Prometeo y el fuego de los dioses
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En “Prometeo encadenado”, tragedia escrita por Esquilo en el año 467 A.C. sobre el personaje mitológico, se describe cómo este crea junto a Zeus al ser humano partiendo de la arcilla. Hijo del titán Jápeto y Clímene, hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio, cuenta la mitología que tanto Prometeo como Epimeteo, tenían la misión de crear la vida sobre la tierra.

Foto: ArteHistoria
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La figura de Prometeo encarna en esencia el antagonismo eterno entre los dioses y los hombres, surge de la primigenia fuente de los relatos míticos de la tradición griega. Su mitología quedó marcada por su posicionamiento ante los seres humanos y su relación con el olímpico Zeus, hijo de Cronos, que venció a la antigua estirpe de titanes, en la  conocida ‘Guerra de los Titanes’. Por ello está considerado como protector de la raza humana, pues en lugar de temer a los olímpicos los desafió. Expresamente al mandato divino de Zeus, entregando a la humanidad una serie de conocimientos que los pudo haber convertido en más poderosos. Urdió varios engaños en los que ridiculizó al señor del Olimpo, el primero de ellos con la ofrenda de sacrificio de un buey en el que astutamente engañó a Zeus, dejándole elegir entre dos partes, una apetitosa de grasa bajo la que solo se ocultaban los huesos y otra con la piel, la carne y las vísceras ocultas en el vientre del animal sacrificado. Zeus eligió la grasa para los dioses y al descubrir los huesos se sintió ridiculizado, por lo que encolerizado privó a los hombres del fuego. No satisfecho con ello Prometeo decidió seguir desafiando a los dioses robándolo, subiendo al monte Olimpo y obteniendo el elemento sagrado del carro de Helios o la forja de Hefestos, transportándolo fácilmente en una rama de hinojo que arde muy lentamente. La cólera de Zeus se desató poderosamente e impuso un castigo eterno a Prometeo, encadenándolo en una montaña del Cáucaso, donde un águila cada día devoraba su hígado. Siendo este inmortal, su hígado se regeneraba cada noche para ser devorado cada mañana por el citado águila, que según la mitología fue ensartado por una flecha de Heracles, paradójicamente hijo de Zeus. Sobre el citado relato mitológico existe un maravilloso cuadro de Rubens en el que se representa el citado hecho.

 

La llama olímpica

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A pocos días del inicio de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, la edición XXXI, la ardiente metáfora y vinculación del fuego a las Olimpiadas marcará una vez más el desarrollo simbológico de la competición.  Sus incuestionables nexos históricos exponen que durante el desarrollo de los Juegos Antiguos en Olimpia, se mantenía encendido un fuego que ardía mientras duraban las competiciones. En la tradición antigua el objeto del mantenimiento del fuego obedecía a la ceremonia de sacrificio a Zeus, en recuerdo del mito de Prometeo. Los sacerdotes y sacerdotisas de Hestia encendían una antorcha y el atleta vencedor se encargaba de portar la antorcha para encender el altar del sacrificio. En cambio y a diferencia de lo que se pueda pensar, la llama olímpica no siempre ardió flamantemente en el desarrollo de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Desde los primeros Juegos Olímpicos disputados en Atenas en 1896, hasta los disputados en Ámsterdam en 1928 ninguna llama iluminó el camino de los atletas.  El divino elemento fue ‘recuperado’ para la ceremonia olímpica en 1928, cuando el arquitecto neerlandés Jan Wils incluyó en el diseño del estadio olímpico una torre, que proyectó con la brillante idea de rescatar el citado símbolo ígneo.

El 28 de julio de 1928 un empleado de la empresa eléctrica de Ámsterdam encendió por primera vez la llama de los Juegos Olímpicos, y la torre Marathontower es el simbólico primer pebetero de la historia de esta competición. Cuatro años después se mantuvo la tradición del fuego olímpico en el estadio Olímpico de Los Ángeles, en el que se desarrollaron unos juegos en los que en su ceremonia de clausura, Pierre de Coubertin pronunció una frase que posiblemente consolidó la simbología del fuego en la competición: “Que la Antorcha Olímpica siga su curso a través de los tiempos para el bien de la humanidad cada vez más ardiente, animosa y pura”.

Hitler y la llama olímpica

Foto: taringa.net
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La de Ámsterdam fue la primera llama olímpica, y en Los Ángeles se produjo su consolidación, pero la primera ceremonia de transporte de la llama se produjo durante la Olimpiada de 1936, disputada en Berlín. Paradójicamente aquello que hoy representa uno de los símbolos de la hermandad entre los pueblos, el transporte de la luz, la llama olímpica desde Grecia hasta Alemania, fue una ceremonia ideada por un genocida como Adolf Hitler, asesorado por el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, y Carl Diem, presidente del Comité Organizador de los Juegos. Hitler conocedor de que los Juegos de Berlín eran una excelente forma de publicitar la psicopática fascinación por su régimen, aceptó de buen grado el ceremonial propuesto por Diem, el encendido de la antorcha en Olimpia y su transporte en relevos hasta Berlín, para demostrar a la juventud la importancia de la transmisión del espíritu de sus antepasados a las futuras generaciones. Hitler manipuló la historia y diseñó toda una teoría antropológica por la cual quería demostrar que los griegos procedían de la etapa doria, llegados desde tierras nórdicas, vinculando una presunta procedencia doria pura que había sobrevivido en Esparta. Una vergonzosa manipulación de la historiografía con la que quería demostrar que los juegos eran germánicos porque los griegos eran de origen ario.

Más de 300 atletas intervinieron en el transporte de la antorcha desde Olimpia. El 1 de agosto de 1936, el corredor de fondo Fritz Schilgen, culminó por primera vez el citado ceremonial prendiendo la llama olímpica en el Estadio Olímpico de Berlín.

Símbolo de paz

Afortunadamente la ceremonia del relevo de luz posee en la actualidad una simbología mucho más acorde con la nobleza y el espíritu del deporte, la competición pura y el hermanamiento entre los pueblos. La conexión entre los Juegos de la Antigüedad, nacidos en Olimpia en el 776 a.C. y los Juegos de la Modernidad, se hace patente y el fuego olímpico es un símbolo de paz, unión y amistad.

Foto: www.senderoartesmarciales.com
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En Olimpia, frente a las ruinas del templo de Hera, se representa y escenifica el método empleado en la antigüedad, destinado a salvaguardar la pureza de la llama: sacerdotisas de Hestia colocan una antorcha en la concavidad de un espejo parabólico que concentra los rayos del Sol y, como en los tiempos ancestrales se prende la llama del olimpismo, la de Zeus, Prometeo, Pierre de Coubertin, Emile Zatopek, Jesse Owens, Nadia Comaneci, Sergei Bubka, Carl Lewis, Michael Phelps y Usain Bolt. Aquella que el pasado 21 de abril, fue transportada en un primer relevo por el gimnasta griego Eleftherios Petrounias, oro en las anillas en los campeonatos mundiales de 2015. La llama de la vida, la que Prometeo robó a los dioses para que el próximo 5 de agosto de 2016 en el Estadio Maracaná en Río, tras 12.000 portadores, ilumine el pebetero olímpico cuyo diseño está inspirado en la geografía de Río de Janeiro, la Olimpia moderna de los grandes contrastes, el espejo del mundo.

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