La noticia pronto sacudía a toda la liga. Y de la liga, se extendía por todos los rincones de la nación, traspasaba fronteras e inundaba el Reino Unido. Y los países fronterizos miraban de reojo. Un máxima moral había sido violada, una tradición pisoteada, una costumbre maltratada y el orgulloso pueblo inglés clamaba contra un joven rebelde de historial peligroso. Con tan solo 25 años, había logrado poner en pie de forma casi unánime a la afición británica sin ni siquiera saltar al campo —por no poner no se había puesto ni las botas—. Pero no recibía vítores ni felicitaciones, todo lo contrario. Había faltado el respeto no solo a su club, sino a todo el Imperio. O eso pensaban ellos... Y todo por una amapola; una dichosa amapola roja que un día al año no permite concesiones ni a la mismísima Isabel II. Esta es la historia de uno de esos bichos raros, de uno de aquellos para los que la fama y el dinero no lo son todo en esta vida y para los que los principios son un dogma imborrable e inquebrantable. Esta es la historia de James McClean y de cómo una alegre tradición puede acabar convirtiéndose en una obligación social.

Cada 11 de noviembre se celebra el Poppy Day en honor a los caídos del Ejército Británico

Los hechos se remontan al pasado viernes. Bolton Wanderers y Wigan Athletic saltaban al césped del Macron Stadium con motivo de la jornada número 17 de Championship. El calendario marcaba 7 de noviembre y el encuentro no era un partido cualquiera. Más allá de circunstancias puramente deportivas —ambos equipos son actualmente rivales directos por eludir el descenso—, el partido se enmarcaba dentro de una de esas fechas temáticas del calendario inglés que tanto gustan entre los aficionados: el Poppy Day. Y, como ocurriera en el resto de partidos, como ocurriera también en la Premier League e, incluso, en categorías inferiores, todos los jugadores sobre el verde portaban una amapola roja en el pecho —el poppy—, símbolo que se utiliza para recordar —Remembrance Day o Día del Recuerdo—, a los soldados británicos fallecidos en combate desde el 11 de noviembre de 1918 a las 11:00h. Esa fecha representativa —el 11 del 11 a las 11— trae a la memoria de todos los ingleses la firma del armisticio entre Francia y el propio Imperio Británico con Alemania, que puso fin a la Primera Guerra Mundial en la localidad gala de Compiègne.

Así, una vez al año, todos los territorios amparados por la Corona Británica se tiñen de rojo como los campos de amapolas belgas que sufrieron imperturbables los horrores de la guerra. En los campos de Flandes crecen las amapolas / Fila tras fila entre las cruces que señalan nuestras tumbas / Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra, escasamente oída por el ruido de los cañones. El poema, obra del teniente coronel médico canadiense, John McCrae —en honor a su compañero Alexander Helmer, fallecido durante la contienda—, se extendió rápidamente entre los aliados hasta acabar convertido en una tradición casi centenaria y que, en los últimos años, empieza a convertirse desgraciadamente en una imposición social. Políticos, presentadores y ciudadanos en general —sea cual sea su cuerda ideológica— no faltan a su cita anual con el poppy, que en sus últimas ediciones ha alcanzado una relevancia casi enfermiza, hasta el punto de que, este año, diversas voces han pedido recientemente a los miembros de la comunidad musulmana que lleven la flor como muestra de su lealtad al país y de apoyo a las tropas británicas. Y romper con esta norma no escrita, romper con el rojo, te convierte en sospechoso.

McClean se negó a portar el poppy sobre su camiseta ante el Bolton; ya lo hizo en 2012

Pues bien, llegado el minuto 58 del partido, la armonía monocroma se desplomó. El interior del Wigan James McClean saltaba al campo en sustitución de Shaun Maloney y un rumor recorría el estadio. Sobre su pecho no lucía amapola alguna. El atacante renegaba así de una tradición que hacía ya mucho tiempo que había abandonado su condición de gesto voluntario e individual para pasar a la categoría de condición social indispensable. Y lo peor de todo es que no era la primera vez que lo hacía. En 2012 el jugador ya había sido el centro de todas las miradas en el partido que enfrentó a su equipo de entonces, el Sunderland, frente al Everton. Aquel día el poppy también brilló por su ausencia y el joven futbolista se ganó los abucheos del Goodison Park —y posteriormente los del Craven Cottage de Fulham— y los recelos de todo el país; incluso, tuvo que soportar recaditos muy desagradables —desde mofas e insultos, hasta amenazas de muerte— de un grupo de hinchas enfurecidos vía Twitter.

