El balón siempre ha sido arma infalible para pacificar o para enfrentar. Aunque los ideólogos de este maravilloso deporte digan que las comparaciones con otras disciplinas son odiosas, es inevitable relacionar fútbol con historia, porque, en realidad, se complementan. La historia del fútbol es historia, y la propia historia lleva implícita el fútbol como uno de los miles de átomos que la forman. Una relación recíproca que mueve a un número ingente de personas, que olvidan si son de este o aquel bando, o, por el contrario, acrecienta las diferencias entre ciudades, comunidades o países. Arma de doble filo. Una Colt Peacemaker. Nombre apaciguador, uso destructivo. Empuñadura de madera, balas de cuero. Kiss Kiss… Bang Bang.

Alemania y Argentina serán las competidoras, las facciones enfrentadas. La zamarra blanca y la albiceleste, como pasara 28 años atrás. ¿Repetir título ante el mismo contrincante o arrebatárselo a su verdugo? El césped de Maracaná dictará sentencia. Sus porterías guardarán silencio. El cuero será la bala perfecta para que la guerra dé comienzo.

Y de guerras bien sabe Alemania. Los soldados rubios tienen la lección aprendida a base de experiencia, tanto en campos de batalla convencionales como en campos de batalla de 110 x 75. Los antecedentes lejanos y cercanos la dan como clara ganadora. Brasil salió escaldado después de pasar por la bañera teutona y el paso de los años ha ido forjando una leyenda llamada a sentarse en el trono de las mejores leyendas. Ya no solo el mundo del fútbol se ha rendido a sus pies, el mundo entero, por desgracia, tuvo que hacerlo a riesgo de ser masacrado. Porque los soldados rubios no solo campeaban con un balón en los pies, también lo hacían con un arma en la mano.

Su rectitud y eficacia viene codificada en los genes, el gen alemán. Ese espíritu del detalle, del perfeccionismo, de la puntualidad y del sentido de la obediencia es algo que les diferencia como nación, o como diría Hitler, como raza. La raza aria. Sus características son extrapolables a todos los ámbitos de la vida: el trabajo, la política, la economía, el deporte. Pueden parecer hombres de hierro, que no musitan palabra cuando actúan, pero tras de sí hay una historia que justifica su comportamiento. Una historia que sigue doliendo en la actualidad, que se recuerda con especial abatimiento, aspereza y temor. Una historia que ha dividido pueblos, ha marcado límites y ha cambiado el orden normal de lo que entonces sería el futuro. Pero, ¿qué pasaría hoy si al régimen nazi no se le hubiera cortado las alas? En el caso contrario, ¿qué hubiera ocurrido si ese hombrecillo austriaco no hubiera nacido? La pregunta es profunda y fría, porque el curso de la historia viene marcada por tal acontecimiento. La creación de una ideología que se basó en unas lecturas de filósofos mal entendidas, en el sentir de una raza diferente, que se creyó mejor al resto y quiso imponer sus dictados sobre vecinos que moraban en manzanas muy alejadas. Al menos, de esa época nos queda el fútbol.

Hitler
Fuente: Sickchirpse.com

Hoy la conocemos como una nación próspera, motor de Europa y, junto a unos secuaces que llegaron a ser rivales, cabeza visible de la política mundial. Si Alemania habla, todos obedecen. Algo parecido a lo que pasaba en la primera mitad de siglo XX, aunque ahora se diga que vivimos en democracia. Alemania no era una bondadosa nación cooperativa y feliz. Alemania ha resurgido en los 90, con la reunificación, pocos meses después de que Estados Unidos celebrara su Mundial. Si nos remontamos a tiempos anteriores a esa competición, y durante ella, la Alemania Federal era el nombre que aparecía registrado en la FIFA. ¿Por qué? Porque Alemania eran dos, una federal y otra democrática, producto de la guerra más cruenta que se ha vivido: la Segunda Guerra Mundial.

La vetusta

Aunque se hable de vencedores, en esa contienda no los hubo. Nadie ganó, todos los países perdieron. La conferencia de Yalta y Postdam, a la que asistieron Churchill (después Clement Attlee), Roosvelt y Stalin, sirvió para desmilitarizar Alemania, plantar la semilla de la OTAN y repartir en cuatro zonas el paisaje teutón, así como su ciudad más representativa, Berlín. El territorio quedaba partido en dos zonas. La República Federal Alemana, ocupada por los dos países aliados que “ganaron” la guerra, y Francia, que se unió al banquete: el norte para Reino Unido, una porción del sur para Francia, y el sureste cayó en manos americanas. El otro lado lo representaba la República Democrática Alemana, regida por Stalin en caudillaje comunista. Berlín estaba situado en esta región. Una isla dividida, como el país entero, aunque aquí las diferencias se materializaban con un muro. Reino Unido y Estados Unidos en la parte occidental, esta vez Francia se quedaba sin su trozo de la tarta. El bloque soviético ocupó el oeste de la ciudad. Cualquier tránsito de gente de una parte a otra quedó bloqueado. Seis años después, en 1952, Stalin propuso reunificar los territorios desmilitarizados mediante la conocida como Nota de Marzo.

El descontento en oriente empezaba a ser patente y los altos mandos soviéticos vieron la necesidad de pactar con las fuerzas del otro lado para no perder el control ciudadano. En el 53 se produce el primer brote revolucionario contra la política stalinista por parte del sector obrero berlinés. El levantamiento fue fuertemente acallado por el Grupo de Fuerzas Soviéticas, el propio gobierno de la RDA (República Democrática), y la Volkspolizei, que venía a ser el cuerpo policial. Las jornadas de trabajo más largas y sin remuneración fueron la consecuencia del desarraigo entre potencias políticas y pueblo. Alemania Oriental comenzaba a tener grietas, y el cántaro acabaría por fragmentarse completamente sin tardar demasiado. La República Federal se negó por completo a aceptar cualquier tipo de acercamiento, socavando los deseos del dictador georgiano y aumentando las diferencias entre las dos alemanias. Una oriental de firme ideología comunista y una occidental que empezaba a desmarcarse para acabar unida al rosario de estados occidentales europeos.

