Vallecas es el fútbol y Paco Jémez y sus chavales quienes mejor lo dignifican, mordiendo sin hacer sangre y sobando la pelota sin sumir en el aburrimiento a ningún aficionado. En el sinónimo de gente normal fiel a su equipo aparece una foto de una grada del Estadio de Vallecas, y ese es el fútbol más intenso y apasionado que hay.

Jemez, como Marcelino, planteó la batalla por la permanencia con un claro 4-4-2, con Bebe y Pablo Hernández como puñales por los extremos y Miku y Javi Guerra como hombres encargados de levantar a la afición vallecana de sus localidades. En el Submarino Amarillo había especial ilusión por ver a Alfonso Pedraza, un nuevo talento a seguir fruto del mimo con el que el Villarreal cuida a sus jóvenes.

Una gran primera parte

La primera buena noticia del partido para un estadio casi al completo fue el gol de Javi Guerra, el puntal al que se aferra Jemez para lograr la salvación, y que no perdonó como si lo hiciera instantes antes Miku. Mención especial al partido que estaban cuajando Bebe y Hernández por los costados.

La segunda buena noticia en el campo fue el segundo gol del Rayo, que lo marcó un vallecano de nombre Koke para el Atleti, o mejor dicho, contra el Granada. Durante unos segundos en el barrio de Vallecas y en las orillas del Manzanares se celebró al unísono. De los 90 minutos que dura un partido, los 20 primeros fueron de felicidad absoluta. Con el empate de Adrián López empezó otro encuentro, uno de 70 minutos.

El Villarreal estaba mejor plantado, y si es cuarto con un colchón tan cómodo es porque no perdona. El Rayo no estaba para lamentaciones pero tampoco para precipitarse, pues una de las cosas que mejor estaban haciendo era sacar la pelota desde atrás pacientemente. 

El partido se enfrío como suele suceder en estas típicas tardes de fútbol de pipas y refresco en la mano. Vallecas es un campo de los de antes, de los que se respira fútbol, cuando en el descanso se ve sobre el césped a un grupo de niños jugando sonrientes pateando una pelota, chavalines que probablemente sueñen con ser de mayor Javi Guerra y no Cristiano Ronaldo.

Con más intensidad que fútbol

La segunda parte se reanudó con la entrada al campo de Amaya en sustitución de un lesionado Crespo. Desconocemos a qué equipo, aparte del Atleti, le favorece más que la intensidad se apodere del fútbol, probablemente al Villarreal, porque durante el primer transcurrir de la segunda mitad eso lo que sucedió sobre los 22 del césped. Algún calentón espontaneo contra Iglesias Villanueva y poco más.

Marcelino también movió ficha y sacó del campo a un apagado Pedraza por Nahuel, que otra cosa no pero velocidad y descaro tiene como el que más. El partido estaba para seguir haciendo cambios, para recuperar para la batalla a Jozabeb  y para dar entrada al joven Rodri. Antes entró con Bakambu y con el campo sorprende que el gol que rompía el empate fuese del equipo contrario. El congoleño entró por Adrián, lo que hace entender que Baptistao terminó el encuentro por un intento de Marcelino de hacer valer la ley del ex.

Miku desató la locura en Vallecas con su testarazo desde el punto de penalti imposible de atajar para Areola. El Rayo tenía esa salvación que hace unos meses parecía una quimera en sus manos. El guion ahora era como lo había sido toda la segunda mitad: previsible. Previsible porque se esperaba un Rayo defender como lo haría Guardiola, con el balón, y a un Submarino Amarillo volcado al ataque en busca del empate.

El árbitro pitó el final del partido y todo el mundo acabó contento, el Rayo porque, tal y como cantaban los hinchas a las 20:07, es de primera y el Villarreal porque, pese a la derrota, sigue siendo claro favorito para jugar la temporada que viene en Champions League, un objetivo que se agranda teniendo en cuenta la irregularidad del Sevilla en Liga. Se hizo justicia en Vallecas.