Todos saben como terminó, pero pocos lo que sucedió durante el camino. Para muchos, la mejor final de la historia de la UEFA Champions League. Para otros, el mejor partido de fútbol que jamás han visto. Lo cierto es que la gloria no está reservada para los cobardes. La gloria es eterna, y si durante el viaje no hubiese habido que sobreponerse a tan engorrosos obstáculos, probablemente ese trayecto no hubiese sido el correcto.

La Liga de Campeones de la UEFA 2004-05 fue la 50ª edición en la historia de la competición. Se disputó entre julio de 2004 y mayo de 2005, con la participación inicial de 72 equipos, representantes de 48 federaciones nacionales diferentes. La final, a partido único, tendría lugar el 25 de mayo de 2005 en el Estadio Olímpico Atatürk de Estambul, en Turquía.

El sendero que al Liverpool le tocaría recorrer sería más largo y sinuoso que el de muchos de sus rivales. Los reds tuvieron un primer y único peaje en el que pagar por su cuarta plaza en la Premier League del año anterior. Ese peaje fue el Grazer AK austríaco, que terminaría saliendo más caro de lo que podía aparentar en un principio. En el Arnold Schwarzenegger Stadium, un colosal Steven Gerrard comenzaba a marcar el camino de su equipo con dos goles que parecían sentenciar la eliminatoria. Nada más lejos de la realidad. Anfield, lejos de ser un incentivo en la actitud del equipo, provocó dudas y nerviosismo en un Liverpool que veía como Mario Tokic adelantaba a sus rivales con más de media hora en juego. Finalmente, la experiencia fue un tanto a favor para el conjunto liverpudlian, que logró introducir su nombre en el bombo dos del sorteo de la fase de grupos.

El sorteo fue relativamente benévolo con el conjunto inglés. El azar quiso que el Liverpool fuese asignado junto a Mónaco (subcampeón el año anterior), Olympiakos y un mermado Deportivo de la Coruña. Pese a ser un grupo asequible, las dificultades para conseguir el pase fueron mayúsculas. El debut oficial en la competición sería ante el conjunto galo. Pese a ser el rival más complicado, Cissé y Milan Baroš hicieron que Anfield rugiera en una de esas mágicas noches europeas ante un equipo que contaba con jugadores de la talla de Adebayor y Evra, y que estaba entrenador por Didier Deschamps.

Los problemas comenzaron a aparecer a partir de esa primera victoria. Quizá el exceso de confianza, quizá la relajación, o únicamente la incapacidad competitiva en el infierno del Pireo, hicieron que el Liverpool cediese ante un solitario gol de Stoltidis. La imagen no mejoraría en los siguientes encuentros. Un Deportivo de la Coruña con una capacidad de competición nula logró salir de Anfield con un punto que trastocaba de manera considerable los planes del equipo local.

Como si de un trueque se tratase, volvió a ser el Deportivo el que alimentaría las esperanzas reds con un gol en propia puerta de Andrade que sería decisivo en el encuentro y en el devenir de la competición. El Liverpool, pese a caer en Mónaco, sabía que dependía de si mismo para lograr el pase a octavos de final, y así fue. El duelo a vida o muerte, terminó con la derrota de Olympiakos en Anfield por tres goles a uno, en un encuentro que arbitraría Manuel Mejuto González. Tal vez un guiño del destino.

Foto: BBC
Equipo PJ G E P GF GC DG PTS
Mónaco 6 4 0 2 10 4 +6 12
Liverpool 6 3 1 2 6 3 +3 10
Olympiakos 6 3 1 2 5 5 0 10
Deportivo de la Coruña 6 0 2 4 0 9 -9 2

El equipo continuaba la travesía con su espíritu de sufrimiento particular, pero de nuevo, el azar volvió a sonreírles. El siguiente equipo en interponerse entre ellos y la copa sería el Bayer Leverkusen. Los alemanes habían perdido gran parte de sus figuras representativas de aquella mítica final ante el Real Madrid, por lo que el enfrentamiento se podía presumir ligeramente favorable. El Liverpool decidió que era el momento de dar un paso hacia delante y acabar con la eliminatoria por la vía rápida. Un gol de Hamman en el 93, ponía el 3-1 definitivo de la ida y dejaba realmente tocado al conjunto de las aspirinas, que no supieron reaccionar ante tan duro golpe y dejaron ir la eliminatoria con un 1-3 en el partido de vuelta en el Bay Arena. Y hasta aquí llegarían los partidos con olor a placidez y serenidad.