La primera crisis del petróleo, en 1973, debilitó la economía germano-occidental, mientras que el bloque soviético gozaba de una mayor independencia económica al tener, de forma indirecta, la manija del petróleo aliado. La guerra de Yom Kipur fue el desencadenante de la carestía de petróleo. El conflicto árabe-israelí ya era un problema allá por la mitad del siglo pasado. Israel se negaba a perder los territorios conseguidos en las guerras del 48, 56 y 67, hecho que implicaba el combate en fronteras de varios países. El detonante en el 73 fue un ataque sorpresa egipcio-sirio contra Israel. El bloque aliado ayudó a Israel, excepto los soviéticos, que apoyaron a los beligerantes del noreste africano y a los expedicionarios de la Península Arábiga y del Atlas. Como castigo, Egipto, Siria y sus secuaces cortaron el petróleo a los países que se habían decantado del lado israelí, mientras que por su lealtad, la URSS, es decir, el bloque comunista, fue premiado no solo con la no-suspensión del caudal petrolífero, sino también con su transformación en país estratégico que poseyera ingentes cantidades de aceite de roca y, en consecuencia, ser el padre al que todos los hijos europeos pedirían la paga para no entran en recesión, incluso en nuevas guerras. El dinero embolsado fue directamente a las arcas de desarrollo de las industrias emergentes.

RDA
Fuente: Taringa

La neonata

La batuta política, social y librecambista la llevaba la RFA (República Federal), la RDA era la que, sin saberlo, llevaba las semillas para autodestruirse, aunque atesorara los billetes del petróleo. El fallecimiento de Stalin y la subida al poder de Gorbachov supusieron un aperturismo de cara a Europa y un proceso paulatino de capitalización y acercamiento a “la otra Alemania”. Primero, derogó la Doctrina Brézhnev para poder revertir el orden lenin-marxista por un dictado socialista moderado que desestimara la cooperación comunista de la alianza militar del Pacto de Varsovia para reimplantar dicho sistema. Muchos pueblos comunistas siguieron la estela de Gorbachov, el ejemplo más indicado es el de Lech Walesa y su partido Solidaridad, apoyado por Karol Wojtyla (Juan Pablo II), en Polonia.

El descontento social ante la represión y la simpatía hacia la conversión motivó un suicidio de la vida comunista. Un aniquilamiento lento y progresivo en el que la Europa roja se iba desangrando hasta no dejar vestigio de los tiempos pasados. Los conflictos en el PSUA, el partido socialista único, terminaron por desguazar las diferencias entre Alemania Oriental y Occidental. El estamento político caía por su propio peso, estampándose contra un moderno suelo adoquinado que dejó atrás las viejas tierras embarradas del comunismo. Alemania tenía ya nueve meses y quería ver la luz del sol capitalista europeo, matando a unos padres que llevaban mucho tiempo separados.

Alemania asomaba la cabeza, aunque aún quedaba el desarme total del Telón de Acero, un muro más que dividía a Europa entera: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adrático, ha caído sobre el continente un Telón de Acero”, dijo un Churchill que no pudo ver la caída de lo que él mismo apodó como Iron Curtain. Gracias a la Ley de Viajes, las fronteras con Austria, Hungría y Checoslovaquia se abrieron, hasta que la mayoría de ellas acabó por ceder a la presión, dejando libre el paso de una parte de Europa a la otra. Finalmente, lo que se llevaba décadas esperando, se produjo: la libre circulación entre las dos alemanias. Berlín seguía siendo ese punto conflictivo de encrucijada estratégica. El muro de la vergüenza seguía ahí, taponando cualquier entrada o salida, y la guardia custodiaba esas paredes que rezumaban odio e ira. En el 89, esos ladrillos maltrechos cayeron de una vez por todas, dando la posibilidad del reencuentro a familias cercenadas por la idiosincrasia absurda de energúmenos de ambos lados del murete, a que el trabajador al que le tocó quedarse en el lado oeste rememorara sus orígenes en el este y, que, en definitiva, la humanidad se impusiera a la sinrazón. Las comadronas envolvían a la recién nacida en suaves toallas blancas, mientras que la matrona jefe, llamada Unión Europea, cerraba los ojos a la madre, susurrando a su oído inerte: “Descanse y, por una vez, que sea en paz”.

Más de un año después, bien entrado el año 1990, se produciría el testarazo definitivo a la República Democrática, una gran noticia para comenzar la última década del milenio: La Reunificación.

Muro de Berlín
Caída del Muro de Berlín. (Fuente: Elespaciorepublicano.blogspot.com).

El Tratado Dos más Cuatro propugnaba la anexión de la RDA a la RFA, lo que conllevaría la adopción de su moneda, costumbres, administración, neutralidad, política y su entrada en la OTAN, cosa que no gustó al antiguo bloque comunista que, finalmente, tuvo que aceptar, poniendo la condición de que las fuerzas militares no podrían actuar en su zona. Uno de los ideólogos de la unificación que ayudó enormemente a instaurar la normalidad quebrantada por infelices de la talla de Hitler o Stalin, fue Helmut Kohl, Canciller Federal. Él fue el auténtico pegamento que unió las dos facciones. Su aportación económica e ideológica a la parte soviética sirvió para que el oeste, totalmente rural y anticuado, se pusiera a la altura del este y ambos fueran de la mano en busca de la paz perpetua y la unidad. La Guerra Fría tocaba a su fin.

