En todo equipo está el típico jugador que pasa desapercibido. Normalmente, es un chico que vive apartado de los focos, alejado de las cámaras. Los elogios, aplausos y demás alabanzas suelen ir en otra dirección. Buscan al protagonista, al que metió el gol de la victoria, o al que evitó el de la derrota. Esta especie de hombres, prefieren vivir alejados del protagonismo. Se mueven mejor entre las sombras.

El Villarreal no iba a ser una excepción. Los vanagloriados por la afición y la prensa suelen ser Cani, Gio o Musacchio. Bruno, por llevar el brazalete, es también un hombre de peso entre la hinchada. Pero nadie repara en Manu Trigueros. Él es verdadero motor de este equipo. El canalizador de cada una de las jugadas del Submarino. Sus botas mueven al Villarreal, y lo hacen a las mil maravillas.

Gran parte del éxito cosechado la temporada anterior fue gracias a la inspiración del 14 amarillo. Empezó la campaña sin ser un fijo de Marcelino. Tenía 21 años y nunca antes había jugado en Primera División. El Villarreal era un recién ascendido y su entrenador apostó, de inicio, por hombres más experimentados. Con más peso en el vestuario. Pero las jornadas pasaban y el de Talavera iba adquiriendo mayor protagonismo. Manu cada vez jugaba más. Curiosidad o evidencia, el Villarreal, cada vez, jugaba mejor.

Manu evita cualquier ápice de protagonismo; él habla mejor sobre el campo

Poco a poco, Trigueros se iba convirtiendo en un fijo de los esquemas de Marcelino. Respaldado por Bruno, y con futbolistas de la talla de Cani y Gio por delante, el talaverano se paseaba a sus anchas por el centro del campo. Jugaba y hacía jugar. Disfrutaba. El objetivo de evitar el descenso quedó obsoleto en Navidad, cuando el equipo se codeaba entre los grandes. Había que mirar hacia arriba.

La séptima plaza fue un sueño inimaginable cuando empezó la temporada. Al lograrlo, todos se preguntaban qué había pasado, qué tenía ese Villarreal. Era algo especial, algo con lo que nadie contaba. El Submarino jugaba al son de Manu Trigueros. El chico de Talavera había conducido a todo un Villarreal hasta posiciones europeas.

Este año el Villarreal asume un nuevo reto. Jugar en Europa conlleva un salto de calidad que la plantilla ha tenido que adquirir. Las nuevas incorporaciones ilusionan a la hinchada, pero la base ya está hecha. El centro del campo de El Madrigal tiene nombres y apellidos. Bruno Soriano y Manu Trigueros. La entrega y la clase. La brega y la magia.

La Liga apura sus últimas caladas de descanso. La tregua está a punto de terminar. A partir del domingo, Manu volverá a ser el tímido chico que no acostumbra a marcar goles. Ese no es su trabajo, y él lo entiende a la perfección. Su labor consiste en llevar las riendas del equipo. En que no le falten ocasiones a los de arriba. Para que sigan marcando goles. Para que sigan siendo los protagonistas. Manu se conforma con hacer soñar a la parroquia que, cada domingo, viste de amarillo El Madrigal.