El Madrigal se vestía de gala para acoger a dos equipos que apuestan por el buen fútbol. Dos equipos que cuidan el balón, que lo miman. Era el día del aficionado. Un día para disfrutar.

El Barça había abierto boca. Acababa de aplastar a un indefenso Rayo Vallecano. Un contundente 6-0 reflejaba el marcador del Camp Nou al término del encuentro. Las espectativas eran grandes. Villarreal y Celta cerraban la jornada de sábado y tenían que estar a la altura.

Los celestes, a mandar

El Celta quería dominar, jugar a su antojo, pero el Villarreal estaba en casa y su afición -exigente donde las haya- no le permitía vivir a merced de los vigueses. Pedían protagonismo, para ello copaban las gradas de El Madrigal. Pero Rafinha es muy bueno, y no lo quiso permitir. Desde la banda derecha, el brasileño fue un constante quebradero de cabeza para los zagueros del Villarreal. Jokic solo no podía con él. 

El Villarreal se despojaba del inicial dominio celtiña en alguna salida a la contra que culminaba, casi siempre, en las manos de Yoel. Pero el partido avanzaba sin que las ocasiones hicieran acto de presencia. Cabral agarró a Perbet dentro del área mediado el primer tiempo. Los gritos de la grada pedían penalti, pero Fernández Borbalán no lo vio así. En la jugada siguiente, una internada del francés despertó el 'uy' en El Madrigal. El Villarreal se animaba.

Poco a poco se estableció la normalidad -según reza la clasificación- en el estadio. El Villarreal, amo y señor del balón, triangulaba con soltura en tres cuartos, pero las ocasiones seguían sin llegar. El Celta había desaparecido. Rafinha estaba de vacaciones. El descanso llegó sin saber a cuál de los equipos le venía mejor. El 'submarino' tenía que recomponerse para tocar la tecla del peligro; el Celta, resurgir.

La primera parte había defrauado, pero quedaban cuarenta y cinco prometedores minutos por delante. Como ya sucedió ante Osasuna, el Villarreal salió inspirado tras la charla de Marcelino en el descanso, aunque esta vez el gol no le salvó el pescuezo. Bruno Soriano cabeceó fuera un córner botado por Gio. El 'submarino', eso sí, tenía ganas. En la siguiente jugada Santi Mina probó desde la frontal, pero la suerte le dio la espalda y el balón se marchó rozando el palo. Se respiraba otro ambiente en El Madrigal.

La grada estalló cuando el colegiado anuló un gol a Perbet. Yoel no atajó un disparo de Bruno y Moi, oportuno, cedió el rechace al francés, que, solo, la empujo adentro, pero Fernández Borbalán decretó fuera de juego. No era.

El Villarreal, cansado de insinuar, decidió ir a por el partido. Moi Gómez cobraba el protagonismo de un chico joven ansioso por agradar. Estaba en todos los sitios y convertía en peligro cada balón que salía de sus botas. La ocasión más clara la tuvo, de nuevo, Perbet, pero Yoel taponó su disparo. El gol no quería llegar.

La eficacia pudo más

Al menos en favor del Villarreal. Orellana, el más bajito sobre el verde -con el permiso de Pereira-, cabeceó a las redes una falta magistralmente botada por Álex López. Eran los mejores minutos de un Villarreal que acababa de morder el polvo. Caprichos del fútbol.

No había mucho tiempo para remediar la situación, pero el aficionado -si es que se le puede obsequiar tal denominación- que lanzó un bote de gas lacrimógeno al terreno de juego quiso reducirlo a la nada. Futbolistas y aficionados hubieron de abandonar el estadio. Saltaron las alarmas en El Madrigal.

Las autoridades excluyeron la posibilidad de cualquier peligro y los cinco minutos que restaban de partido se disputaron pasada la incertidumbre. El Villarreal había entregado sus armas. Nolito, de libre directo estableció el definitivo 0-2. El Celta había ganado.