México 86. El pasado es obstinado y armoniza

1986. 2014. Otra prueba más de que el pasado es obstinado y armoniza. Mundial de México. Mundial de Brasil. Mismos nombres en la final. La República Federal era la representante del bloque del este y la URSS, la del oeste. Sin más pretensiones que narrarles, en resumidas cuentas, como fue aquel evento, nos alejamos de las balas de mentira, las que hacen daño, y nos centramos en las que, para mí, son de verdad, las que alegran, las balas de cuero.

México albergaba su segundo mundial con dudas. Unos terremotos habían provocado daños y muchos muertos, aunque las sedes estaban intactas. La pelota echó a rodar, y tendría dos protagonistas que se verán las caras en breve: Alemania y Argentina, Argentina y Alemania. La albiceleste de Maradona y Valdano estaba en el Grupo A, con Italia, Bulgaria y Corea del Sur. Los de Beckebabuer estaban encuadrados en el Grupo E, con Dinamarca, Uruguay y Escocia. Un empate ante los charrúas y una abultada derrota frente a los daneses, les dejó al borde del abismo. Aunque, afortunadamente para los aficionados al buen fútbol, pasaron segundos de su grupo. La Dinamarca de Laudrup estaba cuajando un mundial sorprendente. Derrotando por seis tantos a Uruguay y encabezando el Grupo F con un balance de nueve goles a favor y solo uno en contra, sin embargo, en Octavos, Butragueño tuvo un día excepcional y endosó cuatro goles al combinado escandinavo, más otro de Goikoetxea, para cerrar la manita.

Entretanto, Alemania pasaba a Cuartos gracias a un gol en los estertores del partido, obra de Matthäus frente a una correosa selección de Marruecos, y Argentina hacía lo propio con Uruguay. Los cuartos de final sería otra historia, y ganar por la mínima, ahorrando energía no era medio suficiente para pasar a Semis. A Alemania Federal la tocó lidiar con la anfitriona en el histórico Estadio Universitario de Monterrey. Empate a nada. La ilusión azteca se decidía desde el fatídico punto de penalti. México apeada. Alemania triunfadora. Allofs, Brehme, Matthäus y Littbarski no fallaron desde los once metros, mientras que los errores de Quirante y Servín sirvieron para birlar a México el sueño de ganar un Mundial en su propia casa.

Fuente: BBC

La de Argentina fue una historia, cuanto menos, surrealista. Inglaterra era el contendiente en el round, y como buenos boxeadores, usaron las manos. En el 51, Maradona probó primero. Y esa mano se convirtió en La mano de Dios: “Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como La mano de Dios. ¡Qué mano de Dios!, ¡fue la mano del Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses también...”, dijo el propio jugador. Ese tanto pasará a la historia como uno de los más inverosímiles y más sonrojantes para el árbitro, el tunecino Ali Bennaceur. El portero inglés Peter Shilton salió para intentar blocarlo. En el momento del salto, ambos se vieron en el aire, y Maradona, tomando el rol del guardameta, sacó su mano y empujo el cuero al fondo de las mallas. La tarea de un arquero convertida en la de un delantero. Gol antológico, gol de hemeroteca.

No mucho después, cuatro minutos tan solo, el Estadio Azteca y sus 114.580 espectadores serían los agraciados de ver el mejor gol de la historia, el bien llamado Gol del Siglo, convertido por el mismo diablillo que instantes antes metía a su país en Semifinales de forma poco ortodoxa, Diego Armando Maradona: “La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 - Inglaterra 0”. Así vivió Argentina entera el golazo del Pibe de Oro, narrado por Víctor Hugo Morales. Emocionante es quedarse corto. En los minutos de la basura, Lineker puso maquillaje al electrónico. La albiceleste se reencontraba con la épica, la albiceleste rezaba a Maradona. En el nuevo milenio ya, Messi, sucesor del astro de Lanús, marcaba un chicharro muy parecido, esta vez contra el Getafe, porque el pasado, como ya saben, es obstinado y armoniza. España, perdida por la ciudad de Puebla, hacía las maletas después de perder en los penaltis lo que no supo ganar en los primeros 90 minutos contra Bélgica. Fallo de Eloy, y otro año más España se quedaba a las puertas de algo grande.

El verdugo de España se convertiría en chivo expiatorio de la temible Argentina. Llegaba el primer gol para la albiceleste. Argentina se volvía a meter en una final. El coletilla, que anduvo más avieso que el tunecino, vio mano en el tanto de, quién sino, Maradona. Un disparo lejano a punto estuvo de colarse en las mallas de Jean-Marie Pfaff, pero no tardaría mucho en hacerlo de nuevo, porque El Pelusa ya estaba a escasos centímetros para enmendar el error de su compañero, aunque, inexplicablemente, en vez de rematar con el pie a puerta vacía, lo hizo con la mano, para no perder el hábito. El "10" de Buenos Aires no tardaría en volver a poner en pie al Azteca. Pase milimétrico de Jorge Burruchaga, Maradona se zafa de su marca y acaricia el balón con la puntera para que éste divisara la cabellera del guardameta y se colara entre los tres palos. Ahora sí, el hombre bendecido con la varita del dios del fútbol se convertía en leyenda sudamericana, en el nuevo mito al que adorar de un país donde el fútbol traspasa las fronteras del deporte y asalta las de la religión. El segundo gol llegaba en el 63, obra otra vez de Maradona. Decirlo y no verlo es un sacrilegio, aunque, al menos, se harán idea de la magnificencia maradoniana. Coge el balón en el centro del campo y sin pensarlo dos veces va driblando a uno, a otro, y a otro, con una facilidad pasmosa y una velocidad desequilibrante, para terminar definiendo como lo que es, el mejor jugador de la historia. Fuerte y preciso. Hat-trick frustrado, que a los argentinos les supo a miel y ambrosía. El Estadio Azteca se convirtió en su particular Olimpo, aunque si sigue con el tren de vida que ahora lleva, el Azteca sería su Valhalla.

