La Juventus ha vuelto. No solo por el resultado, no solo por el juego, no solo por los goles. La Juventus ha vuelto porque fue netamente superior a uno de los mejores equipos de la Serie A, el Nápoles, que sin hacer un mal encuentro se vio desbordado por la escuadra local. Ni un pero para los hombres de Benítez. No sería justo. Cuando enfrente se planta el vigente campeón de Italia y se reencuentra con su mejor versión, es difícil -casi imposible- culpar al derrotado. 

Los futbolistas de Antonio Conte se sintieron a gusto de principio a fin, algo que se le echó en falta en otros partidos de la temporada. La Juventus mostró continuidad, paraje inusitado hasta estas fechas, bien entrado el mes de noviembre. Y eso que el once rezaba bajas: ni Chiellini, ni Lichtsteiner. O lo que es lo mismo: el 50 por ciento de la zaga bianconera. Delante, un Nápoles con todo su escuadrón ofensivo: Hamsik, Insigne, Callejón e Higuaín. Y si las cosas no van bien, Mertens en la banca como solución alternativa. 

No transcurrieron 120 segundos cuando la Juventus se vio por delante en el marcador. Y aunque parezca imposible e ilógico, ya había amenazado previamente: Pogba le pegó mordido desde dentro del área y Reina despejó la pelota a córner. Una de tantas buenas intervenciones del guardameta español. Sin embargo, segundos después, un mal chute de Isla rebotó en Tévez y el esférico quedó muerto cerca del segundo palo, por donde campaba Llorente -ligeramente en fuera de juego- con su melena y su bota derecha. Y claro, la tuvo que usar ante tan inesperado regalo. 1-0. No volvió a utilizar más su preciado zapato: en el resto de ocasiones que creó la melena fue la protagonista, aunque Reina paró bien los testarazos. 

La escuadra de Benítez no hizo mal partido, pero el equipo local se mostró intratable

El Nápoles se asomó por primera vez a la guarida de Buffon (muy bien cubierta toda la noche, dicho sea de paso) llegado el minuto 20. En apenas unos segundos, Hamsik e Higuaín se encargaron de demostrar que el equipo local debía batallar con un duro ejército si pretendía vencer. Los sustos no sirvieron para que los aficionados juventinos se llevaran las manos a la cabeza, pero sí para quitar el hipo, si es que alguien lo tuviese. El delantero argentino dio media vuelta en el punto de penalti y chutó fuera. Por poco. 

Pese a la más que aparente resistencia napolitana, la Juventus se encontraba cómoda como nunca antes en esta campaña. Los espacios en tres cuartos de campo que se habían negado a aparecer, de repente emergieron. En verdad no se fueron a ningún lado, sino que la Juve no los había buscado bien o no tan bien como antaño. 

El protagonismo visitante, llegado casi el descanso, recayó en las botas de Insigne, hasta entonces desaparecido. Primero en el área, revolviéndose bien y disparando con la zurda fuera, cerca del preciado poste de Buffon. Después, partiendo desde la banda izquierda y finalizando desde el vértice con la diestra. Alto por poco. 

El partido fue tan grande que no es necesario dividirlo en partes. Como una sinfonía, lo primordial es el conjunto. Y efectivamente, a la vuelta de intermedio la vida siguió igual. Mismos equipos y mismos protagonistas: Insigne golpea un libre directo y Buffón despeja, como en su época dorada; Vidal chuta desde el balcón y Reina despeja, como en su época plateada. 

Los últimos signos de vida por parte del Nápoles los dio Hamsik. El eslovaco recibió en la parte derecha del área y golpeó con más alma que puntería. Resultado: balón al lateral de la red y expresiones del tipo “ahí ha estado” en los aficionados napolitanos. Una y no más. 

Pirlo reinventó el libre directo con el golpeo del 2-0

Vidal quiso imitarle y, tras una buena triangulación y pared con Tévez, echó la pelota fuera ante la salida de Reina. Mano a mano, el portero español se hizo enorme. O eso se intuye de la finalización del chileno. Que cada uno saque su conclusión, si es que la hay o no fue más que un desacierto propio de los nervios. Suele ocurrir tanto en el fútbol como en la vida, que son la misma cosa: ante las facilidades, el ser humano torna en un ser escurridizo por los sudores de los nervios. 

Sudores y nervios no aparecen en el diccionario de Pirlo. Son palabras demasiado vulgares para un futbolista que viste con esmoquin. El centrocampista juventino colocó el balón con mimo, apuntó y lanzó un libre directo que se coló por la escuadra. Hasta aquí, todo normal: Pirlo marcando un gol de falta, algo nada descabellado. Lo pasmoso fue el golpeo. Increíble de ver e imposible de describir. Reinventó el concepto de libre directo. Y de paso, sentenció el partido. 2-0. 

Pogba no es Pirlo, por mucho que se les quiera comparar. Aunque el devastador jugador que es tampoco está nada mal. Cuando faltaban 10 minutos para el final, controló el balón en el balcón del área y sin dejarlo caer lo golpeó con fuerza, rabia y mucho, mucho empeine. Si no que le pregunten al poste, que lo destrozó antes de alojarse en la portería de Reina. 3-0. 

El Nápoles se quedó sin reacción. Lo intentó, sí, pero sin fortuna. Cuando te enfrentas a un equipo de semejante categoría debes contemplar tres factores para triunfar: que tú juegues bien, que tu rival juegue mal, que tengas suerte y que el rival no la tenga. Así se explica la victoria de la Juventus. Un soberbio encuentro ha servido para que la Vecchia Signora aventaje en tres puntos a un rival directo y acaricie el liderato, todavía ocupado por la Roma. Un punto no es nada, y con partidos así, la Juve no tiene rival en Italia.