senda. Larga en los hechos, corta en el tiempo y prometedora en el futuro. Ese joven que hace unos años levantaba de los años a Di Stefano posiblemente el domingo, en el Bernabéu, traerá más de un quebradero de cabeza a aquellos que podrían ser compañeros y no contrarios. El motor blanquinegro, siempre tendrá corazón blanco. Muchos ansiarán que la puñalada al corazón de Parejo no llegue y que el engrase ché no funcione como es debido para que su lucha por la Liga prevalezca.

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Sobre el autor
Adrián Navarro
ADE de la UV. Apasionado del deporte en general y, sobre todo, del fútbol, baloncesto y futsal. Entrenador de fútbol 7 y futsal en categorías prebenjamín, benjamín e infantil. Colaboré en Radio GED como tertuliano de fútbol internacional. Ahora en VAVEL persiguiendo un sueño: PE-RIO-DIS-MO!