Alemania también vencería por dos goles. Sus caminos eran paralelos y, a su vez, diferentes. El fútbol total de los sudamericanos contra el fútbol efectivo de los europeos. Los alemanes tiraban de su puntería, de su juego serio y directo, sin remilgos pasionales. El objetivo es lo importante, y no los medios que se utilicen para llegar a él, frase de Maquiavelo que la RFA tenía bien aprendida porque, como ya se sabe, en un partido tosco y aburrido, Alemania siempre gana. Y ganó. Primero fue Brehme con un disparo seco de falta directa que roza Bats y que se cuela en la portería, y en el último minuto, Völler sería el artífice del pase teutón. Balón en largo que pone Schumacher a Jakobs y sin oposición, éste se la pasa por alto a Völler. Encuentra a Bats en su camino, y le bate por alto con un simple globo que baja hasta dar con la línea de meta, para internarse un poco más y que el tanto valga. Bats tuvo el peor día de su carrera y fue substituido por Albert Rust en el partido de consolación por el tercer puesto frente a Bélgica.

Rey de reyes

Alemania y Argentina, Argentina y Alemania. 1986, que no 2014. México. Estadio Azteca. El brasileño Romualdo Arppi Filho sería árbitro. Segunda estrella en el pecho. La azul y la blanca serían la elástica mágica, la de la ilusión.

Argentina se adelantaba pronto, en el 23 ya era vitoreada y se la daba por ganadora de su segundo campeonato mundial. Brown cabeceaba un centro de Burruchuga y adelantaba a su país, poniendo la avanzadilla en el luminoso. Pero quizá sea mejor que la esencia os la cuente su autor, el de verdad. Yo soy un mero juglar, él es la historia viva del Mundial 86. El defensa, ex de Boca Juniors y del Real Murcia rememoraba así el gol más importante de su carrera: "¿Me preguntan que si creía que metía un gol en la final?, ¿Meter un gol en la final dije?... ¡¡Ni loco!!, ¡¡si no tenía ninguno en la Selección!!. Es increíble: jugué una final del mundo sin dormir un minuto la noche anterior. Y no fui el único, porque en el galpón donde dormíamos siete, las bisagras de las puertas hacían un chirrido, y en un momento escuché varios, me asomé y estaba Ruggeri. “¿Qué hacés Cabezón? No pude dormir ni un minuto”, le dije. “No te puedo creer, yo igual”, me contestó. Luego el día esperado: la gran final, en la jugada del gol fue un centro preparado, se practicaba con la rosca saliendo para afuera. Nos posicionábamos el Checho (Batista), el Cabezón (Ruggeri), Valdano y yo, que éramos los más altos. Cuando Burru (Burruchaga) sacó el centro fuerte y con comba, di el paso hacia adelante para elevarme y de reojo vi a Schumacher que venía jugadísimo y dije no llega, yo llegó corriendo con todo, lo tenía al Diego (Maradona) adelante, así que me apoyé en él empujándolo al suelo y cabeceé...luego del frentazo yo no miro más la pelota y salgo a festejar el gol, me arrodille, me explotaba el pecho, ¡¡me explotaba todo!!... El primero en llegar fue el Checho, ni me acuerdo qué me dijo, lo único que yo hacía era gritar y llorar. Pensar que en la historia del fútbol argentino hay solo 5 tipos vivos que metimos goles en una final del mundo, y yo soy uno de esos 5!!... Después seguí jugando matándome en la cancha y hasta me olvide de mi lesión al hombro, fue un dolor insoportable pues fue una luxación en un choque con un alemán, entonces lo miro al doctor Madero y le digo ni se le ocurra sacarme, yo no salgo ni muerto de aquí y ¡¡me mordí la camiseta!! Pasé millones de cosas duras en mi vida para vivir este momento y ni una lesión ni nada me iba a sacar ¡¡ni loco!!...Son recuerdos maravillosos e imborrables, hasta hoy se me pone la piel de gallina".

Burru
Final México 86. (Fuente: ABC).

Argentina llegaba al descanso siendo la ganadora del Mundial 86. Todos se las daban felices, pero el fútbol es injusto, y por eso es bonito, porque además, es impredecible.

Los hombres de Bilardo salían al terreno de juego para defender el marcador, aunque su juego vivaz no dejaría de ser consigna hasta el pitido final. Llegaba el minuto 55, la toca Maradona, éste para Héctor Enrique, que desplaza en profundidad para Valdano. Galopa por la izquierda con la portería entre ceja y ceja, conecta un disparo raso a la zurda de Schumacher. Gol. Argentina ganaba el Mundial. Segunda estrella. Segunda conquista después de la del 78 en su patria. El Azteca iba con la albiceleste. El Azteca estallaba. El Azteca era La Bombonera, la corrala de gloria, la fiesta. Las palabras del ex madridista como aperitivo para lo que viene después. El gozo en un pozo. Les dejo con las declaraciones del apodado como El Poeta: “Jugar un mundial y una final del mundo era un sueño recurrente desde niño, ese partido estaba convencido que lo íbamos a ganar, el negro Enrique me la toco pasando la media cancha superando la marca alemana y siempre dije que en todo el camino rumbo al arco, iba rezando una oración al valor, que en síntesis decía: ¡¡Entra!!…luego del gol pensé: ¿será verdad será mentira?, ¿es el mundo real o es otra vez el sueño de toda la vida de que estoy metiendo un gol en la final del mundial? Es el temor a que tu madre te despierte…al final del partido mire hacia la enfervorizada tribuna y dije: ¡¡Eres campeón del mundo!! Era la sensación de que era un gran privilegiado, son recuerdos increíbles que duran toda la vida”.

