Echemos la vista atrás y plantémonos en el año 1921. Italia había salido de la Primera Guerra Mundial destrozada, con costes tanto económicos como humanos altísimos, a pesar de estar alineada en el bando de los vencedores. El país estaba sumido en el caos, del que se aprovecharía poco después Benito Mussolini para irrumpir en Roma con sus Camisas Negras e instaurar su régimen fascista. Todo en el Bel Paese funcionaba de forma anárquica y desordenada. El fútbol, cada vez más popular, no podía ser una excepción.

Importado de Inglaterra a finales del siglo XIX y asentado sobre todo en las prósperas ciudades industriales del noroeste, en torno a Milán y Turín, el calcio iba dando lugar a cada vez más y más equipos, que iban obligando a sucesivas restructuraciones del campeonato nacional, todavía no llamado Serie A. En esencia, los clubes se organizaban en pequeños torneos regionales y luego se disputaba una fase final con eliminatorias, de manera que, en función de los equipos inscritos en cada grupo, el número de partidos era sumamente variable. Los costes de los desplazamientos, en una época en la que aún el profesionalismo no estaba completamente instaurado, hicieron imposible hasta unos cuantos años más tarde que se creara la liga en formato de grupo único.

Nacida por una bronca

Algunas voces, como la del entonces entrenador del Torino Vittorio Pozzo, clamaban por un sistema más racional y con menos equipos; los clubes pequeños, de provincias, entonces bastante poderosos y con posibilidades razonables de ganar (léase Pro Vercelli, Casale o Novese) se mostraron reacios, temiendo que, si el campeonato se volvía elitista, supondría una ventaja para los clubes “ricos” de las grandes ciudades (Milan, Torino, Juventus, Inter, incluso Genoa). Surgió un cisma por el que 24 clubes abandonaron la Federazione Italiana Giuoco Calcio (FIGC) y crearon la Confederazione Calcistica Italiana (CCI), con su campeonato propio.

La FIGC se encontró, de pronto, con un torneo mucho menos competitivo, y no se le ocurrió mejor idea para volver a ganarse el favor del público que crear una competición paralela que se vino a llamar Coppa Italia. La primera edición se disputó en 1922, y en su planteamiento se pretendió que funcionara mediante un sistema de eliminatoria pura, al estilo inglés. Pero enseguida surgieron los problemas, comenzando por el número de equipos inscritos (37), que hacían difícil organizar rondas completas y obligaron a otorgar clasificaciones automáticas por sorteo, en unos casos, y a repescar equipos eliminados, en otros. Además, el nivel de los participantes seguía siendo flojo, como demuestra el hecho de que el ganador final fuera el Vado, equipo de un pueblecito cercano a Génova que militaba en las divisiones regionales de Liguria. Para el recuerdo queda la final disputada el 16 de julio de aquel año en el campo del pueblo, con victoria 1-0 sobre el Udinese en la prórroga.

Ese mismo 1922 la FIGC y la CCI volvieron a arreglar sus diferencias y a establecer un único campeonato, con lo que la Coppa cayó en el olvido. En 1926 se intentó recuperar, y se jugaron las rondas previas, pero en dieciseisavos de final se abandonó el proyecto debido a la falta de fechas disponibles. La aceptación definitiva del profesionalismo, cada vez más difícil de frenar, y la creación en 1929 del torneo de grupo único (la Serie A) terminaron de desterrar la idea.

Rellenar el calendario

Pero menos de una década después, un hecho abrió de nuevo la puerta a la posibilidad de tener una competición de KO. La Serie A debería haber nacido con 16 equipos, los ocho primeros de cada uno de los dos grupos (Norte y Sur) en que se dividía previamente el campeonato, pero Lazio y Nápoles estaban empatados a puntos, así que, para evitar discusiones, se optó por incluirles a los dos, y además a la Triestina, recuperada de la segunda categoría por motivos “patrióticos”: tras la Gran Guerra, al gobierno mussoliniano le interesaba que las provincias orientales, fronterizas con Yugoslavia, estuvieran representadas en el gran campeonato nacional. Así, durante sus primeras temporadas, la máxima división tuvo 18 equipos en vez de los 16 previstos.

