Ambiente gélido en la Ciudad Condal para albergar el partidazo de la jornada a una hora, las nueve de la noche, que tampoco acompaña para que las gradas muestren el colorido pertinente para la fiesta del fútbol. Sin embargo, por muchos condicionantes negativos que se quieran poner, la protagonista, sonreía. Rebosante de felicidad, la pelota esperaba impaciente la hora del duelo. Hoy sería mimada por dos equipos que la aprecian. Azulgranas y amarillos saben tratarla, y ella, agradecida, decidió protagonizar un verdadero espectáculo. Una auténtica oda al fútbol.

Ya en materia, la pelota se encontraba más a gusto en campo amarillo. Iniesta, Messi y Neymar no serán muy guapos, pero la tienen encandilada. La vuelven loca. Y el conjunto azulgrana es otro. Desde que sus hombres de peso decidieron que ya estaba bien de sembrar dudas, aplasta a todo el que se pone por delate. Hoy no sería tan fácil. El Villarreal no llegó a Barcelona para contemplar cómo la Sagrada Familia sigue en construcción. No pretendieron hacerse con el dominio del partido como de costumbre. El Barça es mayúsculo en eso. Pero sí demostraron la entereza de un equipo grande que sabe a qué juega. Ordenados atrás; aviones a la contra.

Dennis Cheryshev, que si no es de los mejores extremos de la Liga, lo disimula fenomenal, protagonizó una internada a modo de advertencia: el Submarino iba en serio. Piqué estuvo imperial al cruce. Acto seguido, y con el Barça como claro dominador hasta el momento, Mario Gaspar vio puerta pero disparó de pena, el ruso estuvo en el sitio para dar la campanada. 0-1.

Nada cambió con el gol visitante. El planteamiento de Marcelino había surtido efecto; el de Luis Enrique, no se negocia. Iniesta estaba de dulce con el balón, y Suárez, activo como el que más durante toda la noche, dispuso de cuatro ocasiones en 15 minutos. Pero el uruguayo está negado de cara a gol. Como si estuviese pagando una penitencia por haber hecho algo malo. Algo así como haber mordido a tres rivales. Por decir algo.

El Barça atacaba por inercia. Los tres de arriba son muy buenos, y el mejor de los tres juega ahora en su sitio. Leo Messi hace mucho daño arrancando desde la derecha. Pero el descanso llamaba a la puerta entre ocasión fallida y jugada banal. Hasta que llegó Neymar. El brasileño recogió un rechace de Asenjo tras una preciosa jugada de Messi y Rafinha, y lo envió a la red. Un bálsamo para afrontar la segunda parte. El Villarreal, sin embargo, no había dicho su última palabra.

Por si alguien creía lo contrario, apareció Vietto. Gerard Piqué cometió un error infantil al confiarse en un control aparentemente sencillo. Usain Bolt delegó en Gio para robarle la cartera, plantarse ante Bravo y asistir a Vietto. Minuto 51, 1-2. La machada era posible.

Pero no. Rafinha, de rechace para no perder la tónica del encuentro, puso el 2-2 un par de minutos más tarde. Messi se apresuró a recoger el balón del fondo de las mallas como si supiese lo que iba a pasar al instante. Cosas de genios, el astro argentino, con una diestra que considera pierna mala, lo clavó en la escuadra. Y lo dejó en la red. Esta vez no se apresuró en recogerlo. En tres minutos, habían remontado.

Pero quedaba mucho partido y el Villarreal no acostumbra a rendirse. Víctor Ruiz, a la salida de un córner marcó un gol considerado ilegal por el colegiado. El fuera de juego es inquietantemente dudoso. No así, el penalti que Asenjo le hizo a Neymar unos minutos más tarde. Tampoco lo consideró punible el señor de negro.

Y entre ocasiones culés e intentonas amarillas, terminó un apasionante encuentro entre dos equipos que se empeñan en recuperar los valores de este maravilloso deporte que se inventó para disfrutar. Y la pelota, que lleva demasiados años recibiendo patadas despreciables, merece homenajes como este de vez en cuando. Un placer para el espectador.