El partido llegaba al momento de no-retorno, en el que si Alemania Federal no se ponía las pilas, Argentina ya estaría levantando la Copa. Sin más dilación, en el 74, los de Beckenbabuer botan un saque de esquina que logra cabecear defectuosamente el central Briegel. El intento no entraña peligro y un despeje de la zaga latinoamericana disiparía el riesgo. Ninguna pierna albiceleste salió al auxilio del meta Nery Pumpido, que se vio batido por un inesperado disparo de Rummenigge. Quedaba poco y si la defensa no cerraba filas, el ataque alemán empezaría a impartir clases de eficacia, seriedad y puntería.

La cháchara se apoderó de los defensas argentinos. Otro córner botado genialmente por Brehme que no marca bien ni Cuciuffo, ni Brown, ni Ruggeri, ni Olarticoechea. Nuevamente los alemanes les ganan la partida por alto, testarazo inapelable. Cabeza sagrada de Völler, tras fallo de Berthold. Chicharro parecido al que hacía cuatro minutos convirtiera Rummenigge. Error benévolo, bendito error. El pasado, aunque sea cercano, es obstinado y armoniza. Una vez más. Línea de atrás hilarante e idiosincrasia alemana, igual a empate. El algodón, perdón, Alemania, no engaña. Diez minutos para que Arppi Filho toque su silbato. La prórroga sería una odisea, y los penaltis, la ruleta rusa. Había que marcar, fuese como fuese.

Parece que Argentina tiraba de casta, de espíritu, de un Maradona poco fino. Pero afinó cuando más se le necesitaba, cuando su equipo tenía el agua al cuello. Minuto 83. Los comentaristas se desesperan con el mal juego se su combinado. Piden abatidos que “la bajen al piso”. Maradona les hizo caso, la bajó. Vio a Burru correr por banda diestra y, como les digo, afinó. Pase de ensueño para que el “7” corra y corra, hasta plantarse delante del portero y trazar un disparo flojo y raso que Schumacher no acertó a parar. Tres balas de cuero para Argentina y dos para Alemania. Burruchaga y Maradona, conexión angelical. Conexión ganadora que llevó a Argentina a citarse con la historia. A dar los mejores minutos que un estadio ha visto. Argentina se hacía con su segunda Copa mundial. Se alzaba triunfante en México 86. El año del Barrilete Cósmico, el año de la albiceleste.

Incertidumbre al otro lado del charco

El primer juego de Argentina en democracia, y si se parte de cero, primera victoria. Uno de uno. La historia sonreía al Estado Federal. Raúl Alfonsín era el presidente de una Argentina demócrata que vivió décadas bajo la sombra del Peronismo.

En el 43, Argentina vivió el episodio más relevante de su historia contemporánea. Un joven Juan Perón dirigía una revolución política encaminada a derrocar el gobierno militar de Ramón Castillo, del que se tenían sospechas sobre una posible entrada en la Segunda Guerra Mundial. La economía estaba en receso, como en el resto de potencias exportadoras. La agricultura dio paso a la industrialización, al éxodo rural y al proletariado. Algo parecido a lo que ocurrió en España a principios del siglo XX. Transformación económica profunda y nueva política de manufacturas. Perón se estaba convirtiendo en la mano salvadora del pueblo obrero y, después de ser encarcelado por intentar desmontar el aparato del general Farell, tomó peso en las decisiones gubernamentales. El 24 de febrero de 1946, los ciudadanos son llamados a las urnas. El Partido Laborista de Perón sale triunfante con un 56% de los votos y una mayoría política y militar que le respaldaba.

Perón y Evita
Juan Perón y Evita Perón. (Fuente: Trincheradelperonismo.blogspot.com).

Su éxito se basó en la atención que dispensaba a las clases medias y bajas, mayoritarias en la sociedad argentina. Perón comienza a aglutinar poder y sus ansias por abarcar mandos empiezan a ser muy notorias. Deshace todas las fuerzas políticas que le llevaron a ser presidente (Partido Laborista, Junta Renovadora y Partido Independiente) y aúna todas bajo el nombre de Partido Peronista, único y con cuatro ramas: la sindical, la política, la femenina y la de las juventudes peronistas. Los aires de fascismo y de gobierno militar oscurecieron su política, aunque el pueblo seguía embelesado con la labia demagoga del de Lobos. Dentro del programa del nuevo partido unificado, no había ningún punto que recogiera el derecho de reunión y libre asociación, porque según sus ideólogos, en un estado de justicia social “no era necesario”. Perón reprimía a la oposición con el exilio y el arresto. El partido único y, en verdad, dictatorial, era una realidad que los argentinos no quisieron ver. Evita Duarte, esposa de Juan Perón (después llamada Evita Perón), sería la voz femenina del Partido que instaba a la igualdad entre hombres y mujeres. Medidas conciliadoras y aperturistas desde la rama femenina para contrarrestar los abusos de su marido como cabecilla del movimiento. La educación, rizoma de la futura sociedad, fue adoctrinada en la escuela bajo los preceptos del peronismo.

En las elecciones siguientes, Perón vuelve a triunfar, esta vez de forma fraudulenta. Imposibilita a los partidos opositores desarrollar su campaña política, cortándoles cualquier vía tele o radiofónica, así como los numerosos ardites de los que se sirvió para no perder fuerza política en los lugares donde la oposición fue mayoría en los anteriores comicios. La Iglesia apoyó el peronismo y prohibió al pueblo votar a partidos favorables de una educación laica. La economía iba viento en popa gracias a la depauperización creciente en la Europa en guerra. Las exportaciones aumentaron y gracias a ello llegó el Estado de Bienestar, aunque con el Plan Marshall de intervención agrícola entre los Estados Unidos y Europa, las manufacturas argentinas disminuyeron. Aún así, su economía se vio holgada y mantuvo relaciones comerciales con varios países al otro lado del charco, sobre todo Inglaterra, con el que firmó algunos convenios ferroviarios.