La reducción del campeonato, vigente desde la campaña 1934/35, liberó bastante hueco en el calendario. Tanto, que al año siguiente los clubes y la federación se plantearon volver a implantar la Coppa Italia, pero ya mejor organizada, calcando casi al milímetro el modelo inglés: participarían los equipos hasta Serie C, incorporándose progresivamente los de divisiones más altas en las rondas más avanzadas, y las eliminatorias se disputarían a partido único en campo designado por sorteo (yéndose al feudo rival si tras la prórroga hubiera empate y tocara repetir el enfrentamiento, ya que las tandas de penaltis no estaban aún implantadas). Así, la primera final (segunda, contando la de 1922) vio la victoria, en el campo neutral de Génova, del Torino sobre el Alessandria por 5 goles a 1.

La Coppa se siguió disputando con normalidad durante los siguientes años, asistiendo a hitos como el triunfo del semidesconocido Venecia en 1941 con jugadores luego míticos como Loik o Mazzola, o el primer doblete liga-copa, logrado por el Torino en 1943. Por esas fechas, sin embargo, hubo que interrumpir la disputa debido a la Segunda Guerra Mundial, que dejó Italia aún más destrozada que la Primera. En la posguerra, ni la crisis ni los ánimos invitaban a relanzar una vez más un torneo de copa; bastante había con volver a poner en marcha la Liga normal.

Recopa y quinielas

Pero en 1958, de nuevo, se decidió implantar otra vez la competición. No por tradición histórica ni por nostalgia del pasado, sino por un motivo mucho más banal. Acababa de nacer la Copa de Europa, con notable éxito de público, y la UEFA se estaba planteando aprovechar el tirón para crear otro torneo eliminatorio en el que participaran los campeones de las copas nacionales. De manera que Italia necesitaba tener su propia copa para poder entrar en esta nueva competición.

Se sumó en ese extraño 1958 otro condicionante que justificó el regreso de la Coppa. Era año de Mundial, organizado en Suecia, por lo que, para dar tiempo a los jugadores de la Nazionale a prepararse convenientemente, se acordó que el torneo de Serie A adelantara tanto su fecha de inicio como la de finalización, pasando del tradicional mes de junio a mediados de mayo. Con lo que no contaba nadie es con el “desastre de Belfast”: en el grupo de clasificación, Italia cayó 2-1 contra Irlanda del Norte y se quedó fuera. Hacía falta algo para mantener a los equipos activos, para que siguieran funcionando las quinielas y, sobre todo, para que los aficionados tuvieran un tema de conversación mejor que la vergonzosa derrota de la Azzurra.

Así, las mentes pensantes sumaron todos estos factores y se sacaron de la manga un torneo veraniego, al que dieron el nombre de Coppa por mantener la tradición, y que, para que tuviera más partidos, disputó los dieciseisavos de final en forma de fase de grupos. A partir de ahí ya fue eliminatoria directa en el campo de más capacidad (para maximizar los ingresos por taquilla), hasta la final, en el mes de septiembre, que la Lazio le ganó a la Fiorentina.

Curiosamente, esta edición terminó cuando la siguiente ya había empezado, en una costumbre que se mantendría durante los años siguientes: mientras los equipos más fuertes luchaban por el título, los de divisiones inferiores disputaban las primeras rondas. Eso sí, ya se jugaba sin grupos, todo en eliminatorias a partido único. Todo esto se hacía con el objetivo de que la Coppa se resolviera lo más rápidamente posible, sin estorbar a la liga; nadie se molestaba en disimular que el torneo sólo sobrevivía por la Recopa, creada en 1960. Los equipos grandes se lo tomaban en serio solamente en la medida en que les resultara necesario para entrar en competiciones europeas. Así, en los primeros años se veían triunfos de ilustres como la Juventus o la Fiorentina, pero también grandes sorpresas, como el título del Nápoles de 1962 estando en Serie B, o la llegada a la final de equipos como la SPAL de Ferrara, el Padua o el Catanzaro.

¿Con grupos o sin grupos?