Su próximo rival sería la todopoderosa Juventus de Turín, que llegaba al duelo tras remontarle la eliminatoria a todo un Real Madrid. Sami Hyypiä y un Luis García que había adquirido protagonismo en el equipo tras sus goles ante el Bayer, adelantaron a los suyos en una majestuosa primera parte en Anfield. Pese al gran esfuerzo del equipo durante todo el partido, no pudieron evitar el gol de cabeza de Fabio Cannavaro, que apretaba el encuentro y hacía presagiar un Turín verdaderamente infernal. Realmente no se equivocaban, ya que el por aquel entonces Stadio delle Alpi fue una auténtica caldera. La Juve fue la dueña del encuentro, pero se toparon con un muro. El Liverpool no cedió prácticamente oportunidades de gol, exceptuando algún mísero acercamiento de Zlatan Ibrahimović.

"Del sufrimiento surgen las almas más fuertes. Los caracteres más sólidos están plagados de cicatrices"

El Liverpool veía como con esfuerzo y sacrificio los resultados llegaban y conseguían dejar a sus rivales atrás. El penúltimo escollo sería un viejo conocido, el Chelsea de José Mourinho, que había llevado de manera casi inconcebible al Porto al Olimpo europeo la temporada anterior. Los reds tiraron de casta y lograron salir de Stamford Bridge con la portería a cero, un logro manchado por su propia insuficiencia de cara a gol. Al final todo acababa volviendo al mismo lugar. Todo se decidiría en Anfield. Sucediese lo que sucediese, todo quedaría en casa.

Llegó, probablemente, el momento más determinante desde el inicio de la competición. El famoso gol fantasma de Luis García que tantos gritos de satisfacción provocó en Anfield y que tantos lamentos desencadenó en la parte rica de Londres. El mérito al sufrimiento. La suerte del campeón. Un gol que embarcaba al Liverpool en un avión destino Estambul.

Foto: Getty

Llegó la final. Llegó el premio a tanto trabajo. Pero una cosa estaba clara, el esfuerzo, la valentía, el coraje y la capacidad de sufrimiento no se quedarían en Liverpool: iban en las maletas.

La mayor exhibición de pasión y casta jamás vista sobre un rectángulo futbolístico

Para muchos ha sido el mejor partido de fútbol que sus ojos han tenido el lujo de presenciar. Para otros, una lección de coraje y pundonor que sobrepasó lo deportivo. Pero todo el mundo está de acuerdo en una cosa, aficionados del Liverpool, del Milan o de cualquier club neutral, vibraron durante más de 120 minutos como si sus propias vidas estuviesen en juego. Nunca antes se había visto nada parecido.

Un estadio Ataturk (70.024) lleno hasta la bandera, observaba inquieto como, apenas un minuto tras el pitido inicial, Paolo Maldini hacía blasfemar, despotricar y renegar a aquellos que, por lo que fuera, no habían tomado asiento todavía. Realmente el Milan ofrecía una imagen de equipo superior tanto dentro del campo como en la mente de cualquier aficionado al fútbol. Una plantilla de escándalo que fue una apisonadora durante una primera mitad arrolladora. Por si un gol en el primer minuto no hacía suficiente daño, Hernán Crespo parecía haber lapidado al conjunto red con dos goles más al filo del descanso.

No se sabe exactamente que ocurrió en un vestuario y en el otro. Quizá el exceso de confianza. Quizá el amor propio liverpudlian. Quizá el escuchar a 35.000 gargantas cantando el You'll never walk alone pese a estar siendo masacrados por todo un Milan. Algo cambió en ese vestuario, algo que revolucionaría el encuentro.

Foto: Kizoa

No pudo ser otro el que iniciase la remontada, tenía que ser él. Steven Gerrard se elevó con toda su fe para rematar a gol un gran centro de John Arne Riise. Apenas habían transcurrido diez minutos del segundo tiempo. Se podía, estaba claro. La reacción no se hizo esperar y, primero Vladimír Šmicer con un zapatazo desde fuera del área y luego Xabi Alonso tras el rechace de su propio penalti, igualaban de manera surrealista la contienda con apenas quince minutos transcurridos del segundo periodo.

El partido terminó y la prórroga se recordará por el gran cansancio en ambos equipos. El partido no se podía decidir de otra manera, se tenía que ir a los penaltis. "Remar tanto para poder haber muerto en la orilla". Seguro que a ningún jugador del Liverpool se le pasó esta frase por la cabeza. Un Dudek heroico conseguiría llevar de nuevo a las islas una copa fabricada a base de sangre, sudor y lágrimas.

Foto: UEFA

El coraje no es la ausencia del miedo, sino el triunfo sobre él. No es valiente el que no siente miedo, lo es aquel que logra conquistarlo. Nadie se la podía haber merecido más que ellos. Nunca nadie ha levantado un trofeo con la sensación de habérselo ganado de forma tan absoluta. El Liverpool, probablemente, fue autor de la mejor remontada de la historia de este deporte.

VAVEL Logo
Sobre el autor
Javier García Vilela
Aprendiendo cada día. La inspiración siempre llega pero tiene que encontrarte trabajando. Real Club Celta de Vigo @Vavelcom // Email de contacto: [email protected]