El Plan Marshall empezó a zancadillear los planes de Perón, y el consumo rápido del stock llevó a la Argentina a bucear en la crisis. Dado que la industria era aún balbuceante y la nación no contaba con materias primas suficientes para iniciar el proceso de reconversión industrial, Perón optó por volver a la agricultura y ganadería, ajustando los cinturones de los ciudadanos mediante severos planes de consumo y éxodo ciudadano para volver nuevamente al campo. Aunque la situación mejoró, el gobierno peronista no volvería a disfrutar del esplendor que tuvo durante su primer mandato.

En 1951 la oposición ya ideó un golpe de estado que acabó haciéndose efectivo en 1955, con el Bombardeo de la Plaza de Mayo. Los antiperonistas, comandados por Lonardi y Aramburu llevaron a cabo un plan para aniquilar, sin éxito, al presidente. La Marina, la Fuerza Aérea y civiles armados se alinearon contra Perón y a favor de los golpistas del 55. La muerte de casi 400 personas no se pudo evitar, pero sí el fallecimiento de Perón, que se refugió en el Ministerio de Guerra y huyó a Paraguay. Durante 17 años estuvo en el exilio. Muchas iglesias fueron reducidas a cenizas, la ira de los opositores crecía. Buenos Aires quedó bloqueado. Balas de mentira.

Plaza de Mayo
Bombardeo de la Plaza de Mayo. (Fuente: Wikipedia).

Después de una ristra de presidentes en la república militar y una serie de golpes de estado parra derrocarlos, Argentina volvió a recobrar la democracia en el 83 a raíz de su derrota en la Guerra de las Malvinas, a manos de Reino Unido. Con Raúl Alfonsín, de Unión Cívica Radical, como presidente, Perón volvió a Argentina. En el 89 vuelve a ensillarse el Partido Peronista, ahora llamado Partido Justicialsita, en la persona de Carlos Menem. Con sus medidas llegó la recuperación económica y un período de cierta estabilidad política en Argentina.

Italia 90. Nada volvería a ser como México 86. El pasado es obstinado y armoniza

En el 90 se celebró el Mundial de Italia. Uno de los más descoloridos que se recuerdan por su fútbol tosco, aburrido y sumamente defensivo. Como les he dicho, cuando el tedio se impone en el verde, Alemania gana. Y así lo hizo. Ganó. Siendo aún República Federal, ya que el Mundial se disputó meses antes de que Alemania Oriental quedara anexionada. El pasado es obstinado y armoniza: misma final. Argentina y Alemania, Alemania y Argentina.

La fase de grupos fue sencilla para los intereses albicelestes. Yugoslavia, Colombia y Emiratos Árabes eran rivales fácilmente abatibles. Con 4-1 y 5-1 se saldaron los dos primeros encuentros, contra Yugoslavia y Emiratos, respectivamente. Matthäus, Völler y Klinsmann, actual seleccionador estadounidense, fueron los protagonistas. El tercer partido, contra Colombia, fue otra historia. Gol de Littbarski in extremis, aunque para in extremis fue el empate. En el último minuto de descuento. Jugada de ensueño del combinado cafetero liderado por Valderrama. Un pase de “El Pibe” a Luis Alfonso “El Bendito” Fajardo, y éste para Freddy Rincón, que se queda solo ante Bodo Illgner y dispara raso y fuerte por debajo de sus piernas, marcando uno de los goles más bonitos que se recuerdan en los Mundiales. Partido empatado en el Giuseppe Meazza que decretaba a Alemania Federal como cabeza de serie rumbo a Octavos.

Argentina se vio contra las cuerdas. Pasó como tercera de grupo, por detrás de Camerún y Rumania. El primer partido, frente al combinado africano capitaneado por el mítico Roger Milla, se saldó con una derrota por un gol en un partido que más que fútbol, dejó unas declaraciones post partido de Maradona bastante polémicas: “El único placer fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos...”.

Segundo encuentro. Solo valía ganar. Unión Soviética, rival fácil, a prori. Minuto 27, centro de Ruggeri, Troglio se levanta ante los dos gigantes comunistas y desmonta al portero con un testarazo infalible. Minuto 79, solo faltaba firmar el partido y esperar a Rumania en el último encuentro. Pase incierto de un centrocampista rival hacia atrás, donde está Burruchaga. Sin quererlo, le hace una asistencia perfecta que no duda en aprovechar. La sentencia y el halo de esperanza de una Argentina muy distinta a la de México 86.

El empate a uno ante Rumania consumó el aprobado raspón de una albiceleste reformada y poco cohesionada. Faltaban guerrilleros como Valdano. Como tercera de grupo, los de Bilardo se pusieron en la siguiente fase, por detrás del combinado transilvano. La todopoderosa Brasil haría las mieles del Delle Alpi de Turín, aunque el que las cató de verdad fue Caniggia, en el minuto 80, llevando un año más a Argentina hasta Cuartos de final. Klinsmann y Brehme fueron los instrumentos que el pasado utilizó para volver a repetir plato en el presente. Sus goles dejaron en agua de borrajas al de Ronald Koeman, apeando a la Naranja Mecánica y citándose con la historia.

Las gradas infaustas del Artemio Franchi de Florencia estaban abarrotadas para recibir el Argentina-Yugoslavia. El partido fue bronco, sin muchos destellos de calidad, defensivo como espejo y síntesis de un Mundial aburrido. Empate a nada en los noventa primeros y en los treinta de alargue. La pena de los once metros. Argentina no afinó, pero, por suerte, Yugoslavia menos. Maradona y Troglio erraron. No era el mundial del astro del 86. Luz apagada en un equipo que necesitaba sus centellas. Stojkovic, Brnovic y Hadzibegic también fallaron. Argentina pasaba, pero no contenta. Sabía que no rendía a pleno pulmón, y si se quiere ganar la competición más grande del mundo hay que rendir a tope y no a medio gas. Alemania Federal, por el contrario, se deshacía de Checoslovaquia con un solitario gol de Matthäus desde el punto de penalti. Partido que birló al respetable del Meazza milanés algún que otro bostezo. El de Checoslovaquia fue el último encuentro antes de su desintegración en el 92.