Progresivamente se fue experimentando con cambios en el formato, para intentar atraer más público a los estadios. Así, entre 1968 y 1970, las rondas de semifinales y final se sustituyeron por una liguilla a doble partido entre los cuatro clasificados. La FIGC se dio cuenta del error que suponía eliminar la fiesta de la gran final y trasladó estas fases de grupos a rondas anteriores. Durante los años ’70 la estructura se mantuvo fija durante un tiempo, con notable éxito. Participaban los 16 equipos de Serie A y los 20 de Serie B. De estos 36 equipos, se quitaba al campeón vigente, y a los otros 35 se les dividía en siete grupos de cinco equipos cada uno, que competían en liguilla. Los siete campeones y el defensor del título se volvían a dividir en otros dos grupos, con otras dos liguillas, de las que salían los dos finalistas. Fueron años de gloria para el Milan de Gianni Rivera y Nereo Rocco, que acaparó tres de los diez títulos de la década.

Data de esta época también la introducción de las tandas de penaltis como método de resolución de un partido que, aun tras la prórroga, finaliza con empate. Es un recurso que ha habido que aplicar en numerosas ocasiones, siendo muy recordada por ejemplo la final de 1974, que se saldó con un 4-3 a favor del Bolonia y privó al Palermo, entonces en Serie B, de la posibilidad de ganar el que hubiera sido el único título oficial de su historia. También en estos años adquirió el torneo la importancia que merece al institucionalizarse la final en la ciudad de Roma, lo que permitía la presencia de autoridades como el Presidente de la República, encargado de entregar la copa al capitán ganador.

El enésimo cambio de formato se vio en los años ’80: se mantuvieron los siete grupos de cinco equipos, pero a partir de cuartos de final se volvió a la eliminatoria normal y corriente. Eso sí, ya no a partido único, sino doble, incluso en la final, a imitación de la Copa de la UEFA.  Por si fuera poco, en 1982 se decidió incorporar a los mejores equipos de Serie C, ampliando por consiguiente la fase previa a ocho grupos de seis equipos cada uno (vigente ganador incluido), de los que se clasificarían dos de cada uno, y de octavos de final en adelante eliminatoria a doble partido. El jaleo fue máximo en la temporada 1988/89, cuando los Juegos Olímpicos de Seúl forzaron retrasar el arranque de la Liga más de un mes; para rellenar el hueco, se establecieron dos fases de grupos que llevaron a los finalistas a disputar hasta 14 partidos.

Estos años fueron muy positivos para la Roma de Bruno Conti, ganadora cuatro veces en siete años, y para la Sampdoria de Roberto Mancini (aun hoy el hombre que más partidos ha jugado en la historia de la competición, 120) y Gianluca Vialli, que entre el 85 y el 89 se impuso tres veces, aprendiendo a proclamarse campeona y preparando el terreno para el histórico Scudetto del 91. La abundancia de partidos también permitió a Alessandro Altobelli, delantero del Inter, proclamarse máximo goleador histórico con 56 tantos, cifra a la que ningún otro atacante llega ni de lejos. Tal profusión anotadora, sin embargo, sólo le sirvió para salir campeón dos veces.

A partir de 1990 ya se decidió olvidarse de grupos y de cualquier otra fórmula que complicara el sistema, y se optó por eliminatorias puras, a partido único en las primeras rondas, a doble en las últimas. Incluso la gran final volvió a ser partido único en el Olímpico de la capital desde mayo de 2008. Los escarceos con las fases de grupos, que los hubo, se reservaron para las rondas previas y los equipos de categorías inferiores.

Campeones de todos los colores

En todo este tiempo, resulta que los equipos más laureados son la Juventus, igual que en liga… y la Roma, que aspira este domingo a convertirse en el club con más títulos de la historia. Nueve tienen cada uno, con 66 ediciones disputadas, lo que da idea de la gran igualdad y variedad en el palmarés que se ha vivido hasta ahora. Hasta 16 equipos han inscrito su nombre en la lista de campeones, incluyendo potencias de tamaño medio (Lazio, Nápoles, Sampdoria, la propia Roma) o incluso equipos pequeños, como el Vicenza que en 1997 fue capaz de dejar por el camino al Genoa, el Milan el Bolonia y el Nápoles en la final.

La Coppa Italia, como en todos los países, es el torneo del KO, de las sorpresas, de los nervios y de la emoción. Quizás no premie al equipo más regular del año, pero sí al que es capaz de superar todo tipo de presiones y adversidades, al que sobrevive en una lucha en la que sólo hay dos opciones: avanzar o caer eliminado. Es una forma tan válida como cualquier otra, y seguramente mucho más romántica, de ser campeón.