Madiba, sangre real
Foto: http://www.sibci.gob.ve

La realeza puede llevarse en la sangre, pero Mandela que nació un 18 de julio de 1918 en Mvezo, siendo bisnieto de Ngubengcuka un ilustre rey de la etnia xhosa, demostró que no hay mayores signos de realeza que la dignidad, la generosidad, la lucha, la sabiduría y el amor por su pueblo. En una ocasión dijo “Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo” y eso fue precisamente lo que hizo durante toda su vida.

Y bien que podría haber pasado como uno más de los jefes de la etnia xhosa, pues vivió una infancia feliz entre colinas, una existencia tranquila vinculada al pastoreo. Arropado en Qunu por sus cuatro “madres”, todas esposas de  Gadla Henry Mphakanyiswa su padre, jefe de Consejeros del Caudillo Supremo del clan de los Thembus, que le protegió y dispensó unos ideales asentados en la justicia, la dignidad y el honor. Al cobijo de las estrellas y la seguridad que le proporcionaba una choza de paredes de barro, hacía volar su imaginación con las leyendas xhosa que le contaba su madre y volvía pisar la tierra arcillosa cuando su padre le contaba las historias de los guerreros luchando contra la opresión del hombre blanco.

Como una entidad viva surge este texto para un ser humano extraordinario cuyo legado e ideales son eternos. El Dalai Lama llegó a decir sobre Madiba, que siendo el hombre más influyente y verdadero que había conocido, en las distancias cortas su luminosa sonrisa, su carisma y personalidad, superaban por mucho a la de su grandiosa reputación. Pero Mandela no es ningún santo, no busquéis divinidad en su historia, sino las mayores grandezas y debilidades del ser humano. Entre los recovecos de sus palabras, que siempre fueron acciones, existen voces y silencios muy visibles, emociones presentes, y dolorosos sentimientos  de ausencia. Todos encerrados en la celda 46664 de la prisión de Robben Island, en la que en tan solo cuatro metros cuadrados pasó 18 de los 27 años que permaneció encarcelado. Allá donde sus censores quisieron aislarlo del mundo sometiéndole al régimen más bajo de la clasificación carcelaria.

Pero antes de llegar a ese periodo vital en el que Madiba era ya el símbolo de su pueblo, la sonrisa eterna que habían elegido para encontrar el camino de la liberación, es necesario retroceder en el tiempo para encontrar las claves que le llevaron a ser el Tata (Padre) del pueblo sudafricano. Y una de ellas la descubrimos con el fallecimiento de su padre; Rolihlahla que comenzaba a ser conocido como Nelson por una misionera y educadora británica, que quiso simplificar su revoltoso nombre, recibió un duro golpe y fue trasladado al palacio de Mqhekezweni, junto al regente de los Tembu, el rey Jongintaba, que se hizo cargo de su educación.

En aquel lugar comenzó todo, Nelson absorbió con avidez las enseñanzas de un rey sabio y justo como Jogintaba, que le marcó profundamente y le enseñó a tomar decisiones, a encontrar soluciones desde la perspectiva del estudio, la bondad y la meditación. Mandela descubrió la mesa redonda de Jogintaba, las reuniones en círculo junto a sus consejeros, sus generosos silencios y sus decisivos parlamentos cultivados desde la reflexión y la tolerancia.

Devoro ávidamente las líneas y disfruto con la apasionante historia que aguarda más allá de la siguiente coma, justo en aquel cruce de caminos en el que un símbolo de la humanidad conoce la cruel realidad que vive su pueblo y decide dar un paso más. Aquel que teniendo la posibilidad de mirar hacia otro lado y ser jefe xhosa renuncia y alza el vuelo hacia un mundo de conocimiento que le revelará el más crudo sufrimiento. Cursando ya los estudios de derecho, roba y traiciona a Jogintaba para marcharse a Alexandra, uno de los suburbios de Johannesburgo. Nelson se arregla pronto con su mentor, pero en Johannesburgo se topa de bruces con la descarnada lucha y precaria situación a la que se ve abocada el 88 % de la población sometida al restante 12 % de la dictadura segregacionista blanca.

De estudiante comienza a liderar las primeras revueltas  y siendo un convencido de la paz ingresa en el Congreso Nacional Africano, donde es uno de sus activistas moderados. Desde su bufete de abogados defiende a los negros de los abusos del sistema y crea la Liga de la Juventud que promulga un ideario basado e inspirado en la figura de Gandhi, resistencia no violenta, desobediencia civil y huelgas generales. Es un convencido de ello y como tal lucha hasta las últimas consecuencias dando con sus huesos en la cárcel.

