Señores, señoras, entérense: la Roma va en serio. A estas alturas de campeonato, habiéndose visto las caras con rivales de bastante envergadura, y considerando que las visitas a la enfermería de sus estrellas son más frecuentes de lo recomendable (por ejemplo, ahí anda, y lo que le queda, el pobre Francesco Totti), ya no puede decirse que la marcha triunfal de los hombres de García sea flor de un día, fruto de la casualidad o de un calendario benévolo. El club de Trigoria, la eterna casa de los líos durante los últimos tres años, el club más esquizofrénico del planeta (con permiso del Inter), ha tenido que irse a Francia a buscar un andaluz para poder cumplir su particular sueño americano.

Que tal pastiche multicultural funcione podría considerarse, en un arrebato de misticismo, un milagro derivado de la designación, hace ya algunos meses, de un señor bastante futbolero como nuevo obispo de la Urbe. Pero no: es público y notorio que Su Santidad se identifica con los cuervos, así que, por pura afinidad zoológica, si hubiera pedido ayuda divina, más parece que rogaría por las águilas que por los lobos. No hay que mirar a las alturas, sino al suelo, a los verdes prados del Olímpico, o del campo que toque cada día (hoy, estadio de Friuli, coqueto y resultón pero tan medio vacío como cualquier otro). Los jugadores de la Roma, que antaño se dividían en apáticos y desquiciados, hoy poseen una mentalidad ganadora inimaginable en otras épocas demasiado recientes. 

Monsieur García no ha innovado mucho en lo táctico (calca el 4-3-3 de Zeman), pero sí ha conseguido en su jauría un cambio de actitud digno del mejor Simeone. Está de acuerdo con el bohemio en que un 4-3 es más divertido que un 1-0, pero Rudi piensa que un 4-0 es todavía mejor. Por eso, los colmillos siguen afilados, no tanto como el año pasado pero casi, y sin embargo ya no se comete la temeridad de dejar la retaguardia desguarnecida, como demuestra el hecho de haber encajado un solo gol en lo que va de liga. Que pudieron haberse convertido en dos nada más empezar, pero el zapatazo de Muriel se estrelló en la madera. Es lo que tiene la suerte, que acostumbra a aliarse con los que, de por sí, hacen las cosas bien.

De hecho, en honor a la verdad, el primer tiempo fue patrimonio de los locales. El propio Muriel, Pereyra, Badu y hasta Di Natale, mucho menos activo que de costumbre pero siempre presente, tuvieron ocasiones de abrir el marcador, si bien la más clara estuvo en los pies de Gabriel Silva, que con un toque sutil superó a De Sanctis; por suerte para la Roma, Castán, un tipo con peor prensa pero mucho mejor rendimiento que el ya ausente Marquinhos, estuvo muy rápido para sacar la pelota cuando ya parecía inevitable que se colara en la portería. Tantas ocasiones, y tan pocas para los de la capital (alguna hubo, pero sin mucho peligro), eran conecuencia del dominio indiscutible que el Udinese estaba teniendo en un centro del campo superpoblado, pues Guidolin, como es habitual en él, optó por colocar ahí no a tres ni a cuatro, sino hasta a cinco hombres.

Ni Totti ni Totò

El dibujo blanquinegro tenía una consecuencia en la práctica: como reducir la defensa a tres hombres habría sido un suicidio, donde se recortó fue en la delantera. Eso significaba que Antonio Di Natale estaba triste y solo en punta, luchando contra el mundo sin ayuda, que es algo que ha hecho muchas veces a lo largo de su carrera, y que no se le da nada mal, pero que siempre es sufrido e incómodo. Y más cuando enfrente está un equipo que se sabe defender tan bien como esta Roma, y que no le concede ni un hueco para tirar un desmarque. Por si fuera poco, las escasas oportunidades que tenía las desaprovechaba, ora por disparos defectuosos, ora por posiciones antirreglamentarias. Así, la aportación de hoy de Totò puede considerarse equivalente a la del otro número 10, el que vio el partido por la tele desde su casa.

Ni siquiera la expulsión de Maicon por una doble amarilla tan estúpida como merecida (la primera, antes del descanso, tiene un pase, pues cortó un contraataque peligroso, pero la segunda, una falta clara en el centro del campo en una jugada sin peligro alguno, sería merecedora de que sus compañeros le inflaran a collejas en el vestuario) alegró la cara de Di Natale ni del resto del Udinese. Y no lo hizo porque García estuvo muy al quite para mover el banquillo y reorganizar a su equipo: apartó a Pjanic, que no estaba haciendo gran cosa, metió a Torosidis en el lateral, indicó a Ljajic y a Marquinho (que había salido poco antes por Florenzi) que se echaran unos cuantos metros atrás, y formó un 4-4-1 infranqueable con Borriello como única referencia arriba. ¿Cobarde? Puede ser... pero con uno menos y fuera de casa, es difícil distinguir la valentía de la temeridad.

Para dejar más claras aún sus intenciones, la Roma hizo su último cambio retirando a Borriello. En su lugar dio paso a Bradley, titular el año pasado (por las broncas de Zeman con De Rossi, básicamente) que esta temporada está teniendo poco protagonismo pero que, cuando sale, cumple. Rudi no se terminaba de fiar del Udinese, ni siquiera aunque su mayor creador de juego, Muriel, diera muestras de fatiga, y pretendía al menos asegurar un punto.

La jugada, sorprendentemente, salió bien. Probablemente ni el propio mister francés contaba con ello y se veía resignándose a cortar la racha de victorias y conformarse con un empate. Pero cuando se tiene en el campo a jugadores con talento de genio, siempre hay que confiar. Y uno no hereda la camiseta con el 6 de Aldair si no tiene algo especial en sus botas. Strootman recibió el balón, avanzó y aguantó, volvió a avanzar y aguantó, resistiendo la tentación de soltar un zapatazo o de quitarse el balón de encima con un pase a cualquier sitio. Hasta que vio venir al recién entrado Bradley y, con un toque suave, le dejó la pelota en la frontal del área, para que el fornido yanqui, golpeando con el interior cual palo de golf, colocara el balón abajo, pegado al palo derecho, inalcanzable para Kelava.

En los diez minutos que quedaban para el final el Udinese, desesperado, intentó atacar, pero los visitantes no concedieron ni un resquicio. La Roma acabó ganando un partido en el que no había jugado para ganar. Porque la Roma actual gana juegue como juegue. Es, simplemente, un don que tiene. Nadie sabe cómo lo hacen, nadie sabe cómo evitarlo. El caso es que ahí están, sumando 27 puntos tras nueve partidos disputados, abriendo hueco con los perseguidores y sopesando con cada vez más seriedad la posibilidad de transformar el objetivo inicial de "meterse en europa" en el reto de ganar su cuarto Scudetto. El Udinese, atascado en sus 10 puntos, tendrá que trabajar mucho si no quiere contemplar el espectáculo de la tabla desde una perspectiva a la que ya no estaba acostumbrado: preocupándose más por el abismo que por las alturas.