Los dirigentes de los 'Black Cats' mostraron públicamente su solidaridad con James en un comunicado en el que consideraban que el jugador estaba en su derecho de negativa, pero en el que también dejaban clara la postura oficial del club: “El Sunderland AFC apoya de todo corazón los actos del Remembrance Day. Fue una decisión personal de James no vestir la camiseta en esta ocasión”.

McClean, sin el poppy, contra el Everton en 2012. Fotografía: Getty Images.
McClean, sin el poppy, contra el Everton en 2012. Fotografía: Getty Images.

Y, a pesar de recibir la condena de toda la nación, el abuso de los hinchas e, incluso, poner en peligro su integridad, McClean se mantuvo firme en sus convicciones. En palabras para el diario Irish Sun, en febrero de 2013, James se reafirmó en su decisión de no llevar la polémica flor. "La gente tiene sus propias opiniones. Ellos tienen sus creencias y yo tengo las mías. No me arrepiento", sentenció el interior que, para más inri, aseguró que volvería a hacer lo mismo año tras año. Pero, ¿a qué viene semejante pataleta por una flor? ¿Tan difícil es ponerse una amopola roja en recuerdo de un grupo de soldados fallecidos y contentar así a todo el país? La situación no es tan sencilla y el acto de McClean es mucho más profundo que una rebeldía de juventud. Y, para entenderlo, debemos viajar a los orígenes del jugador.

McClean nació en la localidad norirlandesa de Derry y se crió en el barrio católico de Creggan

James McClean nació —un 22 de abril de 1989— y se crió en la ciudad de Derry (Irlanda del Norte); más concretamente en Creggan, un barrio cercano al archifamoso Bogside, dato que para nada es valadí. También conocido como Costless Derry, este vecindario de Londonberry —nombre oficial— es el seno de comunidad católica mayoritaria en la localidad; y, por tanto, escenario de numerosos sucesos violentos durante los conflictos que vivió el país en los años sesenta y setenta del siglo XX. Y, para ponerse en contexto, hay que recurrir a una pequeña clase de historia.

Un irlandés en la Irlanda equivocada

La ruptura de Enrique VIII con el Vaticano dividió Irlanda en católicos y protestantes

Hacia mediados del siglo XVI la isla de Irlanda estaba unida y bajo el mandato de Enrique VIII, rey de Inglaterra y señor del Éire. Sin embargo, la reforma protestante y la ruptura del monarca con la iglesia católica romana fue el origen de una serie de cambios sociales que transformarían el país para siempre. Ingleses, galeses y, más tarde, escoceses, abrazaron la doctrina de la nueva iglesia anglicana, pero el pueblo irlandés se mantuvo fiel a la fe católica, una decisión que no tardaría en levantar ampollas entre sus vecinos protestantes.

Pronto, una serie de leyes penales discriminaron toda fe cristiana ajena a la establecida Iglesia de Irlanda (anglicana), siendo los católicos las víctimas principales de la nueva normativa real. Entre las represalias, numerosas hectáreas de tierra se les fueron retiradas a sus dueños, en un movimiento estratégico de imperio británico que tuvo especial incidencia en la provincia del Úlster, al norte de la isla. Y por allí empezaría Jaime I de Inglaterra su colonización de Irlanda. Terratenientes ingleses y escoceses —ya convertidos al protestantismo— se instauraron en los condados de Donegal, Coleraine, Tyrone, Fermanagh, Armagh y Cavan —entre otros— durante el siglo XVII, logrando alcanzar con el tiempo un alto estatus entre la sociedad irlandesa debido a los provechosos vínculos que tenían con Inglaterra. Pero el debate sobre la posibilidad de un gobierno propio para los nativos del Éire comenzaba a surgir en corros y corrillos.

