Tras once meses sin derrotar a los guardianes de las metas rivales con la elástica de Argentina, las críticas amenazaban con derrumbarse sobre la figura de Gonzalo Higuaín, sepultando a un futbolista único, poseedor de una extraordinaria calidad pero con la sempiterna losa de la exigencia colgando sobre su cabeza como particular espada de Damocles. Y es que la carrera del Pipita ha sido una continua petición de más, una lucha contra los elementos, contra los rivales y contra las circunstancias. Una batalla contra sí mismo, consigo mismo como aliado.

El seleccionador francés esperaba ver a Gonzalo en las filas de 'les bleus', algo que él rechazó

Luchador inagotable, cada paso del argentino sobre un terreno de juego se convertía en un grito mudo de rabia acumulada, de queja ante la crítica absurda, voraz, la que han librado desde diferentes frentes algunas voces temerarias, decididas a no facilitar el avance en un camino ya de por sí complicado. Corresponder al peso que supone ser portador del número '9' en una selección histórica como Argentina no es un desafío al alcance de demasiados pero sí fue uno de los que en su día aceptó Higuaín, provocando ello el correspondiente enfado del por aquel entonces seleccionador francés, que esperaba ver a Gonzalo en filas de les Bleus; cabe recordar aquí que Higuaín nació en París y a los 10 meses se marchó a Argentina, donde el ambiente del fútbol sencillo y de barrio que se respira en la tierra del tango y el fútbol, le atrapó nada más poner un pie en su suelo, obteniendo de él una muda promesa de fidelidad y responsabilidad para con la albiceleste.

Una promesa a Argentina

Tras todo lo logrado, Higuaín continuaría siendo ese guerrero incansable al que siempre le quedaba algo por demostrar

Una promesa a la que empezaba a dar cumplimiento el 10 de octubre de 2009 ante Perú. Aquel fue el día de su debut con la todopoderosa Argentina. Su primera gran competición internacional con la albiceleste le llevaba a un Mundial, el de Sudáfrica 2010, donde ya se encargó de exhibir al planeta la impronta de su gol. A pesar de los logros cosechados, habiendo alcanzado un hueco en la selección blanca y celeste mediante la llamada de, nada menos que Diego Armando Maradona -seleccionador por aquel entonces-, y tras todo lo logrado en sus clubes, la imagen de Higuaín continauría siendo la de aquel guerrero incansable al que siempre le quedaba algo por demostrar. En una resignación que fundió aceptación y perseverancia, la reacción del argentino siempre fue la misma: remangarse, respirar y arrancar a correr; en busca de esa cabalgada imposible, a por ese balón que se perdía, tras ese pase al que no llegaba y a por ese disparo sin ángulo.

Nunca importó que la posibilidad de concretar una acción estuviera sólo en su cabeza; que la física le advirtiera de lo poco factible que podía ser darle cumplimiento a determinados retos; Higuaín tuvo siempre muy claro que el primer paso hacia lo imposible era intentarlo. Esa actitud, poco dispuesta a la queja ruidosa y siempre firme ante la acometida, le valió para hacerse con muchos aliados y rendir estadios enteros a sus pies. Pero en la exigencia de las más elevadas cimas aquello no era suficiente; nunca sería suficiente.

El Mundial como altavoz

Ante Bélgica, el Pipita se vistió de héroe y mató de un plumazo los argumentos en su contra

Y entonces Higuaín escogió un escenario de ensueño para dar rienda suelta su 'yo', para responder de nuevo a esas palabras devoradoras que cuestionan siempre todo: un Mundial, ataviado con la armadura albiceleste y la lucha infructuosa de los suyos, buscando un lugar en las semifinales, enfrentándose a sus demonios y tratando de tumbar a esa frontera imaginaria que durante dos citas planetarias consecutivas se habían erigido en el particular límite argentino. Higuaín se vistió de héroe y mató de un plumazo los argumentos en su contra; los once meses en blanco, los cuestionamientos sin sentido, los dardos envenenados: su gol ante Bélgica le daba a la albiceleste el pase esa ronda desde la que ya se atisba la final, desde la que se vislumbra el cetro, desde el que se imagina la suavidad del tronos, su comodidad.

A la grandeza de los anhelos de ese niño argentino le queda por delante lo más grande: el Mundial

No obstante, la paradoja que se da en toda gran competición se cumple aquí también: cuanto más cerca está un trofeo, más lejos parece también. Es mucho el camino recorrido por Argentina pero también es mayúscula la dificultad que queda por delante, retos ante los que no hay garantías; o quizás así: Argentina tiene garantizada la lucha sin cuartel, la capacidad de abstraerse del mundo y aunar todo sentimiento a una fe inquebrantable en sí mismo; una perseverancia sin descanso y una calidad, posesión sólo de aquellos jugadores tocados por una varita mágica. Gonzalo Higuaín es dueño y señor de todo eso. A la grandeza de los anhelos de ese niño argentino, que no nació en las calles de Buenos Aires pero sí se enamoró de ellas cuando la ciudad de la luz le vio partir, le queda por delante lo más grande: el Mundial de fútbol de selecciones.

Un lugar en la historia

Con los escombros de sus sueños, reconstruye una y otra vez sus propias esperanzas

La posible conquista por parte de Argentina será para Gonzalo Higuaín mucho más que un suspiro de alivio para quien es exigido en un camino que lleva ya varios años concediendo insatisfacciones, la férrea obligación con su propia historia. Para el Pipita, el sueño será un golpe sobre de autoridad, ese grito desgarrado del que, con los escombros de sus sueños, reconstruye una y otra vez sus propias esperanzas.

Logre lo que logre su selección y con ella, el propio Higuaín, el argentino sabe bien del probable renacimiento de esas voces críticas que aprovechan la adversidad para golpear donde más duele, tratando de lastrar aún más la capacidad de quien, sin embargo, nunca se rendirá ni sucumbirá a los vacuos argumentos. De lo constructivo, el Pipita hará peldaños de trabajo hacia la superación constante; de lo destructivo, cenizas sobre las que caminar para endurecerse, para inmunizarse y para eternizarse en una historia de la que quiere formar parte a base de perseverancia.