Mira uno la alineación titular de la Lazio y ve nombres como Brayan Perea, que apenas había jugado un rato en lo que llevábamos de temporada, o como Felipe Ánderson, directamente debutante, y gente como Álvaro González, Ledesma o Éderson en el banquillo, contra un rival directísimo como la Fiorentina. Mira uno la camiseta de la Lazio y apenas consigue vislumbrar inscripción alguna que permita saber que estamos en 2013 y no en 1960, carente como es de publicidad y con el logotipo del fabricante y el escudo del club en sutilísimo azul claro sobre el azul celeste habitual (parece ser que se trata de un homenaje a Silvio Piola por el centenario de su nacimiento, aunque es curioso que por ese motivo hayan renunciado incluso a su escarapela de campeones de Coppa). Mira uno a la hinchada de la Lazio y se lleva las manos a la cabeza comprobando que sigue habiendo descerebrados capaces de abuchear el minuto de silencio por las víctimas de la enésima tragedia de Lampedusa. Asustado de tanto mirar, desvía uno sus ojos hacia la Fiorentina y ve medio Villarreal de hace un par de años, aquél que pintaba tan bien, que incluso participó en Champions, pero que acabó bajando. A la vista de tantas cosas, se dispone uno a disfrutar de un partido con bastante pinta de raro.
 
Una prueba más de que la cosa iba a ser extraña es que fue el equipo visitante el que empezó mandando, adueñándose en la pelota y acercándose con peligro, aunque sin llegar a generar ocasiones claras. La primera, de hecho, la tuvo a los diez minutos el equipo de casa por medio del novato Perea, quien tras una galopada con un par de regates chutó demasiado cruzado. Las águilas habían optado por comportarse acorde a su naturaleza rapaz, esperando replegadas el momento justo para lanzarse en picado con las garras preparadas. Así llegaron ocasiones varias, como una de Candreva de cabeza (rara suerte en él) a rebote de un lanzamiento de Hernanes, u otra internada de Onazi que dio lugar a un saque de falta del propio Candreva bien detenido por Neto. En el otro área, aunque la Fiore tenía más y mejor la pelota, sólo había riesgo a balón parado, si bien Borja Valero no estaba demasiado preciso.
 
Tanto salía el águila de caza que, poco a poco, se fue dando cuenta de que el campo en realidad era suyo, atreviéndose a volar no sólo por su mitad, sino por toda la superficie. Los viola, pasado el empuje inicial, tampoco es que se encerraran atrás (Montella no sabe hacer eso, y menos si en su equipo está Rossi), pero sí bajaron mucho tanto la intensidad de su dominio como la frecuencia con la que atacaban. La consecuencia debería haber sido una lucha equilibrada e intensa en el centro del campo, lo que no ocurría porque, por alguna razón, las estadísticas de pérdidas tontas de balón de la Fiorentina superaban cualquier registro conocido. Por suerte para ellos, la Lazio estaba casi igual de torpe, como demostró Hernanes al intentar sacar en corto una falta y montar jugada ensayada... sin que ninguno de sus compañeros se enterara. Se veían demasiados nervios para tratarse de un partido de la séptima jornada.
 
De los nervios, lamentablemente, se pasó a la brusquedad. En un momento el árbitro tuvo que mostrar dos tarjetas, a Perea y a Ambrosini, por sendas patadas innecesarias en el centro del campo. Del combate salió favorecida la Lazio, que desbordaba a la Fiore a base de presión pura y dura. Los toscanos, huérfanos de pelota, no encontraban la manera de aprovechar el talento de futbolistas como Pizarro, Valero o Rossi, y eran conscientes de estar jugando con fuego. Los capitalinos, sin brillantez, tenían el partido donde querían, hasta el punto de desquiciar a su rival: Tomovic perfectamente pudo ver la roja por una agresión a Hernanes que el árbitro decidió dejar en la mitad del castigo.
 
