Tras el segundo entorchado mundialista en 1974 para la República Federal Alemana, los años ochenta habían pasado con los bávaros siendo los grandes derrotados. Y eso que la década comenzó con la Euro de Italia 80, pero las dos a finales perdidas consecutivas en la Copa del Mundo hicieron firme la amenaza de que dos generaciones alemanas se perdieran en la historia del fútbol.

Un grupo que podía presumir de jugadores de la talla de Rummenigge, Magath, Völler o Matthaüs y que vio frustradas sus aspiraciones en España y México. Además, la fuerza con la que había irrumpido la Holanda de Gullit, Van Basten y Rijkaard parecía acabar con toda esperanza. Sin embargo, Alemania siempre nunca deja de competir, lo hace como costumbre y como nos descubriría en el verano de 1990 Gary Lineker: “El fútbol es un deporte que juegan once contra once y siempre gana Alemania”.

Porque diez años después de alzar el último título germano, Italia volvía a ser el escenario y entre los miembros de la ‘Mannchaft’ había un hombre con el punto de madurez perfecta, alcanzada en buena parte por el rigor de las dos temporada que llevaba en el ‘Calcio’. Lothar Matthäus reunía cualidades que pocas veces se han visto en un mismo futbolista. Su capacidad de lectura del juego tanto ofensivo como defensivo, se unía a la velocidad y a una técnica tremenda que le permitían ser un peligro en área rival y una garantía surtiendo balones a sus compañeros.

Inicio fulgurante y partido de leyenda

En Italia 90 jugaba su tercer mundial – aún jugaría otros dos, estableciendo récord de partidos – para convertirse en el líder indiscutible del campeón de esa edición. Yugoslovia y los Emiratos Árabes fueron los primeros en sufrir al capitán alemán. Dos goleadas, 4-1 y 5-1, en las que Lothar marcaría tres goles y daría un recital de clase. El primer gol de Alemania en la cita mundialista sería una gran muestra de ello: control de espaldas para con un toque posterior deshacerse del defensa, darse la vuelta y chutar desde la frontal.

Aquella Alemanania era como su capitán.

Con esas dos victorias la clasificación estaba hecha y pese al empate ante Colombia, el mensaje de Alemania había calado en el resto de candidatas. Liderados por Matthäus con Klinsmann y Völler como segundas espadas, los teutones tendrían aún que pasar una prueba de fuego. Holanda, el último verdugo bávaro, sería el rival en una eliminatoria de octavos para el recuerdo.

Fue una oda al fútbol de ataque desde dos estilos. Matthäus era el encargado de iniciar el juego de Alemania con su excelentes pases largos a Völler y Klinsmann para dar paso a las segundas jugadas. Holanda era un coro que hacía honor al estilo con el que Rinus Michels había impregnado al país del tulipán. Un partido cargado de tensión, con una expulsión por equipo a los 20 minutos (Rijkaard y Völler) por doble amarilla en cuestión de un minuto.

El encuentro acabó desequilibrado para Alemania por los goles de Klinsmann y Brehme, de poco sirvió el gol de Koeman en el último minuto. Pese a no poner su firma, Lothar Matthäus demostró ser el faro de un juego que pasaba casi en su totalidad por sus botas y su mente privilegiada para leer el juego.

Vengando la derrota del 66

El peso de los partidos comenzaba a notarse en las piernas y los rivales también demostraban porqué estaban en los cuartos de final de un Mundial. Checoslovaquia no lo puso fácil y tuvo que ser una espectacular jugada de Juergen Klinsmann la que desequilibrara el partido. El delantero se iba ya del tercer y cuarto jugador que se interponían entre él y el gol cuando lo derribaron dentro del área. Matthäus no permitió que la jugada pudiera ser olvidada en los resúmenes y transformó la pena máxima.

Abrió su particular Olimpo bajo el cielo de un verano italiano.

En el horizonte asomaba quien primero apartó de la gloria en una final a Alemania. Una Inglaterra que había llegado a base de resistir, sumando dos prórrogas en dos eliminatoria que hacían presagiar lo que depararían las semifinales. Durante el encuentro el ‘10’ alemán seguía dando lecciones de juego. Bajaba a ayudar en defensa, daba el primer pase para iniciar el ataque y se movía hacia la portería rival buscando los “espacios buenos” para ofrecerse o llegar a rematar.

Matthäus y Völler con Alemania. Foto: wikipedia.org

No había secretos en lo que Matthäus hacía cuando entraba entre las cuatro líneas. Todo era sencillo. Todo era de gran precisión y rapidez. Tan capaz de irse del rival por velocidad y desborde como de encontrar espacios en la defensa rival con buenos pases, muchas veces pases largos. Sí, aquel partido se fue a los penaltis tras los goles de Brehme y Lineker. Como era de esperar en la fatídica tanda el capitán alemán no fallaría y los fallos de Pearce y Waddle dejarían a los de Bobby Robson fuera de la pelea por el título.

Italia 90 supuso la consagración de un futbolista mayúsculo.

Fue tras este partido cuando Lineker dijo aquella famosa frase que ha pasado a formar parte de los tópicos futbolísticos. Aunque la realidad es que aquella Alemania era como su capitán, casi a imagen y semejanza. Sólida atrás, inteligente en la medular y sencilla en ataque. Siempre competitiva. Quizás por eso no falló ningún lanzamiento desde los once metros y resistió el golpe de un gol cerca del final.

El ansiado tercer reinado

Con Inglaterra, la derrota en el final de Wembley de 1966 quedaba saldada. Ante Alemania, una nueva final. La tercera consecutiva, la cuarta de las últimas cinco y los mismo rivales de México 86 cara a cara cuatro años después. El último escollo de la ‘Mannchaft’ de Lothar Matthäus para saldar sus cuentas con su propia Historia era la Argentina de Maradona. Deuda saldada con un penalti más que discutible que Brehme convertiría para que el partido, que acabó con tres argentinos expulsado, cayera del lado de Alemania.

Sería el último Mundial que disputase la República Federal de Alemania y tras la reunificación pasarían doce años hasta que los mundiales volvieran a ver a Alemania en una final. Pero sin duda aquel Italia 90 supuso la consagración de un futbolista mayúsculo. Lothar Matthäus, a sus 29 años, era la pieza que hacía funcionar el fútbol alemán a la perfección, combinando la pausa con la verticalidad de sus carreras o de sus pases. Ordenando en todo momento a sus compañeros.

Tras dos décadas dedicadas a Borussia Mönchengladbach, Bayern de Múnich, Inter de Milán y Alemania, en el años 2000 los Estados Unidos verían la retirada oficial del que probablemente haya sido mejor jugador alemán hasta el momento. Matthäus se retiraba con un Mundial, una Eurocopa y dos Copas de la UEFA, además de un Balón de Oro y un FIFA World Player. Pese a no haber ganado una Liga de Campeones, esta vez el dios del fútbol fue justo y le abrió su particular Olimpo bajo el cielo de un verano italiano.