La historia de la Roma es curiosa, especial y extraña a partes iguales. Poseedores de una supuesta grandeza de la que hacen honor pero también víctimas de un palmarés que no es acorde a ese estatus, la Roma es grande por ser de Roma. Por ese ambiente único, ese aura indefinible y tan real, pero la realidad es que la Roma ha sufrido muchísimos altibajos en su periplo. Ha sido grande por momentos, pero habitualmente no ha rendido como se le presupone. Queda la pregunta, por ejemplo, de qué hubiese sido de ellos de haber ganado aquella final de Copa de Europa ante el Liverpool, en la que Grobbelaar se hizo gigante bailando sobre la línea de gol en la tanda de penaltis, y que exactamente 10 años después sería una de las razones de Agostino di Bartolomei, el emperador de aquella época en el equipo de la loba, para acabar con su vida diciendo estar "en un agujero". Pero por el propio Di Bartolomei, por Falcao, por Giannini, por Toninho Cerezo, por Batistuta y por tantos otros... y por supuesto por Francesco Totti, la Roma es grande. No importa que sus vitrinas no estén tan llenas como las de Juventus, Milan o Inter. Es una cuestión de orgullo, de ser especiales. De ser romanos, al fin y al cabo.

Hablar de Francesco Totti es hablar de la mayor figura de la Roma moderna, protagonista de una historia de amor eterno a un club. Totti pudo irse y ganar más y mejor, pero prefirió quedarse en su club de toda la vida y ganarse la eternidad en el Estadio Olímpico romano, bajo el furor de los tifosi romanistas. Francesco es hijo de la loba, de los que lucen con orgullo el "solo por questa maglia... unico grande amore". Hincha antes que futbolista, romano como todos los reyes del club giallorosso (Di Bartolomei, Giannini, Totti), es fácil sentirse identificado con el mágico Francesco. La historia de Totti es la historia del fútbol, un deporte concebido para unir almas y generar pasión. Es un emperador sin imperio, porque realmente la Roma nunca ha sido un imperio.

En lo puramente futbolístico, si mencionamos a Totti rápidamente se vienen dos virtudes suyas a la cabeza: el pase final y el golpeo. El capitano es delantero, pero no es un '9' de área. Es probablemente el delantero más fino y mágico en el último pase que haya concebido el fútbol moderno. Envíos de todo tipo, entre líneas, de espaldas, de cabeza, en escorzos... un fantasista puro. El nueve más '10' que existe, aunque lo podríamos ubicar como una especie de segundo delantero. Por otra parte, posee uno de los mejores golpeos que se recuerdan, tanto en movimiento como, sobre todo, a balón parado. Cuando hay que parar el esférico cerca de la frontal y se acerca Totti a recogerlo, el portero ya puede temblar.

Otro asunto más complicado será encontrar a su sucesor, que no aparece por ningún lado, pues Totti, como todo lo bueno, se acaba. Esperemos que sea más tarde que pronto, pero Francesco ya da sus últimos pasos en la élite. El día que la Roma juegue y Totti ya no esté en el campo, será un poquito menos la Roma. Ese momento será duro pero habrá de llegar. En definitiva, Totti es un futbolista elevado a la condición de Dios en la ciudad eterna, que ha sido grande, muy grande, pero que nunca quiso ni necesitó perpetuar su nombre fuera de las murallas de su ciudad, de su lugar, de su templo. Es el Rey de Roma.