Falta de pegada
 
El descanso fue lo mejor que pudo pasar para la salud tanto física como mental de unos y otros, sobre todo de los norteños, que con un equipo técnicamente superior se veían desbordados por el derroche de músculo blanquiceleste. Sin embargo, el intervalo no cambió nada, más bien al contrario. La Lazio salió en plan mandón, metiendo mucho miedo a Neto a través de Hernanes y Lulic, e incluso defendiéndose a las mil maravillas, con Ciani y Cana imperiales, las pocas veces que la Fiorentina intentaba avanzar. Pero sin embargo, el gol no terminaba de llegar. A falta de Klose, de baja por lesión desde hace más de una semana, a los de Petkovic les cuesta un mundo encontrar a alguien capaz de rematar con eficacia.
 
En esto, el entrenador se acordó de que en el banquillo tenía a Floccari, a quien dio entrada por un Ánderson luchador, al que se le ven maneras, pero que no fue capaz de inquietar en exceso a Neto. Justo después, el que se llevó un buen susto fue Marchetti, que tuvo que esforzarse para despejar un buen saque de falta de Rossi. Inmediatamente a continuación el italoamericano se fue al banquillo y Montella, buen observador del sistema exitoso de la Roma, dejó a los suyos sin delanteros puros, en un intento por recuperar algo de control en el centro del campo y aprovechar las llegadas de sus numerosos mediapuntas. Algunos estudiosos llaman a este sistema "falso 9" y le atribuyen su autoría a la Roja, aunque no deben olvidar que, años antes, ya lo hacía Spalletti con la giallorossa, llamándolo 4-6-0 y consiguiendo Botas de Oro para un tal Totti.
 
Muchos cambios, poco movimiento
 
Floccari enseguida quiso demostrar que Petkovic se equivocaba al no sacarle de titular, pero su chut raso lo despejó a córner un defensa. Lo mismo le ocurrió a Lulic poco después, al infiltrarse por la izquierda y soltar un par de regates. Y a Hernanes, y a Candreva, que chutaban y chutaban pero no encontraban la portería. El tópico diría que la Lazio "merecía" la victoria, aunque ya dijo el maestro Biagini que en fútbol no se merece, sino que se gana. No le convenció a Montella el experimento e introdujo a Matos, atacante brasileño de apenas 20 años que, hasta la fecha, si tiene algo de fama en el mundo del fútbol no es por otra cosa que por su peculiar nombre de pila (Ryder).
 
En el campo había de todo menos goles. Por haber, había hasta polémica. Un saque de falta de Candreva pegó en la barrera antes de caer mansamente en poder de Neto; a juicio de algunos jugadores y, sobre todo, de algunos hinchas laziales, el impacto fue en el brazo de Aquilani, lo que habría supuesto penalti, pero el señor Orsato no lo estimó oportuno. Un rato después el mismo Candreva tuvo otra oportunidad más, pero chutó al lateral de la red. El guión parecía escrito y sellado con un 0-0, si bien Petkovic trató de cambiarlo a última hora dando entrada a Álvaro González y a Éderson. Montella también quiso ver un rato al casi inédito Iakovenko, que salió en lugar del peleón Cuadrado.
 
Ni siquiera los cinco minutos de tiempo añadido fueron suficientes. La Lazio se volcó en ataque, puero fue incapaz de superar la férrea defensa de una Fiorentina en la que hasta Borja Valero se replegaba. Los morados, que hicieron un partido mediocre, indigno de su fama, se llevan de premio un punto que parece excesivo para sus méritos. No es exagerado decir que, en realidad, es la Lazio la que se ha dejado robar un par de puntos. Tampoco sería justo afirmar que la falta de gol se debe a la ausencia de Klose, porque en el terreno de juego se podía encontrar jugadores, como Candreva o Hernanes, que normalmente están más atinados. La Curva Nord podrá consolarse apelando a la mala suerte, y no le faltaría razón. Pero jamás equipo alguno ha salido campeón debido a la fortuna.
 
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