Tarde soleada en Brasilia. El estadio Mané Garrincha abría sus puertas por penúltima vez en este Mundial de Brasil 2014, reservándose su despedida para el duelo por el tercer y cuarto puesto. Tercer encuentro de cuartos de final. Con una vigorosa Alemania y una selección brasileña herida de gravedad ya en semifinales, otros dos países se batían para extraer el tercer billete para ellas. Argentina y Bélgica. Extraordinaria reedición de aquellas semifinales de México 1986. Los belgas llegaban sedientos de venganza. Los argentinos, liderados por el más brillante sucesor de Diego Armando Maradona, buscaban certificar su favoritismo histórico.

Los 22 hombres destinados a medirse en el fragor de la batalla saltaban al césped. Vestidos de albiceleste lo hacían Sergio Romero, Pablo Zabaleta, Ezequiel Garay, Martín Demichelis, Jose María Basanta, Javier Mascherano, Lucas Biglia, Ángel Di María, Ezequiel Lavezzi, Gonzalo Higuaín y el capitán y símbolo argentino Lionel Messi. Alejandro Sabella introducía cambios en su once. El mal rendimiento de Fernando Gago lo dejaba en el banquillo por primera vez desde la primera jornada, ante Bosnia, en beneficio de Biglia. También lo hacía Federico Fernández, favoreciendo el debut en este Mundial del central del Manchester City Martín Demichelis. Por último, Basanta se veía obligado a entrar como titular debido a la sanción por acumulación de tarjetas de Marcos Rojo. Los demás se mantenían.

El ajustado once argentino (Foto: Ronald Martínez).

Por Bélgica saltaban Thibaut Courtois, Toby Alderweireld, Vincent Kompany, Daniel Van Buyten, Jan Vertonghen, Axel Witsel, Marouane Fellaini, Kevin de Bruyne, Kevin Mirallas, Eden Hazard y Divock Origi. El jovencísimo punta repetía titularidad pese a la gran actuación de Lukaku ante Estados Unidos. Con respecto al once que introdujera ante los americanos, Wilmots sólo introducía un cambio: Mirallas entra por Dries Mertens. El técnico belga buscaba focalizar los esfuerzos ofensivos por el centro y acompañar más de cerca a Origi. Mertens y Lukaku, junto a otros diez jugadores, esperaban su oportunidad en el banquillo.

Los himnos argentino y belga resonaban en el Mané Garrincha. Los Diablos Rojos, inferiores en afición pero feroces en su magnitud, estrechaban sus manos con un combinado albiceleste mucho más cercado por la presión que sus rivales. Lionel Messi y Vincent Kompany, capitanes, se sonreían tímidamente y realizaban el sorteo inicial. El colegiado del encuentro, el italiano Nicola Rizzoli, comprobaba que todo se encontrase en orden. Cada detalle parecía resultar propicio para que el esférico comienzase a rodar. Rizzoli acercaba el silbato a sus labios y señalaba el comienzo del encuentro. La batalla se disparaba.

Descenso a la realidad

Bélgica comenzaba dominando. Argentina se guardaba atrás. La lentitud de Basanta parecía un factor que podía resultar clave a favor de los hombres de Wilmots. A pesar de todo, la primera aparición de Messi regalaba a la albiceleste la primera ocasión del encuentro. El astro del Fútbol Club Barcelona recibía en el círculo central y ponía un gran balón para que Lavezzi buscase un centro que finalmente despejaría Kompany. El ritmo imprimido por los belgas parecía haber hecho reaccionar a los de Sabella.

Hazard no encontró su lugar sobre el césped (Foto: Julian Finney / Getty Images).

Con Argentina plenamente introducida en el partido, Di María comenzaba a cobrar protagonismo. El Fideo driblaba, combinaba, creaba. Una jugada suya era rechazada por Vertonghen para acabar en las botas de Gonzalo Higuaín, quien cazaba el esférico con la derecha y lo enviaba al fondo de la red de la meta de Courtois. Imparable para el ya meta del Chelsea. Un gol clásico de delantero centro adelantaba a Argentina. Bélgica comenzaba a remolque.

Bélgica apretaba. Con el partido en contra, las ideas escaseaban. La presión argentina en el centro del campo, ejercida con maestría por un sensacional Lucas Biglia, impedía que se efectuase con fluidez la transición ofensiva de Wilmots. Con Fellaini y De Bruyne bien cubiertos, Kompany se veía obligado a jugar en largo con asiduidad, perdiendo más balones de los estrictamente necesarios. Mientras, Argentina seguía esperando su oportunidad y creando, poco a poco, ocasiones de peligro.

