El fútbol serbio, históricamente, ha estado ligado al talento y la verticalidad. Imposible no acordarse de leyendas del dribbling como Dragan Dzajic, la zurda exquisita que enamoró a medio mundo, o Dragan Stojkovic, nacido para bailar pegado al balón "igual que baila el mar con los delfines", como canta Sergio Dalma.

El virtuoso golpeo de balón es otra seña de identidad del fútbol serbio. Cantera de grandes llegadores con excelente técnica de disparo como Dejan Stankovic, son más numerosos los especialistas en jugadas de estrategia. En los últimos veinte años hemos disfrutado de "francotiradores" como Milinko Pantic o Sinisa Mihajlovic, con gran porcentaje de acierto de cara al marco rival. Inolvidable el hat-trick del segundo en la Lazio, en un encuentro frente a la Sampdoria.

Branislav Ivanovic no es el prototipo de jugador serbio virtuoso con el balón en los pies, no es uno de los grandes talentos de ese fútbol tan característico de Europa del Este. Tampoco es un especialista a balón parado. Su juego se basa en otras armas, no todas técnicas. Central corpulento reconvertido a lateral, un jugador de músculo. Hasta el mismísimo Vinnie Jones dudaría a la hora de chocar contra él en carrera. Esa superioridad física hace que, a simple vista, parezca un lateral fácil de superar por cintura, o en carrera, en el uno contra uno. Las apariencias engañan.

Desafortunadamente, el lateral serbio no goza del mismo seguimiento mediático que "sufren" otros. Tanto Roman Abramovich como José Mourinho seguro que son conscientes del favor que les hacen con ello. La prensa deportiva se centra en personalidades más llamativas, perdiendo de vista lo esencialmente futbolístico. Por este motivo, laterales como Dani Alves pueden seguir manteniéndose en la escena del fútbol mundial, a pesar de su evidente bajón en su juego. Branislav Ivanovic es el gran olvidado de los onces FIFA de los últimos dos años.

El capitán de la selección serbia no es el típico lateral de corte ofensivo propio de la cultura brasileña. No es vistoso en sus movimientos, su físico le limita en cuanto a aceleración. No posee un cambio de ritmo excepcional, no es un gran regateador ni lo necesita. Ivanovic tiene algo distinto y diferenciador: inteligencia. Sin tener las mejores cualidades técnicas, es un jugador clave en uno de los clubes más potentes del mundo. Es un fijo en la alineación titular del Chelsea, y puede que el jugador más regular del equipo.

Gracias a su audacia domina todas las situaciones del juego. Conoce sus limitaciones a la perfección, lo que se traduce en efectividad. No se complica en los pases y saca rendimiento de cualquier balón que le llega. Es un experto dominador del espacio, conduce al atacante rival hacia el ángulo en el que sabe que saldrá vencedor del lance. Sabe leer el juego, es un jugador con oficio. Es habitual verle anticipándose a los movimientos del contrario. Además, convierte los saques de banda en saques de esquina.

Para colmo, está entre los tres atacantes más peligrosos de su equipo. ¿Cómo es posible? Por su agudeza para aparecer por el costado derecho en el momento indicado. Se convierte en un recurso esencial cuando su equipo ataca en estático, sorprende con sus movimientos. En el área contraria es una amenaza constante, se desenvuelve como pez en el agua. A él, el Chelsea le debe una Europa League. Como cabeceador está en el "top 5" mundial. Elegante como pocos marcando los tres tiempos, un espectáculo total. En fin, un jugador tácticamente brillante.

Dicen que las estadísticas hablan por sí solas. Ivanovic ya lleva seis goles y seis asistencias en lo que va de curso, dando puntos vitales a su equipo en la lucha por la Premier. El serbio aporta efectividad, resultados que, al fin y al cabo, son los que mandan en el fútbol.

Hay quienes se dejan guiar por el cartel y pagan cifras desorbitadas por jugadores como David Luiz, con mayor nombre que fiabilidad, pero a los amantes verdaderos del fúbol no nos toman el pelo con ello. Ivanovic es un defensa muy "top", lejos de ser extravagante. El de Sremska Mitrovica sólo necesita 90 minutos para hablar, y se expresa a la perfección. Es de los "reales".