Años, décadas, siglos. Pasaron los días y los protestantes del norte no sólo coparon las instituciones provinciales de gobierno, sino que durante 50 años adaptaron y modificaron leyes para dificultar el acceso de los católicos a los puestos de poder. Para comienzos del siglo XX, el Úlster era mayoritariamente pro británico, pero el resto del país soñaba con la autonomía. Así, en 1918 los nacionalistas irlandeses del Westminster (parlamento inglés) convocaron por primera vez la llamada Dáil Éireann, un parlamento revolucionario que inmediatamente declaraba la Independencia de la República de Irlanda y asumía el control de la mayoría de las funciones de gobierno.

Pero el reconocimiento oficial por parte de las leyes británicas costaría esfuerzo, sudor y lágrimas. Ante la negativa inicial, el IRA, como el Ejército de la República Irlandesa —no confundir con el grupo terrorista del mismo nombre—, iniciaba una guerra por la independencia contra la administración británica en el Castillo de Dublín. La batalla entre el IRA, de los irlandeses católicos nacionalistas, y el ejército británico, en representación de los irlandeses protestantes y unionistas descendientes de los pasados colonos del rey Jaime I, se extendió durante tres largos años en los que se quemaron pueblos completos, se torturó a civiles y se destruyeron lugares históricos.

En diciembre de 1921 se firmó el fin de la guerra y la independencia de Irlanda del Reino Unido

Después de varios intentos fallidos por parar una guerra fratricida, finalmente el 6 de diciembre de 1921 se firmaba en Londres el Tratado anglo-irlandés entre el Gobierno británico y la República irlandesa, según el cual se ponía fin a la guerra y se establecía por fin el Estado Libre Irlandés. El acuerdo entre ambas partes daba a los territorios sur y occidental de la isla un carácter autónomo; mientras, Irlanda del Norte, de mayoría protestante, se mantenía como país dependiente de la Corona británica y del Reino Unido.

Mapa del Éire: Irlanda e Irlanda del Norte (Reino Unido). Fotografía: BBC.
Mapa del Éire: Irlanda e Irlanda del Norte (Reino Unido). Fotografía: BBC.

Irlanda lograba aquello que durante tantos años ansió, pero en lugar de encontrar la paz con la firma de aquel tratado histórico, iniciaron un etapa de tremenda violencia interna y no declarada que comenzó con la Guerra Civil (1922-1923) y que tuvo en los años sesenta y setenta su punto culminante. Surgía en el Éire el eterno problema de las minorías, especialmente en Irlanda del Norte, donde la mayoría protestante continuó desplazando a los católicos pro nacionalistas, no solo metafóricamente —de los puestos de poder—, sino de forma literal en suburbios y barriadas. Y una de estas comunidades de resistencia anglicana, quizá la más famosa del Úlster, es precisamente Bogside, lugar donde James McClean le pegó las primeras patadas a un balón de fútbol.

Sunday Bloody Sunday

Durante los años sesenta y setenta el Costless Derry fue el principal foco de los Troubles

Este vecindario, situado más allá de las murallas de la ciudad, fue testigo de alguno de los capítulos más nefastos de los Troubles —como se le conoce al conflicto en Irlanda del Norte—. Uno de los más sonados ocurrió entre el 12 y el 14 de agosto de 1969, cuando unos disturbios entre residentes del barrio católico y la policía de Úlster dieron lugar a una serie de desórdenes que terminaron con la autoproclamación del Costless Derry como un área autónoma bajo el dominio de nacionalistas irlandeses. Sin embargo, la segregación definitiva del barrio no llegaría hasta 1971, como respuesta de sus habitantes a la imposición del Internment, una nueva ley del Gobierno protestante de Irlanda del Norte que permitía el encarcelamiento sin juicio de los sospechosos de pertenecer al IRA.

