Son las palabras de un hombre enjaulado por las leyes de un país que aceptó el racismo y lo asimiló como dogma estatal. Su minoría blanca (casi al 100%) abrazó sin tapujos la causa defendida por el ‘apartheid’, mientras la mayoría negra era recluida en barrios marginales, lejos de la oportunidad de una educación próspera, aislados de la posibilidad de cambiar desde dentro un país que permanentemente les daba la espalda. Extranjeros en su propia tierra, marginados y denostados por los líderes afrikáners, así era la vida de una población que empezó a movilizarse a través del African National Congress (ANC), un grupo político elitista cuyo ‘target’ fue creciendo a medida que el descontento se generalizaba en las chabolas más olvidadas de un país bicéfalo: mala educación, alimentación y sanidad para las clases bajas negras, contrastado con los prósperos barrios occidentales de una clase media acomodada en Pretoria o Ciudad del Cabo. El 12 de julio de 1964, Nelson Mandela entró en la cárcel por unos principios que siguieron intactos. Alejado de los suyos y confinado a la soledad de Robben Island, su lucha siguió su curso con la fuerza suficiente para que, más de tres décadas después, se pudiera convertir en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica.

El racismo como ley

Umkhonto we sizwe ‘La lanza de la nación’, ese era el grupo armado liderado por Nelson Mandela que pretendía, mediante la lucha armada, conseguir un giro político en el país. La situación en el país era catastrófica para los negros: el presidente Hendrik Verwoerd, un holandés fanáticamente racista, decidió en 1958 dividir a la mayoría de la población, situándola en pequeños territorios alejados de las grandes ciudades, donde mucha gente había emigrado en busca de un trabajo mejor al servicio que prestaban en las granjas blancas de las afueras. Con eso pretendía crear diferentes grupos que, por separado, no podrían nunca imponerse a la minoría blanca, al no disponer de un objetivo común ni de una nación que defender. En 1959 anunció su plan, según el cual Sudáfrica sería un estado multirracial con tierras separadas para ocho naciones negras. Verwoerd, que se consideraba a sí mismo como un líder elegido por dios, dijo una vez: ‘Nunca tengo la más mínima duda ni se me pasa en ningún momento por la cabeza que a lo mejor estoy equivocado’. Su decisión para perpetuar el apartheid fue, sin embargo, uno de los principales motores del cambio de mentalidad en la población negra. Murió asesinado en 1966 por Dimitri Tsafendas(en la foto, a la derecha), un mensajero parlamentario de origen griego que le apuñaló cuatro veces, dentro del parlamento.

Aquello cambió la política de la ANC, que se implicó a favor de una Sudáfrica unida donde tanto blancos como negros tuvieran derecho a voto. Dentro de la minoría blanca, algunos comunistas se identificaron con los principios de la asociación, y algunos negros abandonaron la formación al considerar que había perdido el norte. Sus valientes dirigentes plantaron la semilla de un conflicto que se cobró miles de muertes, torturas y asesinatos como el de Steve Biko (en la foto, a la izquierda), un joven activista por los derechos humanos en Sudáfrica.

Pese a que las autoridades le prohibieron hacer campaña, él desobedeció las leyes y siguió con los meetings por todo el país. En 1977 fue detenido, encarcelado durante 20 días desnudo, sin posibilidad de moverse ni de lavarse. Después fue interrogado, con sus manos y sus pies ligados. Sufrió una paliza que le dejó semiinconsciente, la policía le abandonó en la sala, aún atado a un crucifijo hasta que finalmente fue evaluado por un médico. Sorprendentemente, aunque Biko tenía lesiones por todo el cuerpo y apenas podía hablar con continuidad, los médicos no creyeron conveniente realizar ningún tipo de acción. Unas horas después, fue internado dentro de un hospital de la prisión, ya en coma. Lejos de intervenir, la policía decidió trasladarlo a otro hospital penitenciario, a más de 700 km. Desnudo, cubierto con una manta y con una botella de agua como único alimento, Biko, de treinta años, murió pocas horas después de llegar a Pretoria.