La anfitriona, como pasara en México cuatro años atrás, sería la víctima perfecta de la albiceleste. Empate al término de los primeros 90, empate al término de la prórroga. El castigo de los penales, donde la Argentina era un monumento. Serrizuela, Burruchaga, Olarticoechea, Maradona, Baggio, Baresi y De Agostini convirtieron. Donadoni y Serena no. Pase sudamericano a la Final, en los penaltis nuevamente. La marca de goles registrada en el Mundial de Italia 90 fue irrisoria. No sé recuerda uno tan abúlico. Maradona volvía al San Paolo de Nápoles, su fortín más memorable, aunque esta vez con menos fuelle y mordiente. Alemania también desgranaba a la Inglaterra de Bobby Robson en los penaltis después de acabar con tablas justificadas por los tantos de Brehme y Lineker. Ninguno de los goleadores falló desde el punto punitivo, sí lo hicieron Pearce y Waddle, dejando el marcador con un 4-3 favorable al conjunto federal teutón, que había cumplido con los aciertos de Brehme, Matthäus, Riedle y Thon.

La final del 86 y 2014 se repetía en el 90. Mismos rivales, nuevos nombres, iguales técnicos… revestidos por una polémica ensordecedora que ponía al árbitro Edgardo Codesal en la palestra, señalado con el dedo algunos años después por la federación mexicana, que sabía antes de que el partido empezara quien se alzaría con el triunfo: “La FIFA puso como condición al árbitro mexicano Eduardo Codesal que, en la final de Italia 1990, no podía ganar Argentina", sentenció Jorge Riojano, ex presidente de la Asociación de Árbitros de México. Asimismo, Maradona compartió su descontento por perder la final de una manera poco ortodoxa: “¿La final? En nuestro fútbol había mafia... No la que mata. Una que es capaz de cobrar un penal que no existe y no dar uno que sí fue”.

Maradona no creía lo que Codesal acababa de decretar. Sensini estuvo a punto de propinarle un puñetazo, toda Argentina se comía al colegiado. El penalti ya era cuestión de Estado. El portero Goycoechea llegaba para apaciguar a sus compañeros de campo. Los ánimos estaban a flor de piel. Parecía que las balas ya no iban a ser de cuero y en el Olímpico de Roma, como hace siglos en el Coliseo, iban a rodar cabezas. Partido amañado del que aún no hay sentencia firme. Las cartulina roja a Dezotti en el 87 daba visos de que el navío albiceleste se hundía. El legado del 86 continuaba, pero el fútbol total se había marchitado. Argentina necesitaba plantas nuevas y mejores. Brehme defenestraba los sueños de un país que anhelaba la tercera estrella. La que te hace estar un peldaño por encima del resto, oteando desde arriba el fútbol mundano que despliegan los demás. Júzguenlo ustedes mismos con este pequeño fragmento:

Inconformismo. Clave para futuros éxitos

Nada volvería a ser como México 86. Quizá, en el 2014, la final esperada tenga el mismo ganador que lo tuvo en el Azteca, ahora en el histórico Maracaná, miles de kilómetros al sureste. O bien puede llevárselo Alemania, ahora reunificada, porque desde entonces todo empieza de cero. Borrón y cuenta nueva. El segundo milenio trajo paz a este lado. Al de la vieja Europa. El que usó balas de mentira, de las que hacen sangre y matan familias, y el que ahora usa balas de verdad, las que hacen salir a las calles a un país entero, con ilusión y no con armas.

Con la RDA disuelta y una Alemania unida bajo los preceptos neutralizadores de la Unión Europea, el combinado germano no consiguió grandes hitos, pero fue aferrándose al fútbol como vía de escape de la rabia contenida. Forjaron la historia viva de jugadores que hoy hacen las delicias de un público que mañana precisamente llorará, para bien o para mal, por y con ellos. En el Mundial de Estados Unidos 94, ni la Argentina del corralito ni la Alemania del sacrificio sustantivaron su mejoría política en el fútbol. La albiceleste cayó en Octavos frente a la Rumania de Hagi, y “las águilas”, dijeron adiós en Cuartos ante el poderío ofensivo de la Bulgaria de Stoichkov.

Francia 98 tampoco fue su Mundial. Ambos cayeron en Cuartos. Kluivert y Bergkamp mataron cualquier deseo de Argentina de pasar a Semifinales, aunque “El Piojo” López hiciera lo posible por no perder la esperanza. Alemania cayó vapuleada ante la Croacia de Suker. Tres goles sentenciaron la devaluación de una selección que esperaba la redención con Löw. El Gerland de Lyon despidió al conjunto de Berti Vogts hasta 2002, donde Corea y Japón serían los jueces de una mejora. Mejora sustancial de la nueva Alemania comandada por Rudi Völler, ahora desde las pizarras. Recordado será el Mundial de 2002 por el 8-0 que endosaron a Arabia Saudita. Tres de Klose, y se sumaron Ballack, Schneider, Bierhoff, Linke y Jancker. Argentina seguía en caída libre: no pasó de la Fase de Grupos. Suecia e Inglaterra le dejaron en la estacada.

Mientras tanto, Alemania iba poco a poco, cual hormiguita, haciéndose un hueco en la escena de un Mundial que parecía haberse dejado en el camino. Un gol de Ballack en Octavos frente a Estados Unidos, dejaba a los norteamericanos fuera de la competición. Corea del Sur tampoco era piedra de toque para una enaltecida Alemania que había encontrado en Ballack a su nuevo Lothar Matthäus.