El nuevo edicto del Ejecutivo tuvo como resultado centenares de detenciones en apenas unos días. Los habitantes de Bogside, junto a los del colindante vecindario de Creggan —de donde es natural nuestro protagonista—, cerraron la entrada de los barrios a las fuerzas del orden y el ejército británico, levantando barricadas alrededor de la zona para evitar más arrestos. Y aunque los esfuerzos no fueron en vano, la nueva ley se cobraba diariamente la libertad de alguno de sus hermanos. Así, el 30 de enero de 1971, la Asociación por los derechos civiles de Irlanda del Norte (NICRA) convocaba una manifestación pacífica contra el Internment.

Para conseguir un mayor número de asistentes y evitar incidentes, los organizadores solicitaron y consiguieron el compromiso del IRA de suspender sus actividades aquel día, mientras que para no molestar a las autoridades declinaron la opción de marchar hasta el ayuntamiento de Derry, cercando la manifestación a los barrios más afectados. No obstante, las precauciones no fueron suficientes. Un regimiento de paracaidistas del ejército británico era enviado sobre Costless Derry, resultando ser protagonista de una de las matanzas más grotescas de la historia. Un grupo de jóvenes, rezagados del núcleo manifestante, comenzó a lanzar piedras contra las barricadas, y lo que en un primer momento era agua a presión y balas de goma, se convirtió en una masacre con armas de fuego cuando los soldados apuntaron contra la multitud.

El Domingo Sangriento se cobró la vida de 14 personas que aún retumban en las calles de Derry

Trece personas fallecían en aquellas calles —muchas de ellas menores de edad— y una decimocuarta lo hacía meses después como consecuencia de las heridas. La noticia salpicó a todo el país, los paracaidistas alegaron haber sido tiroteados por francotiradores situados en los tejados de barrio rebelde. Aquello resultó ser falso. Los periódicos bautizaron la masacre como el Domingo Sangriento y, diez años más tarde, el grupo irlandés U2 gritaba al mundo unos hechos que todavía continuaban latentes con su tema Sunday Bloody Sunday.

Sus razones:

McClean escribió una carta explicando los motivos de su rechazo al poppy

Aquel 30 de enero de 1972 todavía retumba en las cabezas de los vecinos del Costless Derry; igual que los otros muchos ataques que han sufrido los irlandeses católicos del Úlster casi desde los albores del Imperio Británico. Por eso James McClean, a pesar de haber nacido 20 años después del suceso, recuerda el día más negro de la historia de Irlanda cada vez que pasea por las calles de su viejo Creggan. Y eso es algo que le impide moralmente colgarse la amapola del pecho en honor a los caídos del Ejército Británico —el mismo que asesinó a sus vecinos aquel fatídico domingo— durante el Poppy Day y, en una carta abierta dirigida al presidente del Wigan, Dave Whelan, y a todos los fans de los 'Latics', explicó el pasado lunes sus motivos, que no son otros que los comentados en los párrafos anteriores:

Para la gente del Norte de Irlanda, como yo, y sobre todo para los de Derry, la escena de la masacre del Domingo Sangriento de 1972 está también relacionada con el símbolo de la amapola y tiene un significado muy diferente.

Por favor, entiéndalo Señor Whelan, que cuando uno proviene de Creggan como yo, o de Bogside, Brandywell o de la mayoría de lugares de Derry, todas las personas viven en la sombra de uno de los más oscuros días en la historia de Irlanda. Es simplemente parte de lo que somos, se nos inculca desde nuestro nacimiento.

Mr. Whelan, para mí llevar la amapola sería más una falta de respeto para la gente inocente que perdió su vida en los Troubles — especialmente en el Domingo Sangriento —, de la misma forma que yo he sido acusado de faltar el respeto a la víctimas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Habría sido una falta de respeto para esas personas; para mi gente.

Y es que, como dice McClean en su carta, el poppy hace mucho tiempo que dejó de representar solo a los fallecidos en las dos grandes contiendas de nuestro mundo. Si la amapola fuera un símbolo recordando solo a ellos, afirma, la llevaría. Pero ese distintivo también se usa para rendir homenaje a los soldados caídos "en otros conflictos desde 1945". "Y ahí es dónde el problema comienza para mí", escribe.