Entre los distintos presidentes que sucedieron a Verwoerd, tenemos a un confeso y activo simpatizante nazi como Bhaltazar Johannes Vorster, que creó la organización Ossebrandwag, manifiestamente antibritánica, una organización donde estaría también Pieter Willem Botha, el penúltimo presidente del apartheid en Sudáfrica. Las presiones internacionales fueron desde la sanción deportiva hasta la retirada de ayudas económicas o el creciente boicot de empresas extranjeras. El país caminaba lentamente hacia una autocracia, apartados del mundo occidental y con una economía basada en el consumo propio de la minoría blanca. Mientras tanto, los estudiantes, intelectuales y líderes políticos negros pedía la excarcelación de Mandela. Botha respondió con un estado de excepción permanente, el apartheid era defendido por una policía que ya había demostrado ser uno de los subordinados más leales del estado. Pero el movimiento era ya imparable, la ANC ya no tenía dentro de sus objetivos la mejora de las condiciones de vida, una mejor educación o la lucha contra el desempleo, ahora querían acabar de una vez por todas con el apartheid. El enfrentamiento policía-civiles fue tan desigual, que incluso líderes ultraconservadores como Ronald Reagan o Margareth Thatcher aprobaron una serie de medidas respecto a Sudáfrica. Los bancos americanos dejaron de prestar créditos a los sudafricanos, y eso llevó a los grandes líderes empresariales del país a condenar las acciones del gobierno y a pedir algo que parecía inimaginable décadas atrás: la liberación de Nelson Mandela.

El camino hacia la democracia

Botha intentó seguir con un estado policial y las cárceles se llenaron, pero accedió a reunirse con Mandela en 1989, siempre y cuando este renunciara a la lucha violenta. Mandela ya no estaba en Robben Island y años antes, durante la víspera de Navidad de 1986, salió de la cárcel por primera vez en 24 años para dar un paseo en coche por Ciudad del Cabo. Botha y Mandela se reunieron por primera vez en 1989 Botha y Mandela hablaron secretamente en una reunión de cortesía que duró media hora, algo simbólico teniendo en cuenta que el segundo había sido considerado como un ‘terrorista comunista’ extremadamente peligroso. Sin embargo, las posturas no se acercaron y Botha dimitió seis semanas después del encuentro, con su entorno político enormemente fragmentado.

El sucesor de Botha fue mucho más pragmático, orgulloso de los logos del apartheid, pero consciente de que el sistema no iba a durar mucho más, Frederik de Klerk (en la foto) decidió negociar con Nelson Mandela. La caída de la URSS hacía que, además, la amenaza comunista temida por la oligarquía afrikáner desapareciera por completo. Las fuerzas socialistas ya no podían proveer de armas a la ANC, y pese a que esta estuviera en una posición débil estratégicamente, De Klerk consideró el diálogo como la única salida posible al creciente problema social en Sudáfrica. El presidente sudafricano, consideraba además que la precaria posición de la ANC le permitiría ganar las elecciones y pactar con los sectores más conservadores de la población negra. El 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela fue liberado, en uno de los momentos más emotivos de la historia de África y el mundo contemporáneo, y en 1993, él y De Klerk recibieron de forma conjunta el Premio Nobel de la Paz, aunque entre ellos había ciertas fricciones aún sin resolver.

El camino hacia las elecciones no fue fácil, hubo enfrentamientos entre Inkatha, un movimiento nacionalista Zulu, y la ANC, con ambos grupos usando métodos violentos que recordaban a otras épocas en el país. Los sectores blancos más radicales tampoco estaban quietos, los Afrikáner de extrema derecha tenían su grupo, el volkstaat, que amenazaba con derrumbar el proceso de negociación. Pese a las diferencias entre De Klerk y Mandela, ambos sabían que se necesitaban para llegar con éxito a unas elecciones democráticas con todas las opciones del marco político sudafricano. “Mi peor sueño es que un día me levante y De Klerk ya no esté allí”, declaró Mandela una vez en una cena privada. De Klerk y Mandela, con palpables diferencias, recorrieron juntos el camino hacia la paz

