De las aproximadamente 1.360.000 especies que los científicos han clasificado hasta ahora dentro del reino Animalia, sin duda la que peor fortuna tiene es la Bos primigenius taurus, en especial en su variedad macho. El pobre toro tiene tan mala suerte que en algunos países del mundo se considera espectáculo nacional, y hay quien lo llama "cultura" y hasta "arte", a matar a espadazos a estos bichos tras pasarse media hora vacilándoles con un trapo. Por si fuera poco, en un ámbito como el deportivo, en el que muchos clubes tienden a identificarse con animales (sin ir más lejos, dentro del fútbol italiano hay lobas, águilas y hasta cebras), al rumiante cornudo le ha tocado representar al más gafe de entre los gafes, a un equipo que hoy podría ser el más grande de Europa, pero que se quedó en medianía simplemente porque un mal día de mayo de 1949 el cielo estaba nublado. Con tales antecedentes, ¿contra quién, si no contra el Torino FC, iba a tener que enfrentarse la Roma justo la jornada siguiente a batir el récord de victorias consecutivas en un arranque de temporada?

Y eso que al Toro, dentro de lo malo, la cosa no le pintaba mal. La Roma presentaba un once en el que seguía faltando Totti por causas de fuerza mayor, y en el que la sanción a Castán por acumulación de tarjetas obligó a dar entrada en el centro de la defensa a Burdisso, inédito hasta la fecha y de quien no se guardaba muy buen recuerdo de sus prestaciones en pasadas temporadas. Además, por ahí estaba Balzaretti, crecido en la cantera grana y antiguo héroe local, que cayó en desgracia cuando se le ocurrió cruzar el Po e irse a la Juve; desde entonces, cada vez que vuelve a sus orígenes se lleva unas pitadas que descentrarían al más calmado.

Pero nada de eso vale cuando se tiene una defensa que sale a casi dos goles encajados por partido. Para la Roma fue pan comido abrir la lata, y lo hizo de una forma novedosa: mediante una jugada ensayada. A falta de un Totti que pusiera los saques de córner con tiralíneas en el corazón del área, optaron por sacar en corto y marear un poco a la retaguardia turinesa, hasta el momento en que la pelota cayó a pies del odiado Balzaretti. Éste, con tiempo de sobra para pensar, encontró el hueco por el que se infiltraba Pjanic libre de marca, y el bosnio, encarando al portero, vio de reojo que Strootman le acompañaba completamente solo; el número 6 no tuvo más que dar lo que Menotti llamaba un "pase a la red". El tanto sirvió para inaugurar el marcador y, de paso, para dar en los morros a los que pensábamos (mea culpa) que Monsieur García tiene el inmenso mérito de haber aportado estabilidad a un grupo anteriormente desquiciado, pero que en lo táctico no presentaba gran novedad con respecto a Zeman.

Ocurre generalmente que si a un toro le picas, se enfada y te intenta cornear. Por desgracia para él, también es habitual que sus intentos sean infructuosos y que el diestro (que no Destro, aún de baja) esquive las embestidas. Y eso que el Torino cuenta con pitones bastante afilados, sore todo el derecho, zona por la que Cerci volvía loco a Balzaretti y causaba tanto daño como quería. Suyos fueron un par de remates, especialmente uno a balón parado, que se marcharon fuera por poquísimo. Suya fue también una internada que acabó con el balón a pies de El Kaddouri, cuyo violentísimo zapatazo obligó a De Sanctis a demostrar por qué sólo le habían metido hasta hoy un gol en lo que se llevaba de año.

La fortuna cambia de bando

El segundo tiempo empezó con una tónica parecida, con el Torino enfurecido y la Roma aguantando el temporal como podía. Benatia, ya amonestado en el primer tiempo, era el más nervioso: se jugó en un par de ocasiones la roja que probablemente mereció y, de nuevo mala suerte, el árbitro no tuvo a bien mostrar. Como sfortuna fue también que ni el juez principal ni sus asistentes vieran la mano (involuntaria pero existente) de Bradley dentro del área. Meggiorini probó al guardameta romanista con una volea a la que De Sanctis contestó con una palomita de ésas que encantan a los fotógrafos... y, desgracia, Barreto no llegó a rematar de cabeza el rebote por centímetros. Otro ataque peligroso por el costado izquierdo de la ofensiva local se interrumpió porque, peccato, el señor Banti interrumpió el juego para que atendieran a Pjanic, que se había llevado un pelotazo en la cabeza.