Brasil. La gran final. Hacerla penta campeona o igualarla en títulos. Esta vez no pudo ser. Ni Klose, ni Ballack, ni Kahn pudieron frenar a Ronaldo, pichichi del torneo y mejor delantero de la canarinha en los últimos tiempos. Dos goles del ariete carioca imposibilitaron la remontada alemana. Colina fue el agraciado de arbitrar un partidazo como aquel. Ballack, Klose y Kahn entraron en el equipo ideal del Mundial, y, además, el portero fue congratulado con el trofeo Yashin como mejor cancerbero de Corea y Japón 2002.

Klose
Klose en el Mundial de Corea y Japón. (Fuente: Eldeporterey1.wordpress.com).

2006. Mundial de Alemania. Al mando Jürgen Klinsmann después de que Völler fuera destituido tras la Eurocopa de 2004, cuando fueron eliminados en primera ronda. Solventaron la fase de grupos con total holgura. El de 2006 fue el Mundial definitivo para las estrellas que podemos disfrutar hoy. Messi, Tévez, Crespo, Cambiasso y Rodríguez endosaron ese mítico 6-0 a Serbia y Montenegro. México no supuso un gran problema, y aunque Argentina empezó por detrás en el marcador, pronto pudo alcanzar el empate, y en el 98, la victoria. Podolski, un día antes, se había deshecho el solito de Suecia.

El fútbol volvía a enfrentar a las dos selecciones, Alemania y Argentina, Argentina y Alemania. Klose y Ayala igualaron las fuerzas. Los penaltis marcarían el ganador. Esta vez los de José Pekerman no pudieron con el anfitrión. En los penaltis - porque Argentina siempre opone resistencia - llegó la sentencia final. Los fallos de Ayala y Cambiasso sepultaron cualquier posibilidad de la albiceleste y confirmaron su mala racha en el plano balompédico mundial. Las Semifinales llegaban calientes. Alemania cara a cara con Italia. La Italia del catenaccio. Ganó la tarantella en el alargue. Grosso en el 119 y Del Piero dos minutos después, apearon a Alemania de jugar su segunda final consecutiva. La Italia de Pirlo, Del Piero, De Rossi y Materazzi doblegó en los penaltis a la Francia de Zidane. Sí, sé lo que están pensando, este fue el partido del cabezazo de Zidane a Materazzi.

Mundial de 2010. La redención de España. Primer Mundial disputado en África. Sudáfrica. Löw en Alemania y Maradona en Argentina. Buenos jugadores en ambos combinados. Ese año, las dos prometían mucho. Argentina pasó invicta a Octavos, cosa que no ocurría desde hacía tiempo, aunque es cierto que el grupo que le tocó fue bastante asequible: Grecia, Nigeria y Corea del Sur. Pasaron, y goleando. Riquelme, Agüero, Messi, Lucho González, Higuaín, Palacio, Martín Palermo, Gabi Milito, Tévez, Maxi Rodríguez y Cambiasso entre otros formaban un plantel de lujo al servicio de un entrenador de lujo que luego no resultó serlo tanto: Diego Armando Maradona, El Pibe de Oro. Alemania, por su parte, también terminó cabeza de grupo, aunque con más aprietos al perder por un gol ante Serbia. Las numerosas lesiones del conjunto alemán obligaron al entrenador a llamar a chavales de las categorías inferiores, que acabaron salvando la papeleta de la selección. Khedira, Müller y Özil fueron los actores de una compañía teatral que a punto estuvo de meterse, otro año más, en la final. Pasaron muy airosos los Octavos y los Cuartos, encarando después con mucho optimismo las Semifinales ante la España que dos años atrás conquistó la Eurocopa de Austria y Suiza.

Fuente: Somosinvictos.com

Cuatro goles a Inglaterra fueron el testigo del renacer teutón. De que nunca perdieron la hegemonía, porque en el gen alemán siempre viene inscrita la palabra competitividad. Siguiente fase: Argentina. Siempre bailando con la misma mina. Maradona no tuvo ninguna opción. Cuatro goles más para el registro alemán. De cuatro en cuatro y tiro porque me toca. Müller, Klose, Podolski… esta selección era imparable. Argentina seguía sin encontrar los ingredientes perfectos para que el mate supiese bien amargo. Maradona sería un grandísimo jugador, el mejor del mundo, pero como entrenador dejó siempre mucho que desear.

España estaba en un buen momento, aunque las dudas iniciales al perder el primer encuentro contra Suiza tambalearon los cimientos de la selección de Vicente del Bosque. Alemania sabía como anular su tiki-taka, en el 86 ya lo hizo contra Argentina, aunque el fútbol, maravilloso deporte, es cambiante, como sus fórmulas. Carles Puyol barrió la zaga germana, y con su melena de león dio a España la alegría del año en momentos de tanta incertidumbre económica.

El fútbol, fiel compañero

Alemania tuvo que esperar. En unas horas se sabrá si la espera se demora aún más o el turno en la carnicería ya les toca. Siempre se ha oído que la carne argentina es suculenta y una de las mejores del mercado. Puede que Müller, Hummels, Neuer, Khedira, Schurrle, Klose y compañía quieran probar su sabor. Tercera final que se repite: 1986, 1990, 2014. El pasado es obstinado y armoniza. La cita más romántica: una bella mina de exuberantes atributos y el aguerrido soldado alemán que vuelve de guerrear.

El balompié es pertinaz. Quiere tu sonrisa, mi sonrisa, tus lágrimas, las mías. Como decía Víctor Hugo Morales: “¡viva el fútbol!”. Porque nos sana, nos mima, nos hace olvidar, porque hace que el fascista y el comunista sean nuevos amigos, hace que el mundo sea más fácil cuando más crudo está. Ni Stalin ni Hitler antes, ni Kirchner ni Merkel ahora. Que lo que ha unido una pelota, no lo deshaga el hombre. Disfruten de lo sencillo de la vida: una cancha, 22 chavales y un balón. Porque lo más simple siempre ha estado ahí. La humanidad del ser libre. Simplemente, balas de cuero.