McClean, harto de recibir críticas y amenazas de todo el país por su comportamiento, ha querido aclarar su postura. "Tengo un profundo respeto por aquellos que lucharon y murieron en las dos Guerras Mundiales —muchos de ellos irlandeses—. Me han comentado que su propio abuelo, Paddy Whelan, de Tipperary, fue uno de ellos. Lamento sus muertes como cualquier persona decente lo haría, y llevaría un Tulipán si este representara, solamente, el símbolo de las vidas perdidas en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Quiero que tenga esto al 100% claro. Debe entenderlo", pide McClean al presidente del club del que "tan orgulloso" se siente representando cada domingo sobre el césped.

"No soy un belicista, ni un antibritánico, ni nada de lo que se me ha acusado en el pasado. Soy un tipo pacífico que cree que todos deberíamos vivir juntos, sin importar creencias políticas o religiosas". Y es que, de la misma forma que el dichoso poppy ha provocado graves acusaciones contra el jugador, su ideología, abiertamente nacionalista, también ha suscitado el odio de una buena parte de la afición norirlandesa y británica.

McClean rechazó jugar con Irlanda del Norte para hacerlo con The boys in green

Hace apenas dos años, McClean era un asiduo de las categorías inferiores de la selección de Irlanda del Norte, dirigida por un católico, Michael O’Neill. Sin embargo, y a pesar de disputar varios partidos para la 'Norn Iron' y ser llamado por la absoluta en 2011 —oferta que, por supuesto, declinó—, el jugador decía sentirse asfixiado en un vestuario predominantemente protestante y jugando para una afición sembrada de sectores unionistas. Por eso, no tardó en manifestar su deseo de jugar para la República de Irlanda. “Como católico, no te sientes en casa en el equipo de Irlanda del Norte”, dijo en 2012; “cualquier católico mentiría si dijera que se siente cómodo viendo esas banderas y oyendo esas canciones”.

McClean recibió insultos y amenazas de muerte, pero como contraprestación, Giovanni Trapattoni le llamó para jugar la Eurocopa 2012 con su amado país tras despuntar en el Sunderland. "Estoy muy orgulloso de mis raíces. En la vida, si eres un hombre debes defender aquello en lo que crees", asegura a este respecto el polémico futbolista en el mencionado escrito. Hoy James es un asiduo en las convocatorias de la selección irlandesa y, probablemente, no exista artículo, carta o libro de historia alguno que convenza a los más testarudos e intolerantes hooligans. Pero McClean es feliz y se encuentra en paz consigo mismo.

James McClean con la selección irlandesa. Fotografía: The Score.
James McClean con la selección irlandesa. Fotografía: The Score.

"Soy consciente de que usted no estará de acuerdo con mis sentimientos —a Dave Whelan—, pero realmente espero que pueda entender mis razones. Creo que les debía a usted y a los seguidores una explicación", concluye el testarudo extremo. Y el que quiera entender, que entienda. Difícilmente cesen los insultos y, probablemente, muchos estadios de la Championship le volverán a recibir con pitos y abucheos. Pero tal vez, y solo tal vez, James McClean haya dado una clase magistral contra la intolerancia y, lo que es más importante, ha puesto sobre la mesa un asunto que debe ser discutido: cómo un gesto voluntario se ha convertido en una obligación social; cómo un homenaje individual ha tornado en una irrechazable cuestión de estado. Puede que la amapola roja de los campos de Flandes no se mantuviera imperturbable ante el silbidos de los cañones y los cuerpos sin vida cayendo sobre ella; ¿habrá caído la amapola en el embrujo del egoísmo humano y de la guerra? ¿Acaso el poppy estaba envenenado?

Puedes leer la carta íntegra pinchando en este enlace.

Fachada de Old Trafford durante el Poppy Day. Fotografía: Daily Mail.
Fachada de Old Trafford durante el Poppy Day. Fotografía: Getty Images.