Nacido un 12 de julio de 1991 en la ciudad de Cucutá, fue Ibagué, la capital Americana de la música, la que desplegó la alfombra de su infancia a sus pies, de ahí que en su pierna izquierda resida buena parte de la cumbia poderosa que hoy le ha convertido en joya del mundial. La aparición de James David Rodríguez, con su aspecto aniñado y angelical, puede sorprender a muchos, pero los que llevan tiempo siguiendo su carrera profesional, no se han movido un solo milímetro al verle brillar en Brasil. Son buenos conocedores de su talento, pues su precoz historia viene de lejos, de cuando su madre Pilar Rubio Gómez, se abrió camino en la citada ciudad tras su separación del también futbolista Wilson James “Cachetes” Rodríguez. De aquella época le quedó una rémora de tartamudez que logró superar con enorme tesón y el trabajo de los logopedas.

Allá en Tolima creció, aprendió de su madre el oficio de vivir, las largas jornadas que se precisan para el sustento diario, la importancia de hacerlo sin dejar de ver las señales que el destino nos envía para soñar con algo mejor, con sueños para los que no existen los límites. La casa familiar situada justo al frente de la cancha de fútbol donde entrenaba Cooperamos Tolima, un equipo de la tercera división, no era simple estación de paso vital, sino enclave geográfico del tiempo y el destino en el que confluyeron días inolvidables de juegos con un balón. La dicha del breve lapso de la espera hasta lo que es hoy una grandiosa realidad transcurrió en su ilusión por un fútbol grande y de dibujos animados, idealizados en la figura de Oliver Atom. Pero la ficción se hizo realidad en su figura, la de un niño que regresaba de la escuela con el uniforme embarrado, la camisa beige hecha jirones, la chaqueta con el número diez y los mocasines desgastados de patear con la zurda a la escuadra imposible de la serie Supercampeones”. Un pequeño que prolongaba sus ilusiones en las calles de Arkaparaíso, donde la puesta de sol marcaba el final del partido para muchos, no para él que trazaba jugadas entre la penumbra de la noche.

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Las canchas de Jordán y del Parque Deportivo vieron las primeras carreras del exitoso volante de raza Pijao. En la escuelita Academia Tolimense, el técnico ‘Yul Breinner’ Calderón recuerda vívidamente el día en que lo vio llegar de la mano de Juan Carlos Restrepo, su segundo padre, que incentivó sus innatas cualidades para jugar al fútbol. Tenía siete años y el reloj de arena del tiempo transcurrió como una cuenta atrás, derramando puñados de arena hasta que el mundo del fútbol reconoció a una nueva estrella. Los granos de arena fueron cayendo uno a uno, era ya consumado goleador cuando en enero de 2004 en la final del Pony Fútbol contra Cali, en Medellín dos goles olímpicos suyos les hizo a sus congéneres la idea de que estaban ante un jugador distinto. Un ganador de tiempo completo que tras su etapa en la Pony Fútbol ingresó en las divisiones menores de Envigado, donde su ambición por llegar era tan grande que pagaba 100 mil pesos mensuales a Omar Suárez —entrenador de las filiales de ese club— para que lo entrenara después de las prácticas con el equipo juvenil. James quería ser el mejor y sabía que para llegar a serlo tenía que trabajar y pulir cada día las innatas cualidades con las que la providencia le había dotado.

En Envigado estuvo arropado por su familia, que no dudó en seguirlo y apoyarlo en su sueño, no se equivocaban, pues James es uno de esos futbolistas con los que se rompe el molde, es diferente, posee velocidad, calidad y talento, adorna además su inagotable libro de recursos con el don del gol y un disparo a media distancia mucho más que notable. Es un medio con alma de diez, un jugador muy hábil y ágil.

James Rodríguez puede aparentar fragilidad, podría hacer creer que es de esos futbolistas de cristal que parecen correr el riesgo de quebrarse con el ataque veloz del granizo, pero no se dejen engañar por su cara aniñada, pues el colombiano planta sus piernas como un roble y bracea con esa maldad que poseen los cancheros. Por todo este abanico de cualidades James no tardó en debutar en el fútbol profesional, fue a los 14 años, en el Envigado Fútbol Club. A los 17 firmó por Banfield de Argentina y se convirtió en el extranjero más joven en la historia del fútbol de ese país en debutar en primera. Anotó su primer gol contra Central, dejando la firma de su pierna izquierda como primer recuerdo, un zurdazo que hirió como un látigo en una de sus primeras apariciones en la Primera de Banfield. Al siguiente año en el Torneo Apertura 2009 se consolidó como titular marcando algunos goles decisivos para la consecución del título para CA Banfield.

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Como cuenta su madre Pilar, James supo llegar a los sitios en los tiempos justos, cayó como del cielo en Banfield, luego dio el salto a Europa en 2010. El FC. Porto hizo un gran negocio apostando por el joven futbolista colombiano, pues pronto el Estadio do Dragão fue testigo de esa cumbia mágica y poderosa que desprende su pierna zurda, la magia, las reminiscencias de los dibujos animados que se intuyen en sus veloces decisiones para encarar y romper defensas. Levantó ocho copas y fue premiado como la revelación; ganó el torneo Esperanzas de Toulon. El conjunto luso que había adquirido su pase por 7,4 millones de euros lo vendió al Mónaco en el pasado verano por 45 millones, multiplicando por siete su gran inversión.

Ranieri en el Mónaco le incentivó desde el desafío, le plantó en el banco y el tolimense recogió el guante respondiéndole con 10 goles, el récord de 14 asistencias para el certamen y su inclusión en el equipo ideal al final de la competición. Por todo ello los que le conocen no creen estar ante una revelación, ante una aparición angelical que se ha colado por la sabana azul del cielo de Río entre Messi, Neymar y Robben, sino que el mundo ahora conoce al verdadero James.

Aquel que ha cautivado porque tiene leves pies de cirujano con destrezas de escultor para ejecutar goles perdurables en la memoria. Pues su zurda es la proa afilada de un maravilloso barco colombiano de cien pies de largo que parte las aguas en Brasil, es el mástil de una selección que infla la vela del buen juego con los nudos de los grandes vientos, y el aire fresco de la brisa que es su fútbol. No cabe duda de que el DT argentino José Néstor Pékerman, comanda con autoridad y buen juicio este velero de buen fútbol, una dotación de muy buenos futbolistas que disfrutan haciendo su trabajo, un equipo que despliega su vistoso juego sobre el verde, de igual manera que rasga la sabana azul del mar de la ilusión. Pékerman técnico de modos amables pero decisiones firmes, es un viejo lobo de mar que ha conseguido convertir su tripulación en una familia, pues entre lo táctico y lo afectivo ha encontrado el equilibrio que se acerca más a lo que los aficionados quieren y desean que sea su selección. Una selección y un futbolista para ver, un barco para subirse, un velero de juego para disfrutar, para volver a creer que el buen juego jamás se marchó, sino que se refugia en Colombia, un equipo que hace de Rosa de los vientos balón y navega rumbo a la historia…