Las crónicas medievales que han llegado hasta nuestros días han contribuiod a forjar la identidad de los pueblos actuales, generando un acervo de mitos, leyendas y héroes que, aun sin haber conocido y sin saber hasta qué punto son fiables, se convierten en referentes culturales. La España cristiana presume orgullosa, por ejemplo, de don Rodrigo Díaz de Vivar, aquel Cid Campeador que ganaba las batallas incluso después de muerto por el miedo que su solo nombre infundía en sus enemigos. La España islámica tiene otro de esos, un tal Almanzor, pero como perdieron la Reconquista, se habla menos de él.

Si en el fútbol actual hubiera que identificar a alguno de esos caballeros, no cabe duda de que tendríamos que situarlo en la Roma invicta actual. El jefe de la manada de lobos es, sin discusión desde hace 15 años, Francesco Totti. No ya porque sea un genio de la pelota de quien, a sus 37 años, no es descabellado pensar que vaya a acabar en Brasil defendiendo a la Nazionale el próximo verano. El Capitano es también un referente moral cuya sola presencia transforma, para bien, a sus compañeros. Aunque ni siquiera esté en el campo, aunque se limite a sentarse en el banquillo. El equipo sabe que está ahí, que si hay necesidad puede salir a poner orden, y simplemente teniendo eso en mente, ya juega mejor.

Los últimos cuatro partidos de la Roma se jugaron sin Totti, convaleciente de su rotura muscular. La consecuencia fue clara: cuatro empates, y gracias. En la visita de la Fiorentina, el número 10 estaba entre los convocados, y la Loba salió a morder. No tardó ni dos minutos en lanzar su primer bocado, y a los siete su dentellada ya arrancó carne. Maicon desbordó por la derecha, metió un centro que cruzó en área y acabó en Gervinho, justo en el otro lado; éste lanzó dos regates, por una vez no le sobró el tercero, y soltó la pelota hacia Florenzi, que estaba en la frontal del área pequeña; el canterano se vio agobiado por la presión de los centrales y, sin molestarse en controlar, prolongó a su derecha, donde había aparecido el propio Maicon tras meterse un carrerón. El lateral brasileño, con un excelente gesto técnico, descolocó a los defensas que se lanzaban a por él, se situó el balón en su pierna derecha y no tuvo más que dar un toque suave al centro de la portería para inaugurar el marcador.

Parecía que eso iba a ser sólo el principio, porque la Roma estaba desatada, atacando sin cesar, sobre todo por el costado izquierdo, en el que Gervinho entraba como y cuando quería. Sin embargo, quizás por el desgaste físico, los locales recuperaron algo que parecía felizmente olvidado: el bajón de nivel a partir del minuto 20, tan habitual la temporada pasada. Que es algo a lo que, más o menos, se puede sobrevivir si el rival es blando, pero cuando enfrente está la Fiorentina de Rossi, Valero, Cuadrado y Aquilani, es jugar con fuego.

La defensa más eficaz del continente aguantó el tipo como pudo, pero en cuanto tuvo un despiste, los viola no tuvieron piedad. Fue Dodô (como casi siempre) el que se comió la internada por la derecha de Tomovic, que se plantó en la línea de fondo sin que nadie fuera capaz de estorbarle; el serbio puso un centro en diagonal, hacia atrás, que pilló a contrapié a toda la zaga, pero llegó directo al pie derecho de Vargas. Su misil no reventó la red de la portería de De Sanctis porque el encargado de mantenimiento del estadio es un señor bastante competente y las conserva bien cuidadas, pero sí que acabó con la ventaja de los locales.

De paso, ese tanto se cargó el dominio territorial de la Roma, que cedió el mando del partido a los blanquimorados. Pero a la Fiorentina le dio por intentar marcar el segundo con zapatazos lejanos, en lugar de aprovecharse de la empanada mental de Dodô y seguir incidiendo por la dercha. Los disparos de Rossi y de Cuadrado se marcharon bastante lejos; los de casa también probaron a acercarse de vez en cuando, sin lograr ir más allá. El partido, en su primera mitad, estaba siendo entretenido, aunque se carecía de precisión en las áreas.

