El Girondins asumió desde el primer minuto el control del partido. Mientras el Montpellier replegaba con dos líneas de cuatro hombres -liberando a Cabella y Montaño en labores defensivas- los de Gillot trataban de crear superioridades interiores con sus hombres de banda, Saivet y Obraniak.

Precisamente de la combinación de dos de estos jugadores iba a llegar la primera ocasión para los locales, que fue bastante clara. Saivet recibía en banda y sacaba un buen centro al segundo palo, donde aparecía Obraniak, libre de marca, y enviaba el balón al larguero. Con tan sólo diez minutos de partido disputados, el rumbo del encuentro parecía claro: un Girondins buscando la profundida mediante la posesión y un Montpellier agazapado, pero letal a la contra.

Ante esa doble línea defensiva del Montpellier, la figura de Rolán debía ser la llave que abriese los espacios sobre el césped. Muy móvil a la espalda de los cuatro centrocampistas, provocaba la salida de posición de los centrales y con ella el emparejamiento uno contra uno de Diabaté.

El Montpellier, con uno menos desde el minuto veinte

El partido transcurría con normalidad, según lo previsto y sin apenas acercamientos de peligro por ninguna de las partes. Jebbour decidió romper con esa normalidad cuando, a los veinte miuntos de partido, veía la tarjeta roja por una entrada totalmente innecesaria sobre Orbán. El balón le llegaba botando al argentino, con aparente ventaja, pero Jebbour no debió percatarse de ello, porque entró al choque con los tacos por delante y a una altura elevada. Jean Fernández se vio obligado a mover el banquillo y el perjudicado fue Bakar, que dejaba su puesto en el campo a Mezague para que éste ocupase ese lateral derecho. Tendrá que empezar a contener esos impulsos Jebbour, pues ya fue expulsado en la jornada ocho,  también en la primera mitad y en una acción muy similar.

Tras la expulsión, el Montpellier concedió aún más metros a su rival, pero la velocidad en la circulación del Girondins no era suficiente para crear espacios en la zaga visitante. Ante esa situación, los hombres de Jean Fernandez se encontraban bastante cómodos,  basculando de lado a lado y protegiendo el área con mínimo tres jugadores, dificultando así que Diabaté ganase algún balón aéreo. Sin embargo, un error de Congré en la salida de balón iba a propiciar una clara ocasión local. Sertic se hacía con el balón, abría a banda para Saivet, que sacaba un centro raso para que Diabaté la aguantase y se la dejase de cara a Obraniak, que conectaba un fuerte zurdazo y obligaba a Jourdren a intervenir.

El partido se reanudó, pero con un ritmo tan lento –soporífero por momentos- que era necesario hacer un esfuerzo para no perder la atención. Poco a poco se fueron abriendo espacios debido a la necesidad del Girondins por ir en busca del gol y Camara y Montaño pudieron desplegar su velocidad. El colombiano, que había pasado totalmente inadvertido hasta el momento, tuvo en su cabeza el primer gol del partido, pero Carrasso lograba desviar el balón a un lado.

Más insistencia que buen juego

El Girondins se mostraba como un equipo apático, ofensivo porque así se esperaba que fuese y no por convicción propia. Los ataques cada vez se limitaban más a cargar el área y a balones laterales desde cualquier posición, una y otra vez. Y claro, al final, llegó el premio. Maurice-Belay, que había saltado al campo en el descanso, mostró una vez más esa capacidad de desborde que atesora driblando a Mezague en banda y poniendo un balón que Diabaté se encargaría de transformar en gol, adelantándose a Congré y rematando en el área pequeña. Error de libro que tiraba por la borda todo el trabajo anterior.

El Girondins sí supo hacer daño a la contra

Se volcó el Montpellier tras el gol encajado, como era de esperar, pero se echó en falta tanto un jugador más –el equipo estaba físicamente agotado- como algo de imaginación en los últimos metros. En ese contexto, con un Maurice-Belay fresco y a pleno rendimiento, las contras del Girondins podían ser brutales. En una de ellas, Diabaté desaprovechaba una clarísima ocasión para matar el partido, echando el balón fuera con la portería vacía. Por suerte para los locales, la siguiente contra era conducida y finalizada por Obraniak, quien no falló en la definición y puso el 2-0 definitivo.

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Alonso Gallego
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