A muchos les dolerá leerlo, pero no queda más remedio: la Roma no es lo que era. De momento no ha perdido, sigue teniendo la portería menos goleada de Europa, todavía mantiene la costumbre de conservar para sí el dominio de la pelota, aún ataca con fiereza y decisión, pero no es lo mismo que a principios de temporada. Los colmillos de la Loba, aunque conservan su filo, ya no dan tanto miedo. Aquel equipo intratable que hizo memorizar la tabla del tres a sus rivales ha visto su reputación tremendamente afectada por los empates contra oponentes inferiores. El Torino y, especialmente, el Sassuolo se cargaron el aura mística del que gana jugando bien, regular o mal.

El golpe psicológico para una Roma que tuvo que ver cómo, por primera vez en mucho tiempo, no empezaba un partido como líder, fue un tanto violento. Le tocaba visitar el Olímpico al Cagliari, un equipo mediano, gruñón, correoso, que tiene poco fútbol (como demuestra su puesto en la tabla), pero los suficientes destellos de calidad como para hacer pasar apuros a cualquiera, a poco que se ponga bien la cosa. Para colmo de males en casa giallorossa, siguen huérfanos de Totti, su sol y estrellas, y Ljajic, quien pretende hacerse con el puesto en su ausencia, está aún muy verde, incapaz de demostrar que vale la millonada que se llevó la Fiorentina por él.

La consecuencia es que, aun con un 60% largo de posesión de la pelota, a los de casa, nerviosísimos, agarrotados, les costaba un mundo acercarse con claridad a menos de 25 metros de la portería. Llegar, llegaban, pero siempre aparecía un central inoportuno para cortar un pase, o para robarle la pelota al trequartista de turno mientras dudaba si dársela a un compañero u otro, o Maicon o Dodô intentaban poner la pelota en el área pequeña pero se les iba el centro a las nubes, o cuando todo salía bien y llegaban al área, alguien remataba en semifallo directamente fuera, o probaban con chuts lejanos que se iban altos... Sólo en dos ocasiones en los primeros 45 minutos tuvo la Roma ocasión real de abrir la lata: una la salvó Avramov con un paradón a remate de Strootman, y por la otra el retornado Gervinho, hoy menos individualista que otras veces, aún se lamenta tras ver estrellarse su cabezazo en el poste. A cambio, Sau tuvo para los sardos otra posiblemente más clara aún, a la que contestó De Sanctis con una mano casi milagrosa.

Falta de pólvora

Por la misma línea comenzó la segunda mitad. La Roma avasallaba, un zapatazo de Maicon habría sido el gol del mes si Avramov no hubiera metido la punta de los dedos antes de que el balón se colara en la escuadra, el juego se desarrollaba casi íntegramente en campo visitante... pero el grito sagrado, como dicen los locutores argentinos, no llegaba a la Curva Sud. Antes al contrario, los visitantes disfrutaron de un par de contraataques que estuvieron a punto de dar un disgusto a la afición. De hecho, el Cagliari marcó, pero el juez de línea estuvo muy atento para levantar con buen criterio su banderín e impedirle a Sau su momento de gloria. El canterano estaba siendo, sin lugar a dudas, el más destacado de los isleños, porque el teórico líder, Daniele Conti, no daba señales de vida. No debe de ser nada fácil jugar contra la Roma siendo no sólo romano y romanista de cuna, sino además hijo del mitiquísimo Bruno.

Dicen las malas lenguas que en los cursos de entrenador hacen pruebas psicotécnicas y no le dan el título a quien no muestra ciertas tendencias al absurdo y a la irracionalidad. Sería una buena forma de explicar por qué el señor Diego López (uruguayo al que algunos cántabros recordarán de su paso por aquellas tierras a mediados de los '90 y que, tras más de 300 partidos en el centro de la defensa, se integró en el cuerpo técnico cagliaritano y fue poco a poco subiendo en el escalafón) decidió precisamente retirar a Sau para dar entrada al intrascendente Pinilla. Monsieur García también quiso hacerse notar, apartando al hoy invisible Florenzi y dando entrada a Borriello, a ver si alguien remataba en condiciones, y poco después diciéndole algo, a saber qué, al árbitro, que no dudó en expulsarle del banquillo.

Lo único que parecía alterarse sobre el césped eran los nervios, tanto de los jugadores, que protagonizaban frecuentes broncas, como del árbitro, que de golpe sacó todas las tarjetas que no había mostrado durante el partido. Estando el partido empezando a desquiciarse, García, a través de sus emisarios, optó por una innovación táctica: Bradley en el puesto de Maicon. Si en Udine funcionó, ¿por qué ahora no?, pensaría el francoandaluz. A corto plazo, lo único que consiguió fue que el costado derecho quedara desguarnecido y por ahí tirara el Cagliari un par de contraataques, uno de los cuales obligó a De Sanctis a hacer otra palomita a disparo potente y bien colocado de Eriksson. El tercer cambio no aportó gran novedad, pero fue obligado: Nico Burdisso hubo de cubrir el hueco del lesionado Mehdi Benatia.

Al final, aun con cuatro minutos de tiempo extra, lo que se temía la afición romana era que su equipo cometiera algún error de última hora que se cargara el punto faltante. En vez de un disgusto, Castán estuvo a punto de dar una alegría al rematar un córner, pero de nuevo Avramov, soberbio, evitó el gol en el último momento. No dio tiempo a nada más; sólo a que el pitido final del árbitro certificara que la Roma sigue sin encajar goles ni perder partidos, pero lo que sí ha perdido es el liderato, y buena parte de la confianza en sí misma. A día de hoy, lo mejor que puede pasar en Trigoria es que los médicos descubran algún tratamiento mágico que permita a Totti volver cuanto antes.

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Sobre el autor
Luis Tejo Machuca
Mi mamá me enseñó a leer y escribir; a cambio yo le di mi título de Comunicación Audiovisual de la URJC para que lo colgara en el salón, que dice que queda bonito. Redactor todoterreno, tirando un poco más para lo lo futbolero, sobre todo de Italia y alrededores. Locutor de radio (y de lo que caiga) y hasta fotógrafo en los ratos libres. Menottista, pero moderado, porque como dijo Biagini, las finales no se merecen. Se ganan.