El 26 de abril de 1994, millones de africanos hacían cola para votar, la violencia, sorprendentemente, cesó. La expectación llenaba a toda la población, fuera cual fuera su procedencia y facción política. Los afrikáners de ultraderecha temían que un triunfo de Mandela acabara en una persecución hacia los blancos, pero el perdón y una inusual sensación de alivio permitió que todos los sudafricanos pudieran empezar una nueva etapa política. Por fin eran libres. Cuando juró el cargo, Mandela declaró: “Debemos construir una Sudáfrica donde todos los africanos, blancos o negros, puedan caminar con la cabeza bien alta, sin miedo en sus corazones, seguros de tener el derecho inalienable de la dignidad humana, una nación en paz consigo misma y con el mundo”. La victoria en el Mundial de rugby, un deporte tradicionalmente vinculado a los afrikáners, con Mandela entregando la copa enfundado en una camiseta de los ‘Springboks’ sigue siendo otro de los momentos deportivos más destacados de la historia reciente por la implicación política que tuvo. El equipo, formado principalmente por jugadores blancos, cantando el Nkosi Sikelel’ iAfrika (Dios bendiga a África, en xhosa) era el reflejo de un país que quería reconstruirse, y el deporte, en ese caso, fue un bálsamo y una muestra de que aquello era posible.

Un presente que no ha cumplido con las expectativas

Desde 1994 hasta hoy, ha habido cuatro elecciones libres y democráticas. En todas ellas ha ganado la ANC, pero los objetivos de igualdad económica y social con los que soñó Mandela no se han cumplido ni mucho menos. El país tiene buenos números económicos a nivel de PIB, goza de buena salud democrática y ha mejorado notablemente el acceso a la educación primaria; pero Sudáfrica aún debe responder al cómo esos recursos se reparten. El paro, la provisión de agua o una sanidad accesible para todos son aún cuestiones sin resolver. El informe del Banco Mundial destaca que “la situación del empleo es especialmente dura para aquellos trabajadores más jóvenes, residentes en pueblos o asentamientos informales en las áreas rurales, y los segmentos no-blancos de la población”.

El contraste en el nivel de vida entre blancos y negros sigue siendo muy grande El progreso ha sido bastante diferenciado entre blancos y negros, y este segundo grupo es siempre el que pasa más penurias económicas dentro del país. Un reflejo de esta situación fueron las protestas mineras en el noroeste del país en verano. Los trabajadores en huelga fueron disparados por la policía sudafricana, que consideró la protesta ilegal. Los mineros tenían palos y machetes y la policía, tras pedir que los entregaran, abrió fuego, recordando por primera vez después de tantos años, a la represión vivida en tantas ocasiones durante el apartheid. La Alianza Democrática, partido de la oposición, criticó duramente a Zuma (en la foto, con una camiseta de la selección nacional) por ello, y el actual presidente, se mostró “sorprendido y chocado por este tipo de violencia sin sentido. Creo que hay suficiente espacio en nuestra democracia para resolver este tipo de situaciones sin violencia”. Los periodistas presentes en la zona destacaron que los manifestantes no se movían y simplemente estaban quietos en el suelo.

El prestigio del país crece exponencialmente gracias a la organización de eventos deportivos. Tras la Copa Confederaciones en 2009 y el Mundial en 2010, Sudáfrica seguirá con su política de exposición internacional mediante la Copa de África 2013. Pero estos hechos no podrán borrar que el índice de Gini, que regula la desigualdad (entre el 0 y el 1, siendo el 1 la desigualdad extrema), sea de 0,63, que la esperanza de vida sea de 57 años o que sea el país del mundo con más infectados por el virus del Sida, con 5 millones y medio de personas. Mandela, con 94 años y una salud delicada, ve sus deseos parcialmente cumplidos, los retos de la Sudáfrica democrática aún tienen bastante camino por recorrer. La copa tendrá su partido inaugural mañana a las 17:00 horas, en el Soccer City Stadium de Johannesburgo (con un coste de más de 400 millones de dólares y una capacidad de unos 95 000 espectadores) y el territorio se parará apoyando a los Bafana-Bafana, que portan el orgullo de una nación cuya reconciliación es aún uno de los relatos más admirables de la historia, aunque su cuento está aún lejos de acabar en final feliz. Todas las selecciones serán la esperanza de unos países que, durante unos días, ocuparán algunas noticias. Saldrán del ostracismo y llenarán de alegría los ojos de millones y millones de paisanos que, allá donde estén, se sentirán identificados con las peripecias deportivas de sus muchachos. Y después, el abismo informativo volverá a su ciclo habitual. Fútbol y guerra. Conflicto y muerte. Tópicos de un continente saqueado y olvidado para siempre. Que ruede el balón.

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Sobre el autor
Jaume Portell Caño
Periodista. África y política. Ser comunista y comer gambas está mal. Creo que en ABC hacen buen periodismo.