Sin embargo, los belgas no se rendían. Vertonghen y Alderweireld empezaban a mostrarse como alternativas para la salida de balón, liberando a un De Bruyne que comenzaba a probar suerte desde el borde del área. Origi también arrancaba poco a poco, cayendo a banda asiduamente a buscar balones que, de otra forma, no llegarían a sus botas. A la contra pretendía salir Argentina, con Messi generando balones mágicos y Di María mostrándose extraordinariamente receptivo. El propio Di María se resentía tras una ocasión repelida por Kompany. Pese a intentar seguir sobre el césped, el madridista se veía, finalmente, obligado a abandonar el campo con molestias. Baja sensible para Sabella. Enzo Pérez entraba en su lugar.

Messi volvió a brillar en la primera mitad del encuentro (Foto: Matthias Hangst / Getty Images).

Un espléndido Kompany seguía repeliendo, una tras otra, todas las ocasiones argentinas, mientras Bélgica seguía sin dar con la tecla en ataque ante una perfectamente asentada selección albiceleste. El partido se dormía en la recta final de la primera mitad. Messi, sin embargo, comenzaba a despertar. Con la salida de Di María, el ‘10’ asumía toda la responsabilidad que le corresponde. Bajando a recibir al medio, regateando y asistiendo con una soltura casi insultante. Una peligrosísima falta al borde del área se le escapaba por milímetros. Un cabezazo de Mirallas que se iba por poco, última intentona de los belgas antes del descanso para reestablecer el empate en el marcador.

Con 1-0 a favor de Argentina se llegó al descanso. Bélgica se veía obligada a reaccionar. Sin ideas, sin verticalidad, todo el genio desenfadado que los chicos de Wilmots habían desprendido en sus encuentros previos parecía haberse difuminado ante la selección dirigida por Sabella. Los Diablos Rojos tenían que hacer algo al respecto. Y debían hacerlo rápido.

Wilmots llega tarde

La selección belga salía con el mismo once y los problemas se mantenían. Marc Wilmots parecía aturdido. Argentina, por su parte, buscaba sentenciar. Courtois detenía un disparo de Messi. Higuaín realizaba una jugada magistral y enviaba el esférico al larguero. Bélgica estaba completamente sometida ante el combinado argentino, que ejecutaba en ese momento sus mejores minutos en toda la competición.

Finalmente, el seleccionador belga se decidía a tomar cartas en el asunto. Lukaku y Mertens entraban en el campo en sustitución de Origi y Mirallas. Dos cambios naturales pero introduciendo a dos jugadores más verticales. Un primer remate alto de Fellaini hacía notar el inicio de la reacción belga. Messi se disipaba por instantes y los hombres de rojo ganaban enteros lentamente.

La frustración llega tras la costumbre del éxito (Foto: Matthias Hangst / Getty Images).

A pesar de la mejoría de Bélgica, Argentina conseguía mantener el marcador sin excesivas dificultades. El gran marcaje sobre Lukaku impedía que entrasen por el centro con facilidad, y el hecho de dar un paso atrás conformaba un bloque compacto difícil de superar. Los minutos transcurrían y los nervios belgas comenzaban a florecer. Como es habitual, las ideas, a medida que la tensión crecía, empezaban a escasear.

El partido tocaba a su fin y Argentina se encerraba atrás con Bélgica enviando balones aéreos al remate de Lukaku y Fellaini. Ninguno de ellos lograba alcanzar portería. Tras una extraordinaria parada de Courtois en un mano a mano con Messi, Bélgica ahogaba su último cartucho con un pase de Lukaku que sacaría a bocajarro Ezequiel Garay. Rizzoli señalaba el final del partido. Argentina volvía a las semifinales de un Mundial 24 años después de hacerlo en Italia 1990.

La jovencísima generación belga dirigida por Wilmots se despide de Brasil en cuartos de final tras firmar una extraordinaria actuación. La voluntad de Higuaín y su magnífico gol convirtieron, de forma merecida aunque no exenta de sufrimiento, a Argentina en la tercera semifinalista tras Alemania y Brasil. El espectáculo continúa. El corazón del fútbol mundial sigue latiendo en Brasil.