El destino quiso, por una vez, ponerse de parte del Toro, que no paraba de intentarlo. Benatia, redondeando su partido (extraño por lo malo), se comió un balón largo, vertical, y dejó paso franco a Meggiorini, quien, desde la línea de fondo, tuvo muy sencillo el pase de la muerte. Cerci, el que habitualmente desborda y centra, cambió su papel y se convirtió en rematador. Y consiguió no sólo el empate, sino evitar que la Roma actual batiera un nuevo récord: el de imbatibilidad de su portero. De Sanctis se ha quedado en algo más de 750 minutos, una marca meritoria y no demasiado alejada de los 774 de Pelizzoli allá por 2003. Habrá que seguir intentándolo.

Rudi, que es un tipo peculiar, decidió que la solución para ganar el partido era jugar sin delanteros, con eso que (no nos cansaremos de repetir) ahora llaman "falso 9" pero en tiempos de Spalletti, hace ya seis o siete años, era esencialmente lo mismo y se conocía como 4-6-0. Así, quitó a Borriello, del que nada se había sabido hasta el momento, y dio entrada a Ljajic. Casi inmediatamente, aunque no tenga mucha relación una cosa con la otra, se dieron dos jugadas calcadas, una por cada costado, en la que dos jugadores romanistas (Pjanic en la izquierda, Maicon en la derecha) se adentraron en el área y cayeron aparatosamente reclamando penalti. En ninguno de los dos casos lo indicó el árbitro (e hizo bien). En ninguno de los dos casos amonestó por simulación (¿e hizo bien?). Sí mostró cartulina a D'Ambrosio por una patada por detrás al propio Pjanic, que quizás debería haber sido de otro color.

Con el transcurrir de los minutos el Torino dio por bueno el punto y se echó atrás descaradísimamente. La Roma se empeñó con ahínco en encontrar el segundo gol, pero la maraña defensiva grana, unida a la falta de alguno de sus mejores hombres (quién iba a decir a la Curva Sud hace un par de meses que iba a echar de menos a Gervinho) y al atasco mental de muchos de los otros, lo hacía casi imposible. Sólo a balón parado, en las frecuentes faltas en la frontal del área que el Toro tenía la imprudencia de cometer, se generaban ocasiones claras, pero Padelli no tenía mayor problema en detener los intentos de Pjanic y Ljajic. Sabiéndose superior pero impotente por no poderlo demostrar, la Loba se desfondó hasta el último de los cuatro minutos del tiempo añadido para conseguir la victoria.

Pero no pudo ser. El marcador final refleja un empate que para el Torino, enfrascado en la lucha por alejarse de las plazas de descenso, sabe a gloria. Pero para la Roma, aunque se consigue un puntito que nunca viene mal, tiene un regusto amargo a derrota. Porque se corta una racha que, aunque ya de por sí es histórica, podría haberse convertido en mítica. Porque, aun conservando el liderato, la distancia con Juventus y Nápoles se ve reducida a tres puntos, sin haber jugado aún en esta primera vuelta contra rivales duros como la Fiorentina, el Milan o la propia Vecchia Signora. Y sobre todo, porque se empezó ganando y la igualada turinesa era perfectamente evitable. Es mala suerte que la defensa más fiable de Europa cometa un fallo tan torpe como el de hoy del habitualmente segurísimo Benatia. Es mala suerte que el segundo ataque más peligroso de la categoría no sea capaz de superar más que en una ocasión a una de las zagas más endebles. Pero en Italia la mala suerte es algo con lo que hay que contar. Sobre todo cuando se juega contra el Torino.

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