Destro dijo hola, gol y adiós

Nada más comenzar el segundo tiempo, la Fiorentina pudo haber puesto el partido patas arriba con un par de oportunidades muy claras: un remate de cabeza de Rossi que se fue arriba por muy poco, y un centro desde la izquierda que se paseó por el área pequeña sin que ni Aquilani ni el propio Rossi llegaran a rematar. Monsieur García comprendió que algo fallaba y decidió, más pronto que de costumbre, hacer modificaciones: retiró a Florenzi, preocupantemente apagado en las últimas semanas, e intentó darle algo más de mordiente a su vanguardia con Destro.

Algo le debió de decir Totti al delantero cuando iba a saltar al campo, porque la actitud romanista cambió radicalmente: en un momento encerró a los de su ex compañero Montella en su propio campo y estuvo a punto de poner el 2-1. Primero lo tuvo Gervinho, que desbordó y desbordó, esta vez por su derecha, pero cuando tenía que chutar quiso regatear hasta al portero y acabó liándose. Después, Strootman, invisible hasta el momento, estrelló un derechazo en el poste. Más tarde, Maicon se coló por la derecha, tiró una pared con Gervinho e hizo lucirse a Neto con un paradón. Finalmente, el cántaro se rompió: Gervinho, hoy en todas, se plantó en la línea de fondo y metió un pase atrás, en jugada calcada a la del gol visitante, para que el recién entrado Destro fusilara. El delantero ascolano, que llevaba sin marcar desde el 19 de mayo, lo celebró con rabia, sin camiseta y con amarilla.

La Fiorentina, picada en su orgullo, intentó reaccionar. Pasqual estuvo a punto de marcar el gol de la jornada con un saque de falta que iba directo a la escuadra, pero en su lugar lo que logró fue darle la oportunidad a De Sanctis de hacer el paradón del mes. García, un tanto asustado, optó por quitar a Ljajic, tan insulso como casi siempre, y dar un poco más de equilibrio con la veteranía de Taddei. Montella también reaccionó, quizás algo tarde: sacó del campo a un ex romanista como Aquilani, metió a otro como Pizarro. Ninguno de los dos fue muy bien recibido por la grada, pese a que ambos brillaron en la época gloriosa de Spalletti. Poco después, se fue Ambrosini y entró Joaquín, en su tierra capitán general, aquí suplente resultón. Cómo pasan los años.

El partido se le complicó a última hora a la Roma, no por el último cambio viola (Matos por Vargas), sino por el error de Pjanic, que, teniendo ya una tarjeta, hizo una falta más brusca de la cuenta que hizo inevitable su expulsión. Con uno menos, todo el mundo en los locales puso de su parte: Gervinho retuvo el balón todo lo que pudo, la defensa achicó aguas sin descanso, Totti pegó voces a los suyos desde el banquillo, y García hizo un cambio lógico por una parte (meter a Bradley, medio centro de contención, por un delantero) pero un tanto extraño por otra: retiró a Destro, que apenas llevaba 20 minutos en el campo y no daba síntoma alguno de lesión. El míster francés no escatimó en abrazos y carantoñas con el autor del gol de la victoria para explicarle la decisión táctica; el número 22 pareció aceptar la decisión de buen grado, pero seguramente la procesión iría por dentro.

La Fiorentina, con desesperación, atacó y atacó, y a punto estuvo Rossi de aguar la fiesta, pero su disparo pegó en el lateral de la red. El pitido final del árbitro se celebró en el Olímpico como si de una final se tratara. No es para menos: después de cuatro empates seguidos, además con juego bastante mediocre para lo que este equipo había llegado a ofrecer en el arranque del campeonato, ganar hoy era vital para la estabilidad mental de la plantilla. Y la vuelta al camino recto ha sido el día que Francesco Totti, aun sin jugar, volvía a sentirse futbolista. Llámenlo casualidad si quieren, pero con un tipo que ha ganado un Scudetto, dos Coppe, dos Supercoppe, un Mundial y una Bota de Oro desde un club que no está entre los tres más poderosos de su país, pensar en el Pupone Campeador es más razonable que confiar en las casualidades.