Así fue hasta que se produjo la masacre del 21 de marzo de 1960, en la que la policía sudafricana abrió fuego contra una manifestación que protestaba contra el apartheid en Shaperville, una localidad situada en el Transvaal. Sus ideales se vinieron abajo de golpe, Mandela miembro del ilegalizado Congreso Nacional Africano fue uno de los represaliados, pero subestimaron tanto el poder de su figura que creyeron que la cárcel iba a someter la determinación de un sabio que en ese momento de su vida pasó a creer firmemente que la solución pasaba por responder a la opresión con violencia. Así se unió a la lucha armada y se puso al frente del movimiento Umkhoto we Sizwe (Lanza de la Nación), un grupo terrorista que lanzó ataques contra la Policía e instalaciones del Gobierno.

Recibió formación militar en Argelia y de líder espiritual pasó a ser líder guerrillero, la espiral de odio y rencor de los opresores del Partido Nacional de Sudáfrica (PN) le llevaron a responder con acero por la sangre derramada por los suyos. En aquellos años sesenta Luther King expresaba su sueño a los pies del monumento a Lincoln, y a miles de kilómetros Mandela compartía anhelos con el reverendo. En 1961 y ante un tribunal que lo juzgaba por alta traición dejó para la historia un mensaje excepcionalmente similar al del activista norteamericano: “Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

El régimen de Pretoria consideraba a Mandela como un terrorista, preso político al que tuvo sometido a un aislamiento lacerante durante los primeros nueve años de su estancia en Robben Island. Una sola carta en seis meses, conectado a la luz natural tan solo por los rayos que se filtraban por los por barrotes blancos de la ventana de su celda, trabajos forzados en una cantera de cal picadora de almas, de la que Madiba extrajo pensamientos de enorme nobleza, rocas calcáreas de esperanza, entrañas de sudor y lágrimas, voluntad de acero de un minero político que horadó conciencias en el mundo entero, pues su sonrisa amplia, calcárea y generosa, fue capaz de poner de acuerdo a la comunidad internacional, que solo encontraba palabras de elogio y admiración para Madiba. Para un hombre que ya a esas alturas se había auto convencido de que la violencia no era el camino, que había transformado su furia en sabiduría, consiguiendo que el diálogo y la firme negociación se convirtieran en las únicas armas posibles para resolver una situación insostenible. Por ello se preocupó por conocer al 'enemigo' y ganarse su respeto, entablar vias de entendimiento cruciales para el futuro de su pueblo.

Dicen que la venganza es un placer que dura solo un día; mientras que la generosidad es un sentimiento que te puede hacer feliz eternamente. Y la generosidad de Mandela para con sus opresores fue sencillamente un ejemplo de grandeza, de realeza humana. La sutilidad, la persuasión y el desprendimiento de Mandela con sus carceleros convirtieron a estos en los primeros seguidores de Madiba. Precisamente y coincidiendo con la llegada al poder del presidente reformista Frederik de Klerk, consiguió que el pueblo cambiara la imagen del opresor por la de compañero, sentando las bases de un futuro aperturista y esperanzador para el pueblo sudafricano.

Cuando la vía de diálogo se hizo posible la comunidad internacional celebró la excarcelación de una leyenda llamada Mandela, pero su pueblo lo hizo aún más. A las tres de la tarde del 11 de febrero de 1990, la pesadilla se convertía en sueño cumplido, medio millón de personas aguardaban impacientes la aparición de un Madiba libre. Y Mandela vistió de color el presente y futuro de Sudáfrica, buscó nexos de unión entre blancos y negros a través del deporte (la Copa de Mundo de Rugby de 1995), quiso dejar claro que Sudáfrica no podía ser víctima de su pasado. Los vivos colores de sus camisas no eran otra cosa que el reflejo del estado de ánimo de su pueblo, pues Mandela es uno de esos pocos hombres que no solo contribuyeron a construir un futuro esperanzador para su país, sino que su ejemplo ha servido para mejorar el mundo.

Trazo vuelos imaginarios a través de una frase que quiere ser verso para Rolihlahla ‘revoltoso’ de la humanidad que bautizó a su pueblo como la nación del arcoíris. Las lianas de las metáforas se enredan en el corolario multicolor de Sudáfrica, pues la imaginación trepa por un esbelto YellowWood, cuya madera es la prosa poética que dio vida a la gran novela histórica protagonizada por Nelson Mandela. Aquel que en su forzado retiro descansó con una conciencia muy tranquila que le llevó de la mano dejando caminos puros y limpios, trazando una ruta compleja pero grandiosa sin la necesidad de ocultar sus profundas huellas: “La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad".

Así era Madiba, el padre de todos que en sus cinco años de mandato y sus 95 de majestuosa enseñanza, demostró que la realeza no es una cuestión de sangre, tampoco del apartheid del Partido Nacional y la Iglesia Reformista Holandesa, mucho menos de la misión civilizatoria de los “Bóer”, sino de la sabiduría, generosidad y dignidad; de la Magnanimidad de la que hablaba el arzobispo Desmond Tutú para definirle. La partida de este hombre que nos llevaba diez vidas por delante, su ausencia, el doloroso vacío que nos deja, nos hace pensar que en la lucha activa por un mundo mejor nos encontramos hoy bastante más solos...

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